Al cumplirse 50 años de la inauguración del Concilio Vaticano II, Acción Familia da a conocer trechos de entrevistas al destacado historiador del Concilio, el profesor Roberto de Mattei. El entrevistado publicó recientemente el libro “El Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita”, traducido a varias lenguas y que obtuvo el premio “Acqui Storia”, el más prestigioso de Italia en el campo historiográfico y uno de los más importantes de Europa.
El autor se sitúa en el punto de vista del historiador, sin entrar en el campo teológico, respecto a este magno evento y a sus consecuencias para la Iglesia Católica y el conjunto de la sociedad de Occidente.
Pensamos que nuestros lectores se interesarán por conocer algunas tesis del destacado historiador, publicadas en el diario “La Prensa” de Argentina y “Catolicismo” de Brasil.
“Después del famoso discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana, el 22 de diciembre de 2005, comenzó, de modo más general en Italia, un debate animado, histórico y teológico sobre el Concilio Vaticano II. (…) El Cardenal Walter Brandmüller, promovió algunos seminarios sobre el Vaticano II, realizados en Roma y en el norte de Italia (…) entre estudiosos de diversas tendencias, y han sido para el Vaticano una buena oportunidad para remover el velo de ‘intocabilidad’ que impide cualquier discusión seria y profunda. El Vaticano II ya no es un ‘super dogma’, sino un evento histórico sometido a la evaluación histórica y teológica completa”.
“En los veinte concilios ecuménicos precedentes, la forma era siempre dogmática y normativa, sin que esto excluyese la dimensión pastoral”, recuerda De Mattei. Su trabajo, afirma, ofrece una “contribución que no es del teólogo, sino del historiador”, cuya tarea es “comprender la esencia de un evento, buscando rastrear las causas y consecuencias en las tendencias profundas de una época. En este caso, el Concilio Vaticano II”.
Cuando el 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció la convocatoria de un Concilio Ecuménico aclaró que tendría un carácter pastoral, y esto lo confirmó en su discurso de apertura, el 11 de octubre de 1962, hecho del que ahora se cumplen 50 años. Para el profesor italiano Roberto De Mattei, “se trataba de una característica sorprendente”.
“En el Vaticano II -dice- la dimensión pastoral, accidental y secundaria por sí misma respecto de la doctrinal, se convirtió en prioritaria, provocando una revolución en el lenguaje y en la mentalidad. La Iglesia se despojó de su vestidura dogmática para ponerse un nuevo hábito pastoral y exhortativo, no obligatorio ni definitivo. Pero eso significó una transformación cultural más profunda de lo que se pueda imaginar”.
De Mattei es profesor de Historia de la Iglesia y del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, director de las revistas Raíces Cristianas y Nueva Historia, y colaborador del Pontificio Comité de Ciencias Históricas.
– ¿Por qué consideró que la historia del Concilio debía ser reescrita o completada?
– “Porque ha llegado la hora de historiar el Vaticano II, que no es un dogma, sino un acontecimiento histórico que, a diferencia de Trento y del Vaticano I, no ha sido un concilio dogmático. De hecho el Vaticano II ha sido un concilio pastoral que no se ha propuesto elaborar nuevos dogmas, sino un lenguaje nuevo con el que hablar al mundo”.
Dos minorías
– Usted analizó el contexto histórico. ¿Qué corrientes de pensamiento prevalecieron en el Concilio?
– “Si nos limitásemos a una historia ‘oficial del Concilio’, basada en los resultados de las votaciones, deberíamos negar la existencia de una lucha interna en el Concilio entre facciones opuestas, visto que los documentos conciliares fueron todos aprobados por una aplastante mayoría. En realidad, ningún Concilio conoció más tensiones y conflictos entre grupos contrapuestos que el Vaticano II. Los historiadores, sin negar esta evidencia, la circunscriben al enfrentamiento entre una ‘mayoría’ progresista y una ‘minoría’ conservadora, destinada a ser derrotada. En realidad, el desencuentro advino entre dos minorías que, en el año 1963, el teólogo de Lovaina Gerard Philips describía como dos ‘tendencias’ contrapuestas de la filosofía y la teología del siglo veinte: una más preocupada por ser fiel a los enunciados tradicionales; otra más atenta a la difusión del mensaje al hombre contemporáneo. Sin embargo, la primera ‘tendencia’ era la posición oficial del Magisterio de la Iglesia, ratificada siempre hasta el pontificado de Pío XII; la segunda era heterodoxa y había sido repetidamente censurada y condenada por el mismo Magisterio eclesiástico”.
El Prof. De Mattei aborda la abstención del Concilio de condenar el comunismo.
“Hasta el concilio Vaticano II, la enseñanza de la Iglesia Católica había hablado varias veces contra el comunismo con palabras claras de condenación. En la votación de los Padres Conciliares que llegaron a Roma antes de la celebración de la asamblea, el comunismo parecía ser el error más grave a ser condenado. Es en este período que se delineó un nuevo clima de ‘deshielo’ entre realidades ya definidas por el Magisterio como antitéticas.
(…) “Fue durante ese período que nació la Ostpolitik, la política de apertura del Vaticano a los países comunistas del Este, que tuvo como símbolo al entonces Mons. Agostino Casaroli.
“En el Concilio hubo un choque entre dos minorías: una que pedía la condenación del comunismo, y otra que exigía una línea ‘dialogante’ y abierta al mundo moderno, de la que el comunismo era la expresión. Una petición de condena del comunismo, presentada el 9 de Octubre de 1965 por 454 Padres del Concilio de 86 países, no fue enviada siquiera a la Comisión que estaba trabajando en el esquema, causando un gran escándalo.
(…) “Hoy sabemos que en agosto de 1962, en la ciudad francesa de Metz, fue celebrado un acuerdo secreto entre el Cardenal Tisserant, representante del Vaticano, y el arzobispo ortodoxo de Yaroslav, Mons. Nicodemo, quien, como fue documentado después de la apertura de los archivos de Moscú, era una agente del KGB. Con base en ese acuerdo, los eclesiásticos se comprometieron a no hablar del comunismo en el Concilio. Ésta fue la condición impuesta por el Kremlin para que participaran dos observadores del Patriarcado de Moscú en el Concilio Vaticano II. En el Archivo Secreto del Vaticano encontré una nota, escrita por Pablo VI, confirmando la existencia de ese acuerdo”.
– ¿Cómo se explica el surgimiento de ese sector reformista? ¿Cuál fue su gravitación?
– “Yo no lo llamaría sector reformista, sino ‘revolucionario’, porque muchas de las ideas que se difundieron en el Concilio, si bien no todas fueron realizadas, tenían un carácter revolucionario, en cuanto contradecían abiertamente la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta pensar en la negación del carácter monárquico de la Iglesia, luego corregida por la Nota previa de Pablo VI en noviembre de 1964. Por lo demás, los ásperos ataques al mismo Pablo VI, cuando el 25 de julio de 1968 promulgó la Encíclica Humanae Vitae, tenían su raíz en las intervenciones de los Padres conciliares en el aula, como el cardenal belga Leo Jozef Suenens”.
El árbol y los frutos
– ¿Usted separa las buenas intenciones que pudo haber tenido Juan XXIII de los resultados del Concilio?
– “Para Juan XXIII la tarea principal del Concilio era la de custodiar el Magisterio de la Iglesia y enseñarlo ‘de la manera más eficaz’. El Concilio se había convocado no para condenar errores o formular nuevos dogmas, sino para proponer, con lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, la perenne enseñanza de la Iglesia. Se trata de un punto central. Juan XXIII no pretendía realizar una Revolución en el interior de la Iglesia. Su temperamento era dado a un optimismo que tenía por predisposición psicológica, más que por una razón ideológica. Su idea era la ‘adaptación’ (‘aggiornamento’). El pensaba que el Concilio se podría realizar en poco tiempo, llegando a aprobar, tal vez por aclamación, pocos documentos. En julio de 1962 recibió en audiencia a monseñor Pericle Felici, quien le presentó los esquemas conciliares revisados y aprobados. ‘El Concilio está hecho ‒exclamó con entusiasmo el papa Roncalli‒, en Navidad podemos concluir’. Sin embargo, el Concilio no duró tres meses, sino tres años, y los resultados fueron muy distintos a las expectativas”.
– ¿Esto es producto del Concilio mismo o de la época posconciliar?
– “El árbol será reconocido por sus frutos, como dice nuestro Señor mismo en el Evangelio (Mt 7, 17-20). Hoy, los monasterios son abandonados, las vocaciones religiosas se desploman, la frecuencia a la Misa y a los sacramentos ha caído en picado; las librerías, las casas editoras, los periódicos y las universidades católicas defienden errores a manos llenas; el catecismo ortodoxo ya no se enseña más; los párrocos e incluso los obispos se rebelan contra el Santo Padre; los fieles católicos de todo el mundo están sumidos en una confusión religiosa y moral y el mismo Benedicto XVI, durante la homilía de Pentecostés, ha hablado de la ‘Babel’ en la que vivimos”.
– ¿Son todos resultados atribuibles al Concilio?
– “Si todo esto no tiene sus causas en un cierto ‘espíritu del Concilio’, que ha invadido la Iglesia Católica en los últimos cincuenta años, ¿de dónde procede? Y si éstos son los malos frutos, no del Concilio, sino de su errada interpretación, ¿cuáles son los buenos frutos de la justa interpretación del Concilio? No quiero negar la existencia de tantas cosas buenas en la Iglesia contemporánea. Más bien estoy convencido de que, con la ayuda de la Gracia, se ven ya los gérmenes de un renacer. Pero estos frutos buenos y santos ¿tienen su raíz en el espíritu del Concilio o en la Tradición, que todavía hoy continúa deslizándose por las fibras del cuerpo místico de Cristo?”