¿No es la religión una cuestión personal y privada, como lo proclaman desde hace cien años los adeptos del laicismo? ‒ ¿O bien, los católicos tienen el derecho y el deber de actuar en la sociedad para que los principios cristianos sean los que la rijan? Sobre este asunto central en la concepción de la sociedad moderna, veamos lo que enseña el papa León XIII en su encíclica Sapientiae Christianae sobre los principales deberes de los cristianos.
Los principios cristianos, garantes de la supervivencia de la sociedad.
En primer lugar, León XIII afirma: “Se deja sentir más y más la necesidad de recordar los preceptos de cristiana sabiduría, para en todo conformar a ellos la vida, costumbres e instituciones de los pueblos. Porque, postergados estos preceptos, se ha seguido tal diluvio de males, que ningún hombre cuerdo puede, sin angustiosa preocupación, sobrellevar los actuales ni contemplar sin pavor los que están por venir”.
En efecto, si la sociedad “para nada cuida de las leyes morales, se desvía lastimosamente del fin que su naturaleza misma le prescribe, mereciendo, no ya el concepto de comunidad o reunión de hombres, sino más bien el de engañosa imitación y simulacro de sociedad”.
La autoridad de Dios no puede ser expulsada de la vida social
León XIII constata que desgraciadamente “Los hombres han llegado a este grado de orgullo que creen poder expulsar de la vida social la autoridad y el imperio de Dios supremo”.
“Llevados por semejante error, transfieren a la naturaleza humana el principado arrancado a Dios; propalan que sólo en la naturaleza ha de buscarse el origen y norma de toda verdad; que de ella provienen y a ella han de referirse cuantos deberes impone la religión. Por lo tanto, que ni ha sido revelada por Dios verdad alguna, ni para nada ha de tenerse en cuenta la institución cristiana en las costumbres, ni se debe obedecer a la Iglesia; que ésta ni tiene potestad para dar leyes ni posee derecho alguno; más aún: que no debe hacerse mención de ella en las constituciones de los pueblos”.
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“Ambicionan y por todos los medios posibles procuran apoderarse de los cargos públicos y tomar las riendas en el gobierno de los Estados, para poder así más fácilmente, según tales principios, arreglar las leyes y educar los pueblos. Y así vemos la gran frecuencia con que o claramente se declara la guerra a la religión católica, o se la combate con astucia; mientras conceden amplias facultades para propagar toda clase de errores y se ponen fortísimas trabas a la pública profesión de las verdades religiosas”.