Entre los múltiples aspectos del proceso revolucionario, que está demoliendo los valores de la Civilización cristiana, está subestimar o negar las nociones de bien y mal, del pecado original y de la Redención.

La Revolución niega el pecado y la Redención
La Revolución es, como vimos, hija del pecado. Pero si lo reconociese, se desenmascararía y se volvería contra su propia causa. Así se explica por qué la Revolución tiende, no sólo a silenciar la raíz de pecado de la cual brotó, sino también a negar la propia noción de pecado. Negación radical que incluye tanto la culpa original cuanto la actual
Medios para reavivar la noción del bien y del mal
Por ello, es necesario reavivar la noción del bien y del mal. Esto se puede realizar de varios modos, entre los cuales:
- Evitar todas las formulaciones que tengan sabor de moral laica o interconfesional, pues el laicismo y el interconfesionalismo conducen, lógicamente, al amoralismo.
- Resaltar, en las ocasiones oportunas, que Dios tiene el derecho de ser obedecido, y que, por tanto, sus Mandamientos son verdaderas leyes, a las cuales nos conformamos en espíritu de obediencia, y no sólo porque ellas nos agradan.
- Acentuar que la Ley de Dios es intrínsecamente buena y conforme al orden del universo, en el cual se refleja la perfección del Creador. Por lo que debe no sólo ser obedecida, sino amada, y el mal no sólo debe ser evitado, sino odiado.
- Divulgar la noción de un premio y de un castigo “post mortem”.
- Favorecer las costumbres sociales y leyes en que el bien sea honrado y el mal sufra sanciones públicas.
- Favorecer las costumbres y las leyes que tiendan a evitar las ocasiones próximas de pecado e incluso aquello que, teniendo mera apariencia de mal, pueda ser nocivo a la moralidad pública.
- Insistir en los efectos del pecado original sobre el hombre y su fragilidad; en la fecundidad de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo así como en la necesidad de la gracia, de la oración y de la vigilancia para que el hombre persevere.
- Aprovechar todas las ocasiones para señalar la misión de la Iglesia como maestra de virtud, fuente de la gracia y enemiga irreconciliable del error y del pecado.
Revolución y Contra-Revolución, Capítulo X, La Contra-Revolución, el pecado y la Redención