Las recientes visitas a nuestro País del Príncipe Harry de Inglaterra y del Príncipe Alberto de Mónaco han puesto en los titulares nacionales a la realeza Europea.
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Más aún, la reciente subida del Príncipe de Asturias al trono de España como rey Felipe VI ha sido noticia en todo el mundo y sus fotografías han copado las primeras páginas de diarios y revistas.
Por su parte, la reina de Inglaterra nunca ha dejado de ser noticia, desde su coronación a los 18 años hasta los 88 años actuales. Durante setenta años de reinado, ha permanecido siempre como una figura que corresponde con lo que millones de personas esperan de la dignidad, compostura y elevación de una reina.
Quien sabe, más de algún lector viendo estas noticias, se habrá preguntado si sería factible que en Chile también tuviéramos una reina, y en el caso de que la tuviéramos cómo sería ella.
A quienes se han hecho esa pregunta, y a quienes no se la han hecho, queremos dedicarles este programa, para decirles que Chile sí tiene una Reina y un gran Reina.
Un Reina ciertamente más importante, poderosa y buena de que todas las reinas que hemos conocido. Nuestra Reina es reina del Cielo y Madre de Dios y celebraremos su fiesta el próximo día 16 de julio consagrado a la Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile y Generala Jurada de las Fuerzas Armadas y de Orden.
Para darnos cuenta de qué significa tener una Reina en el Cielo, pensemos un poco cómo nos gustaría que fuese una reina perfecta en la tierra.
La primera objeción que algunas personas colocan a la idea de la realeza es que ellos están tan encima del resto de la población que es muy difícil poder tener un acceso directo a los reyes, y por lo tanto, en el terreno práctico, para la vida de cada ciudadano común, es como si ellos no existieran (una objeción, dígase de paso, que ya no tiene ningún sentido porque la democracia se ha degenerado tanto que los gobernantes están hoy más distantes del pueblo que los monarcas).
De todas maneras, en el caso de nuestra Reina, esa objeción no se aplica. La Reina del cielo nos ve a cada uno de sus hijos como si fuéramos su hijo único; y cuida de nosotros, de cada uno de nosotros, con la suma del cariño de todas las madres de esta tierra tienen por su hijo único.
Por nuestra parte, podemos recurrir a Ella con la confianza de sabernos oídos así. En cada una de nuestras dificultades, penas y alegrías, podemos festejarlas o consolarnos junto a Nuestra Madre del cielo.
Luego Ella está muy cerca y nosotros estamos siempre bajo su mirada protectora.
Otra objeción que algunos tienen hacia los reyes de nuestra época es que ellos son más figuras decorativas de que realmente monarcas gobernantes, pues la voluntad real no tiene casi consecuencias legislativas.
En el caso de nuestra Reina, esa objeción tampoco se aplica. Ella es la Madre de Dios y la tesorera universal de todas las gracias divinas. Ahora, todo lo que existe en el mundo visible e invisible es fruto de la obra creadora de Dios y está bajo su permanente gobierno, al punto de que si por absurdo Dios dejase de sostenerlo, todo pasaría a ser nada, dejaría de ser, pues el único Ser por excelencia y absoluto es Él.
Por lo anterior, el gobierno tanto de las cosas más pequeñas hasta las más altas, desde el canto de un pájaro o el brotar de una flor, hasta las leyes que rigen las constelaciones y los astros más elevados, dependen de Dios. Él tiene un gobierno efectivo y real sobre todo y todos.
Sucede que Él quiso, por su soberana voluntad asociar a su Madre Santísima al gobierno de todas las cosas, como un rey puede querer que su madre sea co-regente del reino. Ella es por lo tanto Reina no sólo de derecho, por ser Madre de Dios, sino también de hecho, pues Dios le ha dado esa singular prerrogativa al asociarla a la Redención del género humano y al nombrarla Tesorera Universal de todas las gracias de Dios Padre, de todos los méritos de su Hijo y de todos los dones del Espíritu Santo.
Otra objeción de algunos contra la realeza es que siendo los reyes normalmente poderosos, ricos e importantes, poco se preocupan de sus súbditos, pues suponen equivocadamente estos objetores, que quien tiene mucho normalmente no se preocupa del que no tiene nada.
Comencemos por decir que esa objeción es injusta en relación a los que tienen, pues ha habido y sigue habiendo un buen número de personas que tienen mucho y que donan gran parte de su fortuna para bien de los otros. Todas las fundaciones de beneficencia están basadas en patrimonios de particulares donados para causas realmente humanitarias. Eso ha sido así desde que Nuestro Señor, siendo Dios quiso venir a la Tierra e instaurar el reino de la caridad.
Ahora, si esa ley de la caridad rige entre los reyes y los hombres cristianos, en el caso de nuestra Reina, su aplicación es insondablemente mayor.
Dios siendo infinitamente perfecto, en rigor no necesitaba de nadie para operar la obra de la Redención del pecado de nuestro primeros Padres. Sin embargo, Él quiso asociar a María Santísima, para encarnarse en su seno virginal, crecer en la casa de Nazaret y tenerla a Su lado en el momento de entregar su vida por la humanidad.
Esa voluntad de asociar a Nuestra Señora en la difusión de los frutos de la Redención, Jesús la expresó en lo alto de la Cruz, cuando le dio María como Madre a San Juan, el único discípulo que estuvo a los pies del Calvario, simbolizando a todos los verdaderos discípulos a lo largo de la historia.
Es lo que nos cuenta el propio San Juan en su evangelio: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, he ahí a tu hijo». Luego dice al discípulo: «He ahí a tu madre»
Por lo tanto nuestra Reina, es al mismo tiempo nuestra Madre, y como tal Ella nunca está lejos o desinteresada de cada cosa que nos pueda afectar.
A todas las consideraciones anteriores hay una última dificultad que queremos resolver.
Hay quienes objetan que siendo Dios nuestro único fin, el colocar un intermediario entre El y nosotros, es alejarnos del fin último, o sea de Dios. A esa objeción contesta un gran santo mariano, San Luis Grignion de Montfort, que predicó en Francia a comienzos del siglo XVIII.
En ese entonces, que no existían autos ni aviones, los caminos eran todavía muy agrestes y rudimentarios. Entonces el santo se sirvió de algo que era muy cercano a todos para explicar la necesidad de la devoción a la Virgen. Decía él que Dios siendo perfecto, para venir a la Tierra y hacerse hombre debía haber escogido el camino más perfecto, pues Él hace todas las cosas perfectas. Ahora, nosotros para ir a Él debemos escoger el mismo camino que Él tomo, que es el más fácil, el más corto y el más santo. ¿Y cuál fue ese camino? María, en cuyo virginal seno Él quiso encarnarse, en cuya casa quiso crecer y en cuyos brazos fue descendido de la cruz.
Tomemos entonces este camino para ir a Dios y celebremos con júbilo el día de Nuestra Reina, la Virgen del Carmen, Patrona de Chile y Generala jurada de nuestra Fuerzas Armadas y de Orden.