Los niños son a menudo ingenuos, limitados y frágiles, pero sobre todo son inocentes: ellos siempre constituyen una lección para nosotros.
Quizá lo más genial en ellos es su capacidad de admirar todo aquello que les es superior. Admiración incondicional, encantada y llena de generosidad.
¿Podemos medir bien el crimen que representa el hecho, de que hoy en día, les sean enseñadas a estos niños todo tipo de aberraciones en clases de educación sexual obligatoria?
Por eso, las palabras de Nuestro Señor quizá resuenen con mayor fuerza en nuestros días:
«¡Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeñuelos!… más le valiera atarse un piedra de molino al cuello y echarse al mar».
Gracias
Salve María..