En su edición del domingo pasado, (11/01/09), el diario “La Tercera”, informa de un nuevo fenómeno social. Se trata de padres, ya bien pasados los 40, que se inscriben en Facebook para proponer a sus sorprendidos hijos “ser amigos”.
El fenómeno se ha propagado de tal forma que ya se han constituido grupos de adolescentes para cerrar las puertas a sus padres en Facebook. Alegan ellos que ese es “su espacio”, y que no corresponde que un padre o una madre proponga a sus hijos “ser amigos” a través de la pantalla del PC. “No es mi amiga, ¡es mi mamá!“, declara uno de los jóvenes entrevistados.
Sin embargo, el fenómeno no se limita al tema de Facebook, ya que aflora en numerosos comportamientos de los cada vez más numerosos “neo-adolescentes”. Según la referida noticia: “La ocupación de los espacios juveniles por parte de adultos es total; lenguaje, ropa, íconos musicales y redes sociales“.
Afirma el sociólogo infanto”juvenil, de la Clínica Santa María, Juan Pablo Westphal: “Se han ido perdiendo los límites privativos: es cada vez más difícil identificar cuál es tu terreno y cuál es el de los jóvenes“.
Se puede preguntar si este fenómeno universal enriquece o empobrece a la sociedad en su conjunto.
A primera vista, un espíritu superficial diría que la enriquece pues, siendo la adolescencia la edad donde la vida se presenta en sus aspectos más alegres, fáciles y atrayentes, el hecho de que muchos participen de ese espíritu torna a la sociedad más alegre y optimista.
Sin embargo, los mismos que así piensan y que exaltan apasionadamente el valor de la diversidad, en materia de edades están actuando para reducir sus conductas a las que se deben adoptar en una sola etapa de la vida.
En realidad, la diversidad “cuando ella no es fruto del absurdo, sino de la naturaleza, como es el caso de las diversas edades de la vida, con sus características bien definidas” obviamente enriquece al conjunto.
Por lo tanto, una sociedad con una sola edad, en la que se van confundiendo insensiblemente niños, adultos y ancianos, es una sociedad que va amputando las características propias de la naturaleza humana, tal cual Dios la creó y de este modo no puede sino empobrecerla.
Una sociedad en la que ya no se ve la sonrisa inocente de un niño, o la mano protectora de un padre, ni se oye el consejo lleno de experiencia de una abuela, porque todos, niños, padres y abuelos quieren parecer adolescentes, obviamente se priva de la belleza de la sana diversidad.
Para concluir le proponemos que realice un test en estas vacaciones: analice los ambientes que visite y vea si ellos se caracterizan por la convivencia armónica de las diversas personalidades, con sus formas propias de ser y de presentarse; o si, por el contrario, son el reflejo de una unanimidad en la que todos quieren parecer eternamente adolescentes.
Y si Ud. ya no es un adolescente, podrá ciertamente comparar esta triste situación con el feliz tiempo en que podían convivir adultos, ancianos y niños sin complejos ni ansiedades.