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Mahoma renace

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Ofrecemos a nuestros lectores la traducción literal de este artículo del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira por su sorprendente actualidad. Escrito en 1947, alerta contra la inercia de Occidente ante el peligro del despertar musulmán.

Los bárbaros invaden Roma

Cuando estudiamos la triste historia de la caída del Imperio Romano de Occidente, nos cuesta comprender la miopía, la displicencia y la tranquilidad de los romanos ante el peligro que iba tomando cuerpo. Roma sufría para colmo, un arraigado hábito de vencer. A sus pies estaban las más gloriosas naciones de la Antigüedad: Egipto, Grecia, toda Asia. La ferocidad de los celtas estaba definitivamente ablandada. El Rhin y el Danubio constituían para el Imperio una espléndida defensa natural. ¿Cómo recelar que los bárbaros, que vagaban por las selvas vírgenes de Europa Central, pudiesen poner en serio riesgo tan inmenso edifico político?

Acostumbrados a esta visión, los romanos no tuvieron la flexibilidad de espíritu para comprender la nueva situación que, poco a poco, se iba creando. Los bárbaros atravesaron el Rhin, comenzaron sus invasiones; delante de ellos la resistencia de las legiones resultó débil, indecisa, insuficiente. No obstante, los romanos continuaron ignorando el peligro, cegados por la sed absorbente de los placeres, por una parte, y víctimas de una ilusión por otra, por lo que se llamaría en la detestable terminología freudiana un «complejo» de superioridad. Es lo que explica la tranquilidad mortal en la que hasta el fin se mantuvieron.

Aunque consideremos dentro de este conjunto el misterio de la inercia romana, el cuadro nos parece singular y, quizás, un tanto forzado. Lo comprenderemos mucho mejor, más en vivo, si consideramos otro gran misterio que ocurre ante nuestros ojos y del cual somos, en cierto modo, participantes: la gran inercia del Occidente cristiano ante la resurrección de la gentilidad afro-asiática. El tema es demasiado vasto para tratarlo en bloque. Bastará para que lo comprendamos bien, que consideremos un sólo aspecto del fenómeno: la renovación del mundo musulmán. (Ver nota[1])

Es un tema que el LEGIONARIO, ya habituado a no ser comprendido, ha abordado con una insistencia que ha parecido a veces inoportuna. Pero la cuestión merece ser examinada una vez más.

Recordemos rápidamente algunos datos generales del problema.

Como se sabe, el mundo mahometano abarca una franja territorial que comienza en la India (En la época, Pakistán y Bangladesh aún hacían parte de la India), pasa por Arabia y Asia Menor, alcanza Egipto y termina en el Océano Atlántico. La zona de influencia del Islam es inmensa desde todos los puntos de vista: territorio, población riquezas naturales. Pero hasta hace poco tiempo, ciertos factores inutilizaban de modo casi completo todo ese poderío. El vínculo que podía unir a los mahometanos de todo el mundo sería, evidentemente, la religión del «profeta». Pero ésta se presentaba dividida, débil, y totalmente carente de hombres notables en la esfera del pensamiento, del mando o de la acción. El mahometanismo vegetaba, y esto parecía ser suficiente para el celo de los altos dignatarios del Islam. El gusto por el estancamiento y por la vida meramente vegetativa era un mal que alcanzaba también la vida económica y política de los pueblos mahometanos de Asia y de Africa. Ningún hombre de valor, ninguna nueva idea, ninguna empresa verdaderamente grande podía llevarse adelante en esta atmósfera. Las naciones mahometanas se cerraban cada cual sobre sí misma, indiferentes a todo cuanto no fuese el deleite tranquilo y menudo de la vida cotidiana. Así vivía cada una en un mundo propio, diversificada de las otras por sus tradiciones históricas, profundamente diversas, separadas todas por su recíproca indiferencia, incapaces de comprender, desear y realizar una obra común.

En este cuadro religioso y político tan deprimido, el aprovechamiento de las riquezas naturales del mundo mahometano ‒riquezas que, consideradas en su conjunto, constituyen uno de los mayores potenciales del globo‒ era evidentemente imposible. Todo era ruina, disgregación y entorpecimiento.

Así arrastraba sus días Oriente, mientras que Occidente llegaba al ápice de su prosperidad. Desde la era victoriana, una atmósfera de juventud, de entusiasmo y de esperanza soplaba en Europa y América. Los progresos de la ciencia habían renovado los aspectos materiales de la vida occidental. Se daba crédito a las promesas de la Revolución y, en los últimos años del siglo XIX, se esperaba que el siglo XX fuese la era de oro de la Humanidad.

La ceguera en que se encuentra Occidente frente a este peligro fue ilustrada en las redes con esta foto

Un occidental colocado en este ambiente se persuadía profundamente de la inercia y de la impotencia de Oriente. La posibilidad de una resurrección del mundo mahometano le parecía algo tan irrealizable y anacrónico, cuanto el retorno a los trajes, a los métodos de guerra y al mapa político de la Edad Medía.

De esta ilusión vivimos todavía hoy. Y, como los romanos, fiándonos de que el Mediterráneo nos separa del mundo islámico, no percibimos los fenómenos nuevos y extremadamente graves que ocurren en las tierras del Corán.

Es difícil abarcar, en un sintético análisis, fenómenos tan vastos y ricos como éste. Sin embargo, de un modo muy general, se puede decir que, después de la I Guerra Mundial, en todo el Oriente ‒y entendemos esta expresión en un sentido muy lato; abarcando en su totalidad las zonas de civilización no cristiana de Asia y de Africa‒ comenzó a darse un fenómeno de reacción anti-europea muy pronunciado. Esta reacción comportaba dos aspectos un tanto contradictorios, pero ambos muy peligrosos para Occidente. Por una parte las naciones orientales comenzaban a sufrir con impaciencia el yugo económico y militar de Occidente, manifestando una aspiración cada vez más pronunciada a la soberanía plena, a la formación de un potencial económico independiente y de grandes ejércitos propios. Esta aspiración llevaba consigo, evidentemente, una cierta “occidentalización», es decir, la adopción de la técnica militar, industrial y agrícola moderna, del sistema financiero y bancario euro-americano. Por otra parte, sin embargo, este brote patriótico provocaba un “renouveau” de entusiasmo por las tradiciones nacionales, costumbres nacionales, culto nacional, historia nacional.

Es superfluo añadir que el espectáculo degradante de la corrupción, y de las divisiones a las que estaba expuesto el mundo occidental, concurría para estimular el odio a Occidente. Esto trajo consigo la formación en todo Oriente, de un nuevo interés por los viejos ídolos, de un «neo-paganismo» mil veces más combativo, resuelto y dinámico que el antiguo paganismo. Japón es un ejemplo típico, ultra típico tal vez, de todo este «processus» que intentamos describir. El grupo ideológico y político que lo elevó a la categoría de gran potencia y que ambicionó para él el dominio del mundo fue precisamente uno de estos grupos neopaganos obstinadamente apegados a los viejos conceptos de divinidad del Emperador, etc.

Un fenómeno más lento y, sin embargo, no menos vigoroso que el de Japón, se dio en todo el mundo oriental. India está en la inminencia de conquistar, en virtud de este fenómeno, su independencia (recuérdese que el presente artículo es de 1947). Egipto y Persia ocupan hoy en día una situación ventajosa en la vida internacional y progresan a pasos rápidos. Mucho antes de esto, Mustafá Kemal renovó Turquía.

Todas estas naciones, estas potencias podemos decir, se sienten orgullosas de su pasado, de sus tradiciones, de su cultura, y desean conservarlas con ahínco. Al mismo tiempo, se muestran ufanas de sus riquezas naturales, de sus posibilidades políticas y militares, y del progreso financiero que están alcanzando. Día a día se enriquecen, construyen ciudades dotadas de un aparato gubernamental eficaz, de una política bien dirigida, de universidades estrictamente paganas, pero muy desarrolladas, de escuelas, hospitales, museos, en fin, todo lo que para nosotros significa algún modo de poder y de progreso material. En sus arcas, el oro se va acumulando. Oro significa posibilidad de comprar armamentos. Y armamento significa prestigio mundial.

Es interesante notar que el ejemplo nazi impresionó fuertemente al Oriente. Si un gran país como Alemania tiene un gobierno que abandona el cristianismo y no se sonroja de volver a los antiguos ídolos, ¿qué hay de vergonzoso en que un chino o un árabe permanezcan en sus religiones tradicionales?

El nervio vital del islamismo revive en todos esos pueblos

Todo esto transformó al mundo islámico, y determinó en todos los pueblos mahometanos, de India a Marruecos, un estremecimiento que significa que el sueño milenario en que estaban sumergidos ha acabado. Pakistán ‒Estado musulmán hindú, en vísperas de independizarse‒ Irán, Irak, Turquía, Egipto, son los puntos altos del movimiento de resurrección islámica. Pero en Argelia, en Marruecos, en Libia, en Túnez, la agitación también se intensifica. El nervio vital del islamismo revive en todos esos pueblos, haciendo renacer en ellos el sentido de la unidad, la noción de los intereses comunes, la preocupación por la solidaridad y el gusto por la victoria.

Nada de esto quedó en el aire. La Liga Arabe, una confederación vastísima de pueblos musulmanes, une hoy a todo el mundo mahometano. Constituye una unidad contraria a lo que fue la Cristiandad en la Edad Media. La Liga Arabe actúa como un vasto bloque ante las naciones no árabes y fomenta por todo el norte de Africa la insurrección. La evasión del gran mufti fue una clara manifestación de la fuerza de esa Liga. La puesta en libertad de Abd-El-Krim es más que esto, pues reafirma el propósito deliberado en que está la Liga de intervenir en los asuntos de Africa Septentrional, promoviendo la independencia de Argelia, Túnez, Tripolitania y Marruecos.

¿Será preciso tener mucho talento, mucha perspicacia, informaciones excepcionalmente buenas para percibir lo que significa este peligro?


[1] En junio de 1947, el profesor Plinio Corrêa de Oliveira escribía en el semanario LEGIONARIO, órgano oficial de la Archidiócesis de San Pablo (Brasil), el presente artículo. En la época, a más de uno le habrá parecido exagerado.

Sin embargo, más de 60 años después, y pese a que algunos hechos previstos en el artículo pertenecen ya al pasado como la independencia de la India, o la de los países del Norte de África, el análisis que ofrece no sólo mantiene plena actualidad sino que muestra una vez más la penetrante visión del autor y la capacidad de discernir, con mirada de águila, las más intrincadas situaciones por las que el mundo va pasando.

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18/03/2022 | Por | Categoría: Decadencia Occidente
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