Silencio desinteresado
En el corazón de las sociedades contemporáneas, agitadas, ruidosas y caóticas, se va formando una zona de desinterés.
Una zona inmensa, que ya apartó de las urnas a una impresionante masa de electores. Desinterés silencioso, que revela su fuerza solamente por la omisión.
Un fenómeno universal
¿Cuál es la causa de este fenómeno? Digamos antes de nada que no constituye un fenómeno de una nación u otra. Su porte es universal. También en nuestro país se puede sentirlo. Esta zona apareció a la luz pública, por ejemplo, en las elecciones de los últimos años por una creciente abstención de los electores.
Por eso, sería vano procurar una explicación local. Sólo una causa universal podría engendrarlo.
Auscultando ese silencio apático, como se presenta en nuestro país, y tomándolo como una muestra del silencio universal, creo poder alinear algunos factores explicativos.
Un bombardeo de información
Antes de nada, un inmenso cansancio. Continuamente el hombre recibe hoy novedades que lo deslumbran o lo asustan, pero que en todo caso lo hacen vibrar. En todo momento, también, se le mete por los oídos una música o un eslogan. Al respecto de cualquier cosa se enfrenta a una estadística o a un cuestionario, que le revela la existencia de un problema nuevo, sobre el cual se le pide que opine. A toda costa se le quiere obligar a «participar» de todo. El hombre moderno es así solicitado para una vida colectiva intensísima.
Dócil, vibra con todas las noticias, oye todas las músicas, ingiere todos los eslóganes, examina todas las estadísticas y se preocupa con todos los problemas.
Pero en las profundidades de su alma nace, al mismo tiempo, una sensación de inadaptación, de angustia y de vacío.
El abandono del mundo interior
Es que, antes de ser materia prima para la propaganda, sociológica o política, el hombre es un ser racional y libre, que lleva en sí un mundo interior. Este mundo interior, o lo cultiva con amor y cuidado, o se transformada en una jungla interna, de la cual saltan los más inesperados fantasmas. Privado por la excesiva «participación» de su centro de gravedad interior y personal, el hombre entra en un desvarío.
La verdadera felicidad sólo nace de la Verdad
Para defenderse, se desinteresa de todo. Entra en el silencio. Y se abstiene.
Esos silenciosos en la sociedad de Occidente son en su conjunto algo vagamente parecido con la Iglesia del Silencio del mundo comunista. No porque sean reducidos al silencio por la violencia policial, sino porque nadie los percibe, nadie los entiende, nadie los representa. Sólo el bullicio tiene ciudadanía. Puestos al margen, ellos se callan.
Una inmensa perplejidad
Pero no es sólo esto. Hay en los silenciosos del Occidente una inmensa perplejidad. La farándula de las ideologías enloquecidas, la danza endiablada de las contradicciones estruendosas, del cinismo agresivo, de las indumentarias delirantes, todo esto suscita en numerosas personas una pregunta que, porque no es «moderna», pocos se atreven a hacerla, pero que atormenta a muchos: ¿dónde iremos a parar? ¿A qué cataclismos vamos siendo arrastrados?
El silencioso no está sólo cansado. Está perplejo. Perdido.
– ¿Está al margen de la vida?
– Creo que no. Él representa lo que resta de sentido común en la humanidad. Es la vida la que está al margen del sentido común.
Este es, a mi modo de ver, el significado más profundo de este tan marcado avance del silencio en Occidente…
«Folha de S. Paulo», 19 de noviembre de 1972 (Extracto adaptado)