Las instituciones se modelan de acuerdo con el modo de pensar y actuar de los miembros de la sociedad. La historia la escribimos todos y en cada día. No esperemos la solución de las crisis actuales de un azar.
Cuando éramos niños circulaba una multitud de anécdotas irreverentes sobre una cierta cuadratura o ingenuidad que se solía atribuir a los alemanes. Los personajes que encarnaban esa mentalidad eran Don Otto y Don Federico.
Una de esas anécdotas situaba a Don Otto viajando en un transatlántico. Una noche, D. Federico ‒que era su amigo inseparable‒ vino a despertarlo con gran alboroto:
- “Don Otto, el barco se hunde”.
Don Otto lo miró de alto abajo y le respondió con toda calma:
- “Y a mi qué me importa: el barco no es mío”.
Anécdota expresiva
Pensando en la actitud que muchos de nuestros contemporáneos adoptan frente a las múltiples crisis que nos afectan, me hizo comprender que esta anécdota no se aplica sólo a los alemanes.
Podemos constatar que no son pocos los chilenos ‒y no sólo los chilenos‒ que toman análoga actitud.
Ellos piensan que adoptar una posición escéptica frente a todas las instituciones y personas que nos rodean los mantendrá indemnes. “Y a mí, qué me importa si esas instituciones no son mías”, parecen decir. Que la familia, la Iglesia, la educación, etc., estén en una pavorosa situación, parece no preocuparles.
Esta es la posición del egoísta que dice: “Ande yo caliente y ríase la gente”, sin comprender que él está en el mismo barco y que, tarde o temprano, esas situaciones le afectarán sin remedio.
El «bunker» de la indiferencia. El experimento de Pavlov
Este tipo de gente parece ignorar que existe un orden natural, que ha sido violado de todos modos, y que esa transgresión es la causa de todos nuestros males.
Y no pensemos que la situación actual permanecerá eternamente como está: si no reaccionamos de modo eficaz, lo que nos espera es el caos; un caos probablemente saturado de violencia.