Aristóteles identificó los hábitos alimenticios del hombre como una de las piedras angulares de la civilización, una de las dos actividades que resaltan la naturaleza de la excelencia del hombre (o su barbaridad). La importancia de comer para la condición humana debe ser evidente para todos.
Pero, ¿cuál es el problema de comer como resulta de la religión, los filósofos antiguos y el modo de vida tradicional?
Comer, tradicionalmente, ha sido una experiencia social, ritual y comunitaria.
Desde la cena religiosa hasta la comida familiar, el sentido de comunidad y sociabilidad se extiende a través de los hábitos alimenticios cultos.
En la comida comunitaria los individuos se reúnen en unidad.
De la atomización a la cohesión social.
El caos de las vidas egocéntricas se manifiesta en el caos y la falta de armonía que nos rodea.
Hace cincuenta años, habría sido impensable no tener un tiempo establecido para la comida familiar. Hoy en día, es común que las familias hayan olvidado la importancia de la comida familiar, ya que cada miembro come en su propio horario en base al bramido de sus propios apetitos.
Esto refleja nuestra creciente atomización, aunque se tenga la ilusión de cohesión y unidad.
La prevalencia de las comidas familiares es difícil de medir. Un poco más del 50% de las familias dicen tener comidas familiares cinco días a la semana, lo que es un triste reflejo de los momentos en que vivimos. De este 50%, ¿cuántas de esas comidas son cálidas, en las que se conversa con calma?
Comer rápido
El énfasis está en el comer rápido para volver a las vidas «ocupadas» e individualistas que vivimos. Si todos están «presentes» pero no están atañidos, ¿puede esto considerarse como una verdadera comida familiar en el sentido tradicional?
¿Cuánta gente come rápidamente, está preocupada con sus teléfonos o simplemente quiere pasar a la siguiente cosa que les espera?
Un evento social es siempre algo íntimo y lento, dos cosas de las que la “sociedad” moderna desea alejarse.
La palabra sociedad invoca la idea de intimidad. Ella proviene de la palabra latina socius que significa amigo. Un amigo es alguien que conoces, alguien con quien pasas tiempo, alguien que tiene un papel íntimo en tu vida.
La importancia de la amistad era conocida por los antiguos filósofos. Aristóteles señaló en la Ética que la amistad es entrega de sí mismo. Los amigos se amaban por su propio bien y siempre buscaban lo mejor para el otro.
Para San Agustín, la amistad era una de las necesidades de la vida temporal, y que ésta se basaba en la confianza entre las partes: traicionar esa confianza era uno de los “pecados” más abominables que uno podía cometer (de ahí la razón por la cual traicionar la confianza de amigos, benefactores y familiares son castigados tan severamente en el Infierno de Dante).
En lugar de dedicar tiempo a nuestros amigos y familiares, perdemos nuestro tiempo en nosotros mismos. Se regresa a casa del trabajo e inmediatamente se busca una comida para satisfacer su apetito en lugar de esperar a los otros para comer.
La satisfacción del deseo personal
Satisfacer el deseo personal sin preocuparse por los demás es una encarnación sutil pero trágica del egoísmo. Porque en ese momento nada más en el mundo importa, excepto uno mismo y los deseos del yo.
A los modernos se les dice que «el tiempo es dinero». Una hora dedicada a la comida familiar es considerada una hora desperdiciada: uno podría haber «disfrutado» con videojuegos, en las redes sociales para obtener cientos o miles de «me gusta», de personas sin rostro que uno nunca conoció.
Las horas dedicadas a desayunar, almorzar o cenar con amigos son consideradas horas malgastadas.
Comer juntos, como un evento social, debe consumir tiempo porque se supone que es una experiencia íntima donde la amistad ‒la verdadera amistad‒ se experimenta, se reaviva y el amor se encuentra en el centro de la mesa.
Es, a su manera, un llamado al sacrificio. Sacrificar el propio tiempo por el otro. Sacrificar los propios deseos impetuosos para pasar tiempo con los demás.
La falta de gratitud
Las oraciones que se decían tradicionalmente antes y después de las comidas reconocían el rol del sacrificio involucrado en la alimentación social. Reconocían el sacrificio que otros hicieron para preparar la comida, su regalo para otros.
Lo menos que uno podría hacer para devolver este sentimiento es expresar su agradecimiento a quienes trabajaron con amor para lograr la comida que une a varias personas.
La acción de gracias después de la comida también reconoce al otro incluso después de haber sido saciado personalmente por la comida y la buena compañía.
Aristóteles tenía razón en que los hábitos alimenticios del hombre eran una de las características de su finura. La civilización proviene de la palabra latina civitas, ciudad, y la ciudad está ordenada a algo más grande que el yo.
La cultura nace de lo que se aprecia
Todas las civilizaciones están ordenadas a algo. La cultura proviene de este ordenamiento porque cultura, culto, significa cuidado y estima. Lo que las personas tienen como finalidad es lo que les importa, y lo que les importa es lo que vendrán a apreciar. Su trabajo es un reflejo de lo que realmente les importa.
Una civilización ordenada al yo y a los deseos del yo es una cultura hueca, nihilista y destructiva.
Trata a los demás como instrumentos para sus propios fines egocéntricos. Utiliza el alma y la subjetividad de un humano para su ventaja y placer.
Sitúa al yo en el centro del universo sin necesidad de sacrificarse por los demás y, por lo tanto, no necesita amar a los demás. Por esto, no hay tiempo para dar a los demás. Todo el tiempo es para uno mismo.
El cristianismo entendió la centralidad de la comida, el amor y el sacrificio que corrieron a través del simbolismo ordenador y vivificante de la comida. Porque, ¿quién hizo mayor sacrificio al ofrecerse a sí mismo como comida para sanar y traer vida al mundo que Cristo?
La comida —la Eucaristía— es el foco central de la liturgia cristiana. Es íntimo. Es personal. Es sacrificial. Por otra parte, la comida lleva al orden. Atrae a la mesa al yo aislado, dispar, caótico y alienado; a la mesa que trae orden, amor y vida al mundo.
Comida y cultura
La comida cristiana es también de naturaleza filial. El cristiano pertenece a una familia temporal pero también a la familia eterna y Divina, que trasciende el espacio y el tiempo. Los cristianos se reúnen como una sola familia junto a la Mesa del sacrificio y el amor, donde el deseo es verdaderamente saciado; el orden, la paz y la satisfacción también se encuentran finalmente en la Mesa de la Cena del Señor.
El sacrificio amoroso de Cristo es el mayor don de sí mismo para el mundo y la atracción a esta comida reorienta el corazón del yo a los demás, al orden, la sociabilidad y el amor.
La sociedad moderna, en sí misma es una parodia corrupta de lo que es la verdadera sociedad, no hay ningún lugar para el sacrificio y el sufrimiento.
Esta huida del sufrimiento, que eventualmente conduce a la eliminación del sacrificio, es lo que une a los filósofos liberales desde Hobbes y Locke a Mill y Rawls.
Como tal, la sociedad moderna llegará a reflejar lo que le importa y aprecia. Y lo que a la sociedad moderna le importa y interesa es el yo aislado y atomizado mutilado del mundo de las relaciones y la intimidad.
Si el amor exige sacrificio y sacrificio significa el don de sí mismo a otro, la filosofía moderna busca destruir el amor, porque el sacrificio lleva al sufrimiento y el sacrificio coloca a otro, en lugar de a uno mismo, en el centro de la vida.
Por lo tanto, el mundo moderno necesita rechazar a Cristo; no tiene lugar para él como el Hijo de Dios encarnado y sacrificado. (Donde Cristo perdura, es transformado en un portavoz del último zeitgeist [1] liberal).
Esta es también la razón por la cual el mundo moderno necesita comer solo; no hay lugar para otros, los sacrificios involucrados en preparar y llevar a cabo la comida comunitaria, y no hay lugar para dar gracias a los demás porque esto suplantaría al ego del yo como la cumbre principal de lo que a uno le preocupa y valora.
El auge de la sociedad consumista, que alimenta el apetito de los egos desordenados, coincide con la comida rápida, de producción masiva y barata.
El triunfo de McDonalds no es el triunfo del capitalismo corporativo, sino el triunfo del individuo liberado, cuya única preocupación en la vida es alimentar sus propios deseos. Es el triunfo del liberalismo en su verdadera forma y expresión.
La decadencia de la familia
A medida que nuestro mundo se despersonaliza, se aísla y se atomiza, nuestros hábitos alimenticios ‒nuestra cultura alimenticia‒ reflejan esta nueva realidad: la pérdida de la sociabilidad; la pérdida del relacionamiento; el declive de la familia.
La comida nos llama al orden, da vida a quienes participan en ella, y reúne a las personas en relaciones íntimas, coloca a los demás, a la acción de gracias y a la amistad en el centro del mundo.
La comida familiar y la Eucaristía cristiana siguen siendo la fuente de la verdadera transformación, la cumbre de la reorientación, de la cultura de regreso a las cosas permanentes y a la piedra de construcción de la civilización.
Nota del editor: la pintura presentada es «Automat» (1927) de Edward Hopper (1882-1967).
[1] Zeitgeist, palabra de origen alemán que significa “espíritu del tiempo”