El imperio Romano de Occidente pereció en virtud de una inmensa “agitación social”, no una agitación social física, sino moral.
Toda la sociedad romana, en Italia, como en las Galias o en Iberia, estaba radical y absolutamente corrompida; por esto y sólo por esto consiguieron los bárbaros dominar a los romanos. Esta “agitación social” llevó pues a la sociedad y al Estado romano a la ruina, ya que ni siquiera existía en el Imperio una lucha de clases.
Es un error suponer que en los días que corren los problemas sociales consisten únicamente en la lucha entre proletarios y burgueses. Sufrimos de un fenómeno social de descomposición de los caracteres y de las instituciones, absolutamente tan vasto, tan profundo, tan violento, cuanto el Imperio en sus últimos días. Apenas agrava esta situación el que nosotros tenemos además las agitaciones sociales, que el Imperio no tenía.
Todos los días se quiebra un poco más de lo que nos resta de nuestra civilización cristiana. Aquí es un principio que se niega, allí es una tradición que se restringe, allá una sana costumbre que se revoca. Hoy somos menos cristianos que ayer, mañana seremos menos cristianos que hoy.
¿Tenemos también a los bárbaros? Sí, y dentro de las fronteras. En nuestros días no existe como en tiempo de los romanos, una división entre el mundo bárbaro y el mundo civilizado. En el mapa contemporáneo, no existen delimitadas con nitidez las dos zonas anteriores a la invasión: por un lado el territorio imperial, donde la civilización decadente arrastraba una existencia crepuscular; y por otro lado el mundo bárbaro que planeaba la invasión, el saqueo y la universal destrucción. Hoy los bárbaros viven dentro de nuestra civilización, y todavía más, son engendrados por las propias entrañas de ella. Y si bien no todos son bárbaros, se podría decir que no hay nadie que no tenga un qué de barbarie.
Los «moderados» y la decadencia de Occidente
Si todo cuanto se corroe, se araña, se quiebra del viejo edificio de la civilización cristiana dejase vestigios materiales, y si esos restos pudiesen ser recogidos y reunidos en un solo lugar, podríamos medir mejor con los ojos del cuerpo, lo que ni todo el mundo ve con los ojos del espíritu. Notaríamos entonces con horror, a qué proporción fantástica llega ese fenómeno de destrucción.
Considerando estas cosas, nos vienen a la mente esas imágenes de la Puerta del Sol de Madrid con sus “indignados”. Las calles de Londres con sus agitaciones violentas, y por qué no también las calles de Santiago con todos esos estudiantes, que están siendo manipulados por la izquierda e infiltrados por elementos anarquistas, constituyen en la actualidad los más visibles propulsores de este proceso de demolición.
¿Causas sólo económicas? Ciertamente están presentes, no sin embargo a título capital. Todas esas rebeliones no son sino un aspecto de la enorme crisis de caracteres contemporánea, que en último análisis no es sino una crisis religiosa.
¿Cómo calificar entonces la ingenuidad de aquellos que piensan, que resuelta la cuestión económica estará resuelto el problema?