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El callejón sin salida y la crisis contemporánea

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San Agustín demuestra que la doctrina católica es una gran salvaguarda para el Estado, cuando es fielmente observada
«Osen (los paganos) decir aún que esa doctrina es opuesta a los intereses del Estado!

Cada vez más va quedando claro que nuestra sociedad camina hacia un callejón sin salida.

El deterioro moral de la familia; la de casi todas las instituciones, desde los tribunales, pasando por los políticos y hasta las instituciones religiosas.

¿Existe una solución para esta situación?

Atengámonos a la imagen de una sociedad en que todos los miembros fuesen buenos católicos, trazada por San Agustín:

imaginemos «un ejército constituido de soldados como los forma la doctrina de Jesucristo; gobernadores, maridos, esposos, padres, profesores, siervos, reyes, jueces, contribuyentes, cobradores de impuestos ¡como los quiere la doctrina cristiana! ¡Y osen (los paganos) decir aún que esa doctrina es opuesta a los intereses del Estado! Por el contrario, es necesario reconocer sin duda que ella es una gran salvaguarda para el Estado, cuando es fielmente observada» (Epístola CXXXVII al. 5 ed. Marcellinum, cap. II, nº15).

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Así, en una sociedad en la que se practican los Mandamientos de la Ley de Dios como un fenómeno general, es inevitable que ella acabe estructurándose bien, porque con el estado de gracia viene la sabiduría; y con la sabiduría todas las cosas entran en orden.

Sin la gracia, nada funciona. Y si alguna cosa funciona, es peor que si ella no funcionara.

La civilización contemporánea, para llamarla de una manera generosa, se construyó sobre el rechazo de la gracia. Ella ha alcanzado algunos resultados estrepitosos, por ejemplo, en Estados Unidos.

Sin embargo, esos resultados acaban devorando al hombre. Nuestra época ha generado individuos afectados por psicosis de todo tipo.

¿Por qué?

Porque es un estado de cosas construido por el hombre, que parece ser una afirmación del hombre, pero que devora al hombre.

Es decir, el hombre sin la gracia o no construye nada, o construye una cárcel, una cámara de torturas, un palacio de delicias en el cual el sufre más que si estuviese en un campo de concentración.

Este abandono de la gracia, y del propio Dios, llevó a deterioro moral de los individuos y de la sociedad. Llevados por el orgullo y la impureza, los hombres acaban construyendo una con la doctrina católica.

El hombre virtuoso, el hombre humilde, del hombre puro, tiene apetencia de una sociedad de acuerdo a la doctrina católica. Pero una persona que se entrega al vicio del orgullo o al vicio de la impureza, comienza a formarse en ella una incompatibilidad con varios aspectos de la obra de Dios: una incompatibilidad con el carácter jerárquico de la sociedad civil o el carácter jerárquico de la Iglesia.

Después, comienza a rechazar el carácter jerárquico de la familia y finalmente toda y cualquier jerarquía. Es el camino del igualitarismo hasta llegar al comunismo.

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Cada vez más va quedando claro que nuestra sociedad camina hacia un callejón sin salida.

De un modo análogo, el hombre impuro tiene todos los elementos para incompatibilizarse con el orden establecido por Dios.

La impureza lo lleva a un total liberalismo: incompatibilidad con cualquier regla, con cualquier freno, con la existencia de una ley que circunscriba el trasborde de sus sentidos.

De ahí al rechazo de cualquier autoridad y al propio principio de la autoridad, es sólo un paso.

Entonces, a partir de la impureza y del orgullo, el hombre comienza a construirse una visión diametralmente opuesta a la obra de Dios. Este proceso puede extenderse a lo largo de varias generaciones.

En última instancia, llega a la aceptación de la gnosis, que es la doctrina de la Revolución.

Así, el problema de la revolución y contrarrevolución es un problema moral; es una cuestión religiosa.

Y en una obra del Santo Doctor, dirigiéndose a la Iglesia Católica, exclama:

«Conduces e instruyes a los niños con ternura, a los jóvenes con vigor, a los ancianos con calma, como comporta la edad no sólo del cuerpo sino del alma.

«Sometes las esposas a sus maridos, por una casta y fiel obediencia, no para saciar la pasión, sino para propagar la especie y constituir la sociedad doméstica.

«Confieres autoridad a los maridos sobre las esposas, no para que abusen de la fragilidad de su sexo, sino para que sigan las leyes de un sincero amor.

«Subordinas los hijos a los padres por una tierna autoridad.

«Unes no sólo en sociedad, sino en una como que fraternidad ciudadanos a ciudadanos, las naciones a las naciones, y a los hombres entre sí, por el recuerdo de sus primeros padres.

«Enseñas a los reyes a velar por los pueblos, y prescribes a los pueblos que obedezcan a los reyes.

«Honra, a quien el afecto, a quien el respeto, a quien el temor, a quien el consuelo, a quien la advertencia, a quien el estímulo, a quien la corrección, a quien la reprimenda, a quien el castigo; y haces saber de qué modo, que si no todas las cosas se deben a todos, a todos se debe la caridad y a nadie la injusticia». (De Moribus Ecclesiae, cap. XXX, nº63).

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12/01/2023 | Por | Categoría: Decadencia Occidente
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