Quizá fueran añoranzas de una vida civilizada, de un orden que se reflejase en la vida cotidiana, de un decoro que hiciese la vida verdaderamente digna de ser vivida.
Esta música me recuerda el ambiente de una de las últimas navidades de mi adolescencia, en que percibía aún vagos destellos y perfumes de un mundo civilizado que casi no conocí.
Yo fui de la generación de los que almorzaban con Coca-Cola, no les digo más.
Sin embargo, puedo recordar vagamente, manteles finos, cubiertos bien tallados con hojas en su extremo, paisajes dibujados en los platos de cerámica, el brillo de los objetos de la mesa a capricho de la luz del sol, conversaciones equilibradas y sensatas, compostura en la mesa, el perfume de los dulces, el aroma penetrante del café y del anís, alguna cosa de discreta e indefiniblemente festivo que me hacía sentirme bien tratado y acogido, y un sin fin de cosas que se armonizaban con todo este ambiente, y que con el paso de los años escapan a mi memoria.
El hábito no hace al monje, pero ¡cómo le ayuda!
Yo creo que todo esas sensaciones no estaban tanto en las cosas mismas, sino en mí.
Quizá fuera la añoranza de un orden que se reflejase en la vida cotidiana, de un decoro que hiciese la vida verdaderamente digna de ser vivida. Algo que como digo, infelizmente, escasamente conocí, pero que perduró en mi como algo que todavía brilla hasta el día de hoy.
Juan Barandiarán