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Estimado radioyente:
Ud. debe haber tenido noticias referentes al Sínodo sobre la Familia que se está llevando a cabo en Roma, con la presencia del Papa y de Obispos del mundo entero.
Ellas informan a respecto de diversas posiciones dentro del mundo católico respecto a cómo enfrentar la crisis por la cual hoy pasa la familia en el mundo entero, pero principalmente en los países más desarrollados, de Europa y de los Estados Unidos.
La asociación Acción Familia, naturalmente acompaña con interés los debates del Sínodo y tuvo la oportunidad de colaborar con la Filial Súplica enviada por 800.000 fieles y más de 200 Cardenales y Obispos, pidiendo a SS Francisco, una palabra esclarecedora y capaz de disipar la confusión, o sea una clara definición del matrimonio y de la familia de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Veamos en detalle los hechos. Como es de público conocimiento, en este Sínodo se enfrentan posiciones enteramente divergentes en temas doctrinarios y pastorales relativos a la familia. Tales divergencias son provocadas por el hecho de que para algunos, las verdades enseñadas por la Iglesia sobre familia, sexualidad, castidad, y otros asuntos relacionados, se habrían quedado completamente fuera del tiempo.
Quienes así piensan, afirman que la Iglesia debería adecuarse a los cambios sociológicos y de mentalidad que hoy imperan, sobre todo en las generaciones más nuevas, y aceptar las parejas que conviven sin casarse o las nuevas uniones después de un divorcio, independientemente de si esas uniones extra matrimoniales se ordenan o no a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo: “Lo que Dios unió no lo separe el hombre”.
Varios de estos mismos dignatarios quieren también que se conceda un reconocimiento eclesial a las uniones del mismo sexo, ya sea con una bendición que les otorgue una especie de “matrimonio de segunda clase”, o con una “pastoral de la misericordia”. Tal “pastoral” consistiría en un “acompañamiento” de esas uniones, sin ninguna objeción de carácter moral. Obviamente que esta actitud termina, por lo menos, en la percepción de muchos fieles de que la Iglesia ha aceptado las conductas homosexuales.
Por otra parte y en sentido opuesto, se presentan en la misma reunión sinodal un conjunto de Cardenales y Obispos, provenientes especialmente de África y de algunos países de Asia y Europa, que han escrito libros y defendido las posiciones tradicionales de la moral católica, basadas en las enseñanzas del Evangelio. Sostienen ellos la completa imposibilidad moral de introducir estas conductas en el seno de la Iglesia, so pena de desnaturalizar no sólo el concepto de lo que es el matrimonio y la familia, sino también la propia Iglesia católica.
Este segundo sector de eclesiásticos argumenta, con razón, que la misericordia no puede negar la verdad pues, afirman, la primera condición para que exista misericordia es la presencia de la verdad y del arrepentimiento de las conductas que hirieron los dictámenes de la verdad. Fue lo que hizo Jesús con la mujer adúltera: impidió que fuese lapidada, pero después le dijo “anda y no peques más”. “Yo soy la verdad”, enseña Nuestro Señor. En Él, y en su Cuerpo Místico que es la Santa Iglesia, la verdad y la misericordia no se confunden, pero se funden. Negar una es, ipso facto, negar la otra.
Delante de estas posiciones, cobra especial interés conocer la carta que 140 intelectuales conversos del protestantismo a la Iglesia Católica dirigieron el 24 de septiembre al Papa Francisco y al Sínodo en que les piden “evitar los errores del protestantismo progresista”.
Los 140 conversos del mundo anglosajón, algunos de ellos muy célebres por la potencia de su testimonio como Scott Hahn (autor de bestsellers como “Roma, dulce hogar” o “La fe cristiana explicada”), Jennifer Fulwiler, Dawn Eden, Steve Rey o Mark Regnerus, quien ha realizado importantes estudios sobre la precariedad de las relaciones homosexuales, se dicen representantes de «numerosos fieles a quienes en buena medida atrajo a la Iglesia, y continúa haciéndolo, lo que ella propone sobre el ser humano en sus enseñanzas sobre la diferencia sexual, la sexualidad, el matrimonio y la familia».
Es importante recordar que los protestantes del mundo anglosajón, se separaron de la Iglesia católica precisamente por apoyar el divorcio del rey Enrique VIII, de su legítima esposa la reina Catalina de Aragón. Este rey, fundador de los anglicanos, posteriormente repudió a 7 mujeres sucesivas y terminó muriendo de sífilis. Por lo tanto, cuando los ex anglicanos hablan del tema divorcio y familia, saben bien de qué están tratando.
Los firmantes -gran parte son antiguos pastores protestantes que hoy son sacerdotes católicos-, explican que hace años muchos de ellos contestaban la enseñanza tradicional sobre la familia y el matrimonio.
«Sin embargo, cuando empezamos a comprender lo dañinas que resultaban las ideas corrientes sobre la sexualidad humana, y cuando algunas de nuestras denominaciones empezaron a dejarse llevar por la cultura dominante, comenzamos a sospechar que había algo correcto en la forma en la que la Iglesia entiende las cosas. Aunque a menudo fuesen impopulares, las enseñanzas de la Iglesia sobre lo referente a la vida se convirtieron en extrañamente atractivas para nosotros».
«Es más», continúan, «la certeza que la Iglesia tenía en sus enseñanzas, y su confianza al proclamarlas incluso ante una oposición hostil, fue para nosotros la evidencia de que en ella podríamos encontrar la vida de Jesucristo tal como Él es verdaderamente».
Los conversos que firman el documento se declaran «francamente sorprendidos» ante la circunstancia de que, «se podría tolerar lo que la Iglesia jamás ha permitido». Unas propuestas que, a su juicio, «no harían justicia a la irrevocabilidad del vínculo matrimonial» y contradirían «la doctrina cristiana sobre el matrimonio».
Y no sólo la doctrina: «No conseguimos ver cómo esas innovaciones pueden ser, como dicen, pastorales o misericordiosas. A pesar de las buenas intenciones, las respuestas pastorales que no respetan la verdad de las cosas sólo pueden agravar el auténtico sufrimiento que pretenden aliviar».
«Somos testigos, como cualquiera, de la catástrofe humana que ha traído la cultura del divorcio», dicen: «Pero, como conversos, también somos testigos de la complicidad cristiana en esa cultura. Hemos visto a nuestras propias comunidades abandonar el radical testimonio cristiano de la verdad sobre el hombre y la mujer, junto con el acompañamiento pastoral que podría haberles ayudado a vivirla».
Por eso, frente a quienes «aconsejan resignación y admiten su derrota», se dirigen a Francisco para que recuerde al mundo «la belleza de la fidelidad conyugal vivida en unidad con Cristo»: «¡Más que nunca, el mundo necesita el testimonio profético de la Iglesia!».
Las consideraciones de estos ex protestantes, quienes han regresado al seno de la Iglesia, principalmente atraídos por la coherencia de su mensaje sobre el matrimonio indisoluble y la familia, debe hacer recapacitar a muchos que se sienten tentados de abandonar ese sagrado depósito de la Fe.