Ha sido publicado recientemente en Italia un estudio sobre el «Camino sinodal alemán» y su influencia sobre la llamada sinodalidad a nivel mundial. (Para reservar una o más copias en italiano y en papel, escriba a info@atfp.it)
En este post nos limitamos a traducir la Presentación de Julio Loredo sobre Il camino sinodale tedesco e il progetto de una nuova Chiesa. En ella se analizan las tendencias que han dado origen, desde el remoto siglo XV, a este proceso de sinodalidad.
Este libro trata sobre el llamado «Camino sinodal alemán» (Synodale Weg). Lo que está en juego, sin embargo, va mucho más allá de la esfera germánica. Para observadores autorizados de la vida de la Iglesia, lo que se discuta en el Weg influirá poderosamente en el Sínodo General convocado por el Papa Francisco para los otoños de 2023 y 2024, así como ya ha influido en las consultas pre-sinodales realizadas en varios países. [1]
Dejando de lado por el momento el dato estadístico del bajísimo nivel de interés de los fieles de todo el mundo por los «caminos» y/o consultas presinodales, en nuestro estudio nos detenemos a analizar la importancia de los contenidos tratados y la intensidad de los esfuerzos realizados por las autoridades eclesiásticas involucradas para lograr lo que Francisco esperaba ya en 2015, con motivo del discurso por el cincuentenario de la institución del Sínodo de los Obispos:
«El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio […] es una dimensión constitutiva de la Iglesia» [2]
Por ahora, al margen de otras consideraciones, el Camino sinodal alemán, presentándose como una respuesta a esta invitación papal, ha ocupado el escenario como gran protagonista de esta “dimensión constitutiva de la Iglesia del tercer milenio”. La sombra de sus audaces propuestas se proyecta mundialmente sobre todo el proceso sinodal iniciado en la Iglesia.
Se ha querido ver una reserva implícita del Papa Francisco al Camino sinodal alemán sobre una cuestión de método más que de contenido. Según uno de los corresponsales vaticanos más acreditados, Sandro Magister, en opinión del Papa en el Weg alemán
“el problema surge cuando el camino sinodal nace de élites intelectuales, teológicas, y está muy influido por presiones externas«, cuando en cambio debería hacerse «con los fieles, con el pueblo».
Mostrando cómo estas «opiniones» del pueblo están en gran parte condicionadas desde fuera de la Iglesia, por los grandes protagonistas de los modelos culturales imperantes, Magister concluye que
«el contagio del camino sinodal de Alemania, no detenido por el Papa, ya ha traspasado las fronteras y amenaza con condicionar el propio sínodo general sobre la sinodalidad«. [3]
Recientemente, otra firma autorizada, Ed Condon, escribió algo aún más explícito en The Pillar:
«Muchos observadores señalan el apoyo público del secretario del Sínodo, el cardenal Mario Grech, al controvertido camino sinodal alemán, (con) una serie de reuniones (en) el Vaticano, especialmente después de que los delegados (del Weg alemán) votaron a favor de estructuras de gobierno eclesiásticas formales dirigidas por laicos, la bendición de las uniones del mismo sexo en las iglesias y la intercomunión con los protestantes. Los alemanes también han visitado las oficinas de Grech en las últimas semanas, y a los principales miembros de la conferencia se les ha concedido una serie de audiencias privadas con el Papa Francisco, dando la impresión a algunos observadores del Vaticano de que todo el proceso sinodal mundial tiene algún tipo de ‘opción preferencial’ por los alemanes» [4].
Si hubiera una influencia decisiva del Weg alemán en los próximos Sínodos sobre sinodalidad que, según el cardenal Grech, «ya no serán un evento sino un proceso«, es decir, una especie de sínodo permanente [5], podemos estar seguros que se tratará en realidad de un ambicioso proyecto de reforma de la Iglesia universal, con el riesgo de socavarla desde sus cimientos, o de reinventarla sobre bases distintas a las deseadas por Nuestro Señor y consolidadas en dos mil años de historia. Ya se habla de una “nueva Iglesia sinodal”.
Del conciliarismo a la sinodalidad permanente: la «larga marcha» de un proceso
Los promotores del modelo «sinodal» de Iglesia no parten tanto de disquisiciones teológicas como del deseo, diría la avidez, de adaptar la Iglesia a la modernidad, como requisito irrefutable del «espíritu de la época». Encontramos en ellos, primero, un profundo anhelo de un estado de cosas más igualitario y permisivo. En oposición al doble principio de jerarquía y autoridad, dos nociones concebidas como valores metafísicos expresan bien el espíritu de esta reforma: la igualdad absoluta y la libertad ilimitada. La necesidad natural de explicar este anhelo ha dado lugar a tendencias ideológicas, a escuelas teológicas, por lo tanto, a movimientos de reforma. En otras palabras, se ha pasado de las tendencias a las ideas, y después a los hechos.
Este anhelo no es nuevo. Ya a principios del siglo XV, bajo el pretexto de acomodar la Iglesia a la nueva mentalidad nacida con el Humanismo, surgió la llamada corriente “conciliarista”, que pretendía reducir el poder jerárquico del Papa en favor de una asamblea conciliar. La Iglesia debía estructurarse, como expresión de la voluntad de los fieles, en «sínodos» locales y regionales, en gran parte autónomos, cada uno con su propia lengua y costumbres. Estos sínodos tendrían que reunirse periódicamente en un «Consejo General» o «Santo Sínodo», detentor de la máxima autoridad en la Iglesia. El Papa, reducido a un primum inter pares, debía a su vez someterse a las decisiones de los concilios, por el voto paritario de los participantes.
El conciliarismo contribuyó poderosamente al debilitamiento de la Iglesia, fomentando hábitos de autonomía que prefiguraron aquellas «iglesias nacionales» creadas más tarde por la Revolución protestante bajo la bandera del Los von Rom.
Estamos al comienzo de ese proceso de destrucción de la Iglesia y de la Cristiandad llamado más tarde «Revolución». Este proceso avanzó, con manifestaciones cada vez más radicales de sus postulados igualitarios y libertarios, a través de etapas bien definidas, magistralmente estudiadas por Plinio Corrêa de Oliveira en «Revolución y Contrarrevolución» [6]: Reforma pseudo protestante (1517), Revolución Francesa (1789), Comunismo (1917), Revolución Cultural (1968). Asimismo, continuaba el afán de algunos católicos por adaptar la Iglesia a la Revolución, vista como la inevitable vencedora del futuro.
Entre los siglos XVIII y XIX, en lo que se refiere a acomodar la Iglesia a los nuevos tiempos inaugurados por la Revolución Francesa, surge la corriente entonces conocida como «catolicismo liberal» que, imbuida de igualitarismo, proclamaba una democracia niveladora en la sociedad y en la Iglesia.
“El futuro de la sociedad moderna depende de dos cuestiones: corregir la democracia con más libertad y reconciliar el catolicismo con la democracia liberal. (…) Aceptamos, invocamos los principios y las libertades proclamadas en 1789”, tronaba Charles de Montalembert [7].
Según ellos, la igualdad y la libertad de los tiempos modernos requerían una Iglesia sin jerarquía y sin autoridad doctrinal.
“Adoramos a Dios como autor soberano de la Revolución que nos libera. (…) El verdadero régimen del catolicismo es el de la libertad universal. [En la Iglesia] todos somos iguales«,
afirmaba en 1791 Claude Fauchet, obispo «constitucional» de Calvados. [8]
El camino ya estaba trazado. A principios del siglo XX estas ideas heterodoxas fluyeron en el Modernismo (definido por San Pío X como una «síntesis de todas las herejías») cuya idea de la Iglesia era tan fluida que ni siquiera contemplaba una estructura visible, y mucho menos un Magisterio. En el delirio modernista, la Iglesia es un mero producto de la conciencia colectiva, es decir, la asociación de conciencias individuales que comparten sus propias experiencias religiosas. En definitiva, una emanación vital de la comunidad de los cristianos, y no una institución. “La visión de Jesús no incluía la fundación de una Iglesia”, escribió Alfred Loisy, el más destacado exponente de la corriente. [9]
El proyecto reformista del Modernismo -siempre con el pretexto de adaptar la Iglesia a los tiempos que corrían- fue retomado en la década de 1930 por la llamada Nouvelle Théologie, que elaboró el concepto de Iglesia como «pueblo de Dios» en el sentido de hoy.
La expresión es perfectamente legítima. Sin embargo, en un ambiente recalentado por el progresismo y deseoso de adaptar la Iglesia a las tendencias revolucionarias del momento, ésta adquirió rasgos no acordes con el Magisterio. Abandonando el concepto teológico de «pueblo», es decir, el conjunto de los bautizados que por la gracia santificante se convierten en ciudadanos del Reino de los Cielos, se adoptaron concepciones sociológicas, derivadas tanto de la doctrina democrática (el pueblo soberano) como de la doctrina marxista (el pueblo proletario). Al aplicar estas concepciones a la Iglesia, el resultado es una eclesiología igualitaria totalmente ajena a la Tradición.
“Mi visión de la Iglesia cuestiona el sistema piramidal, jerárquico y jurídico establecido por la Contrarreforma – afirmaba Yves Congar – mi eclesiología es la del «pueblo de Dios». [10]
1943: El grito de alarma de Plinio Corrêa de Oliveira
Con respecto al Modernismo, la Nouvelle Théologie podía contar con una ventaja fundamental: mientras los modernistas siempre habían constituido una élite intelectual, con poca influencia sobre la masa de los fieles, en cambio, la Nouvelle Théologie logró infiltrar grandes sectores de los movimientos laicos, especialmente la Acción Católica.
“La nueva Acción Católica nacida en las décadas de 1920 y 1930 puso patas arriba el método [teológico]. Estábamos íntimamente ligados a esta revolución”, se jactaba en 1975 el P. Marie-Dominique Chenu.[11]
El 11 de marzo de 1940, Plinio Corrêa de Oliveira fue nombrado presidente del Consejo arquidiocesano de Acción Católica de São Paulo. Desde este privilegiado observatorio tomó conciencia de los males que empezaban a contagiar a los laicos. Entonces comenzó a denunciarlos desde las páginas del Legionario, el semanario católico que dirigía. El mal, sin embargo, había penetrado demasiado profundamente, no pocas veces con el apoyo de altas autoridades eclesiásticas. Por lo tanto, decidió escribir un libro que ofreciera un diagnóstico preciso de los males que aquejaban a la Iglesia.
Con el prefacio del Nuncio Apostólico en Brasil, Mons. (más tarde cardenal) Benedetto Aloisi Masella, fue publicado en 1943 “Em Defesa da Ação Católica” (Bajar versión en español). Este trabajo constituyó la primera refutación de gran alcance de los errores progresistas serpenteantes dentro de la Acción Católica en Brasil y, en consecuencia, en el mundo.
Luego de analizar la naturaleza de la Acción Católica y la relación entre laicos y jerarquía, el pensador brasileño aborda las desviaciones relativas a la liturgia, la espiritualidad y los métodos de apostolado. Esos errores tenían como denominador común el deseo de disminuir la estructura jerárquica de la Iglesia, casi hasta el punto de anularla. El glorioso Cuerpo Místico de Cristo, advertía el líder católico, corría el riesgo de convertirse en una red de «cofradías masónicas» [12] formada por laicos, que asumirían poderes hasta entonces pertenecientes a sacerdotes y obispos.
En el apéndice, como clave de comprensión, Plinio Corrêa de Oliveira transcribió la Carta Apostólica Notre Charge Apostolique, en la que San Pío X condena Le Sillon precisamente por sus doctrinas democráticas igualitarias. Tales doctrinas, comentaba el pensador brasileño, «son subversivas y revolucionarias» [13].
El espíritu igualitario también se manifestaba en la forma de concebir la liturgia. Ya entonces, en efecto, precisamente en el seno de la Acción Católica, comenzaron prácticas que prefiguraron la reforma litúrgica de 1969 y sus abusos. Estos errores, entonces llamados «liturgicismo», fueron objeto de un cuidadoso análisis por parte de Plinio Corrêa de Oliveira, quien así también se mostró pionero en denunciar las tendencias modernistas en el campo litúrgico. Según el pensador brasileño,
“no estamos en presencia de errores dispersos, sino de todo un sistema doctrinario basado en errores fundamentales, y muy coherente al profesarlos en todas sus consecuencias”. [14]
Este sistema no era más que el antiguo Modernismo, presentado bajo nuevas formas, pero siempre destructivo de todo elemento jerárquico en la Iglesia.
La denuncia de la «nueva Iglesia»
El Concilio Vaticano II (1962-1969) fue por muchos -sean “progresistas” o «tradicionalistas»- comparado con los Estados Generales que abrieron el camino a la Revolución Francesa. De hecho, la nueva relación que el Concilio quería establecer entre la Iglesia y el Mundo Moderno abrió la caja de Pandora de las reformas, iniciando un proceso que, en la práctica, cuando no también en la doctrina, ha tomado cada vez más el rostro de una Revolución Francesa permanente. Mientras algunos leen el Concilio a través de una hermenéutica girondina moderada, otros proponen una lectura de tipo jacobino radical, y no faltan quienes corren hacia un babuvismo (Doctrina política del revolucionario francés François Noël Babeuf (1760-1797), en la que se preconiza un comunismo igualitario) extremo, igual que en 1789.
Alarmado por el desvío que estaban tomando los acontecimientos en la Iglesia -previstos por él treinta años antes- Plinio Corrêa de Oliveira publicó en 1969 una amplia y articulada denuncia: «Grupos ocultos traman la subversión en la Iglesia» [15] Según el pensador brasileño, el hilo conductor del movimiento subversivo es la insubordinación y la desalienación, entendiendo por esto la “liberación» de la Iglesia de toda norma doctrinal o estructura organizativa. La desalienación, explica Plinio Corrêa de Oliveira, implica “la rebelión contra toda superioridad y toda desigualdad«. Afirmando que «el objetivo supremo es una Iglesia que no sea ni alienante ni alienada”, el pensador brasileño pasa en revista los diferentes campos en los que se quiere implementar tal desalienación:
1º desalienación de la Iglesia con relación a Dios La nueva iglesia propone un Dios que no es trascendente sino inmanente. Un Dios impersonal, como un elemento disperso en toda la naturaleza.
2º desalienación de la Iglesia: con relación a lo sobrenatural y lo sagrado. Las cosas de la Iglesia – sacramentos, sacerdocio, etc. — no deben ser considerados “sagrados”. Lo sagrado debe morir con el fin de las alienaciones.
3º desalienación de la Iglesia: con relación a la fe, la moral, el Magisterio y la acción evangelizadora. La nueva Iglesia no pretende ser Maestra. Tampoco trata a los fieles como discípulos, porque eso sería alienante. Todos reciben carismas del Espíritu Santo, que habla directamente al alma.
4º desalienación de la Iglesia: con relación a la Jerarquía eclesiástica. Para desalienar a la Iglesia de la Jerarquía, es necesario democratizarla.
5º La desalienación de la Iglesia: con relación al Poder Público. La nueva Iglesia declara que no necesita el poder público, ni quiere relaciones de poder a poder con él.
Al final del proceso llegaríamos a una
“Iglesia nueva, panteísta, desmitificada, desacralizada, desalienada, igualitaria, puesta al servicio de la Revolución”.
El camino sinodal alemán
El «Camino Sinodal Alemán» asume y lleva adelante el viejo sueño conciliar.
«Francisco se enfrenta ahora la obra principal de su pontificado: la de la transición de una Iglesia jerárquica a una Iglesia «sinodal», es decir, una Iglesia democrática y descentralizada – escribe el experto vaticanista Jean-Marie Guénois – Esto implica un cambio profundo de la cultura eclesial, dirigida a acabar con el ‘clericalismo’, el poder de los sacerdotes y de los obispos, en la Iglesia” [16].
En la misma longitud de onda, el vaticanista Andrea Gagliarducci:
“El Papa Francisco quiere que todos se pongan al mismo nivel, que los sacerdotes no se sientan por encima de los laicos y que los obispos no tengan más poder que los sacerdotes. Sin embargo, al hacerlo, deconstruye un mundo, vacía los símbolos de significado” [17].
Resumiendo el sentido de las reformas deseadas por el camino sinodal, el filósofo Stefano Fontana afirma:
«Se quiere introducir en la Iglesia la democracia liberal moderna» [18]
Llevado a sus últimas consecuencias lógicas, el Camino Sinodal implicaría la destrucción de la Santa Iglesia Romana. No soy yo quien lo afirma, sino el Cardenal Gerhard Müller, ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe;
“Están soñando con otra iglesia que nada tiene que ver con la fe católica… y quieren abusar de este proceso, para mover a la iglesia católica, no solo en otra dirección, sino hacia (su) destrucción”. [19]
El Camino Sinodal Alemán encaja plenamente en el proceso revolucionario igualitario y libertario iniciado en el siglo XV. Precisamente en esto reside su fuerza y su peligro. No se trata de una quimera cavilada por algún teólogo teutón, sino de un proyecto que recoge y canaliza tendencias muy arraigadas en el hombre moderno, alimentadas por la potentísima maquinaria propagandística de la Revolución.
Hans Küng, el teólogo del Concilio Vaticano III
Si a esto le sumamos las señales de aliento a este proceso que llegan de las esferas eclesiásticas, entendemos que estamos ante la «tormenta perfecta».
Hija de la gesta de Plinio Corrêa de Oliveira, la Associazione Tradizone Famiglia Proprietà faltaría gravemente a sus deberes si, en esta dramática situación, no alzase la voz en defensa de la Esposa de Cristo. Una voz llena de veneración por la Cátedra de Pedro, pero también firme en señalar los peligros que se avecinan.
Es por ello que ofrecemos a nuestros queridos lectores el importante estudio del dr. Diego Benedetto Panetta sobre el Camino sinodal alemán, estrictamente basado en fuentes originales. Para quienes quieren permanecer fieles a la Iglesia de siempre, este estudio constituye una advertencia y un llamado a la lucha doctrinal, precisamente en el ochenta aniversario del primer grito de alarma que lanzó Plinio Corrêa de Oliveira en En defensa de la Acción Católica.
Roma, 2 de noviembre de 2022
Fiesta de Todos los Santos
[1] http://magister blogautore espresso.repubblica.i2022-06-28-sinodo-tedesco-contagia 1%E2%80%99intera-chiesa-senza-che-il-papa-lo-freni
[2] Francesco, Discorso del Santo Padre per la commemorazione del 50 aniversario del l’istituzione del Sinodo dei Vescovi, 17 ottobre 2015
[3] Sandro Magister, Il sinodo tedesco contagia l’intera Chiesa, senza che il papa lo freni. Negritas nuestras.
[4] https://www.pillarcatholic.com/is-pope-france-synodal-extension-a-plan-or-a-punt/
[5] Stefano Fontana, Il Sinodo permanente, stortura che accresce i timori
[6] Bajar el libro Revolución y Contra Revolución – https://www accionfamilia.org/publicaciones/libros/revolucion-y-contra-revolucion/
[7] Charles de Montalembert, L’Église libre dans l’État libre, in Emmanuel Barbier, Histoire du Catholicisme Libérale et du Catholicisme Social en France, Yves Cadoret, Bordeaux, 1924, vol. I, pp. 33-34.
[8] Claude Fauchet, Sermon sur l’accord de la religion et de la liberté, Parigi, 14 febbraio 1791, in Migne, Collection intégrale et universelle des orateurs sacres, Paris 1855, vol. 66, col. 159-174.
[9] Alfred Loisy, L’évangile et l’église, p. 182, cit. in Marcel Chossat, in DAFC, vol. III, col. 629, s.v. “Modernisme”.
[10] Yves Congar, in Jean Puyo, Une vie pour la verité. Jean Puyo interroge le Père Congar, Le Centurion, Paris 1975, p. 102.
[11] Cit. in Jacques Duquesne, Un théologien en liberté. Jacques Duquesne interroge le Père Chenu, Le Centurion, Paris 1975, pp. 58-59.
[12] Plinio Corrêa de Oliveira, Em defesa da Ação Católica, Ave Maria, São Paulo, 1943, p. 77.
[13] Ibid., p. 361.
[14] Ibid., p. 101.
[15] “Grupos ocultos tramam a subversão na Igreja”, Catolicismo, abril-mayo 1969.
[16] Vik van Brantegem, Le Figaro: «Papa Francesco crea dei cardinali per garantire la sua continuità».
[17] Andrea Gagliarducci, Pope Francis, the crisis of unity.
[18] Stefano Fontana, I tre buchi neri del Sinodo che mettono in pericolo la Chiesa.
[19] National Catholic Register, Cardinal Müller on Synod on Synodality: ‘A Hostile Takeover of the Church of Jesus Christ … We Must Resist’.