«Es motivo de profundo pesar y urgente preocupación pastoral que las opiniones del Papa Francisco no correspondan con la enseñanza constante de la Iglesia”.
Cardenal Leo Burke con relación las declaraciones del Papa Francisco
La reciente divulgación, en una película premiada en Roma, de antiguos comentarios del papa Francisco en los que reitera su actitud favorable a la legalización de las uniones homosexuales, así como la declaración de una pareja de homosexuales italianos en el sentido de que los habría felicitado por tener hijos (nacidos por vientre de alquiler) y de educarlos como pareja, dejaron a muchos católicos perplejos y nos obligan a hacer una declaración pública.
Acción Familia y la doctrina católica
En efecto, la asociación Acción Familia, de la cual formamos parte, se ha pronunciado a lo largo de su existencia, en todas las instancias que le han sido abiertas, a manifestar su total oposición a la legalización de tales uniones y a la adopción de menores por parte de homosexuales.
Tal oposición la hemos asumido en cuanto católicos practicantes y en coherencia con las enseñanzas del Antiguo y Nuevo Testamento, y del Magisterio Pontificio, que han declarado, siempre y sin excepción, que las conductas llamadas “sodomíticas” son “intrínsecamente desordenadas” y, en cuanto tales, no deben ser reconocidas por la ley moral ni civil.
El Papa pleitea el reconocimiento de las uniones homosexuales
Los comentarios del Papa Francisco y lo relatado por la pareja de homosexuales italianos dicen exactamente lo contrario. Los homosexuales, en cuanto tales, tendrían derecho a un reconocimiento civil de sus uniones antinaturales, así como a adoptar y a educar a hijos (habidos en otras uniones, nacidos por vientre de alquiler o adoptados) y a que las parroquias deban abrirse a ellos.
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El libro analiza las tácticas del movimiento homosexual para implantar el llamado “matrimonio igualitario” y la doctrina católica sobre la homosexualidad.
Afirmar que el Papa se refiere sólo a “uniones civiles” y rechaza que sean “matrimonios”, reservados a las uniones de un hombre y una mujer, es un mero subterfugio semántico. Porque todos los países que aprobaron leyes de reconocimiento del matrimonio homosexual o igualitario comenzaron por reconocer uniones civiles, paralelas al matrimonio, abiertas a homosexuales. Tanto más cuanto se trataría de «uniones civiles» con derecho a adoptar hijos, o sea, que no se diferenciarían casi en nada de un matrimonio.
Las conductas homosexuales son condenadas por la Iglesia por ser contrarias al plan de Dios sobre la humanidad: “hombre y mujer los creó”. Puesto que se oponen a ese plan, ellas no merecen un reconocimiento civil y menos aún religioso, porque una práctica pecaminosa no puede ni debe ser “reconocida” en ninguna instancia.
Efectos individuales y sociales
Del punto de vista individual, la estabilidad de una unión homosexual constituye una ocasión próxima y permanente de pecado contra el sexto mandamiento, por lo que un confesor queda impedido de impartirle a un penitente la absolución mientras no cese la convivencia.
Desde el punto de vista colectivo, su reconocimiento deforma las conciencias de la población que tiende a juzgar legítimo lo que es legal, y esto, si es acompañado del derecho de adopción de niños, viola el derecho de ellos a tener un padre y una madre.
El reconocimiento civil prepara el religioso
El reconocimiento civil prepara, en realidad, el reconocimiento religioso de las uniones homosexuales. Como es sabido, la gran mayoría del Episcopado de Alemania está en estos mismos momentos proponiendo la “bendición” religiosa para tales uniones, al interior de las Iglesias. Similares propuestas han sido defendidas por varios cardenales y obispos en el mundo entero.
Esas proposiciones de reconocimiento religioso son coherentes en el error, pues, si se afirma que Dios no se opone a las uniones de personas homosexuales, entonces ¿por qué prohibirles el reconocimiento del matrimonio? Aceptado el error, se deben aceptar todas las consecuencias que se derivan: matrimonio homosexual, uniones homosexuales libres y adopción de hijos, entre otras.
Por ahora no se llegan a promover todas las otras consecuencias; pero es necesario abordar con firmeza las primeras, pues ellas nos indican hacia dónde nos conduce el camino que el Papa Francisco promueve. El primer paso, en realidad, ya contiene en su raíz el fin de la moral y de la familia cristiana indisoluble, heterosexual y prolífera.
En consecuencia, la pregunta que se impone a todos los católicos del mundo, y entre ellos a quienes hemos dedicado nuestra existencia a la defensa de la familia cristiana, es si tal “invitación” pontificia nos obliga, o si, al contrario, en coherencia con nuestra Fe, estamos obligados a oponernos a ella.
Regla para distinguir la verdad católica
Al respecto no tenemos duda. La Iglesia enseña que los católicos deben seguir lo que “siempre y en todo lugar ha sido enseñado”. Es lo que afirma San Vicente de Lerins en su “Regla para distinguir la verdad católica del error”. De acuerdo a ella, los cristianos debemos creer sólo lo enseñado “quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus”, “sólo lo que fue creído siempre, por todos y en todas partes”.
Es lo que acaba de precisar el Cardenal Leo Burke con relación a estas declaraciones del Papa Francisco:
“(Ellas) están desprovistas de todo valor magisterial. Son las opiniones personales de quienes las emitieron. Pero es motivo de profundo pesar y urgente preocupación pastoral que las opiniones del Papa Francisco no correspondan con la enseñanza constante de la Iglesia”.
Para el mencionado cardenal estadounidense,
«el escándalo y el error que provocan entre los fieles católicos dan la falsa impresión de que la Iglesia católica ha cambiado de rumbo en cuestiones de crucial importancia».
En consecuencia, con total firmeza y, al mismo tiempo entera sumisión a la autoridad del Pontífice, declaramos que no podemos conformarnos con sus declaraciones y que continuaremos defendiendo lo que la Iglesia “siempre y en todo lugar defendió”, es decir, la ilicitud moral de las conductas homosexuales como “intrínsecamente desordenadas”.
Elevamos una oración a la Santísima Madre de Dios, para que Ella disipe la confusión que tales declaraciones han producido entre los católicos del mundo entero, y ponga fin al “misterioso proceso de autodemolición” de la Iglesia al cual ya se refirió en 1968 el Papa Paulo VI.
Acción Familia, por un Chile auténtico, cristiano y fuerte
Santiago, 24 de octubre de 2020