Un certificado de defunción siempre desmentido
Hay muchos que proclaman que la Iglesia Católica está muerta. Los laicistas esperan poner el último clavo en el ataúd de su mayor enemiga y publicar su obituario. Los anti-católicos protestantes se impacientan esperando el día en que puedan reclamar definitivamente que Roma ha fallado y caído en la apostasía. «Mira», esperan decir con alegría, «¡pensabas que las puertas del infierno no prevalecerían! Estabas equivocado».
Los liberales también, desde dentro de la Iglesia, esperan a que la «vieja» Iglesia dogmática muera, para que puedan con alegría marcar el comienzo de una nueva Iglesia, más acogedora, amorfa y sin dogmas, sin moral y sin jerarquía.
Sin embargo, para usar una frase de Mark Twain, los rumores de la muerte de la Iglesia han sido enormemente exagerados. Sí, la Iglesia puede estar muriendo, pero resucitará de nuevo. De hecho, para citar al inglés, G.K. Chesterton,
«la Cristiandad ha sufrido una serie de revoluciones y en cada una de ellas ha muerto. El cristianismo ha muerto muchas veces y resucitado; pues tenía a Dios que conoce la manera de salir de la tumba».
Según Chesterton, ¿cómo la Iglesia se salvó a lo largo de los tiempos? Mediante los jóvenes, que recuperaron la llama de una ortodoxia que les había sido negada e incluso escondida. Y así como tenía razón en tantas otras cuestiones, Chesterton tenía razón también en ésta. Aquí está Chesterton en sus propias palabras.
«La renovación de lo nuestro por la juventud»
La Iglesia tuvo muchas oportunidades para morir e incluso ser enterrada con respeto. Pero la generación más joven siempre comenzó de nuevo a llamar a la puerta; y nunca con más fuerza que cuando llamaba a la tapa del ataúd en el que había sido enterrada prematuramente.
Los intentos del Islam y del arrianismo
El Islam y el Arrianismo fueron dos intentos de ampliar la base de un teísmo simple: el primero, apoyado por un gran éxito militar y el segundo, por el enorme prestigio imperial. Deberían haber finalmente establecido el nuevo sistema, pero por un hecho desconcertante el viejo sistema conservó la única semilla y secreto de la novedad.
Cualquiera que lea entre líneas en el registro del siglo XII puede ver que el mundo estaba permeado potencialmente por el panteísmo y el paganismo; podemos verlo en el temor de la versión árabe de Aristóteles, en el rumor sobre los grandes hombres haciéndose musulmanes en secreto; los ancianos, al ver la fe sencilla de la Edad Media disolviéndose, podrían haber pensado que el desvanecimiento de la cristiandad en el Islam sería lo que sucedería. Así, los ancianos habrían quedado muy sorprendidos por lo que sucedió.
Las Cruzadas
Lo que sucedió fue un rugido de miles y miles de jóvenes que resonó como un trueno, lanzando toda su juventud en una exultante contra-carga: las Cruzadas. El efecto real del peligro para la religión más joven (el Islam) era la renovación de nuestra propia juventud.
Fueron los hijos de San Francisco, los juglares de Dios, vagando y cantando por todos los caminos del mundo; fue el gótico subiendo como una lluvia de flechas; fue el rejuvenecimiento de Europa. Y aunque sé menos sobre el período más antiguo, sospecho que lo mismo puede decirse de la ortodoxia de San Atanasio en su rebelión contra el arrianismo oficial. Los más viejos se sometieron a un compromiso, y San Atanasio condujo a los jóvenes como un demagogo divino. Los perseguidos llevaron al exilio el fuego sagrado. Era una antorcha ardiente que podría ser arrojada, pero no pudo ser pisoteada. (De «Donde Todos los caminos llevan», 1923)
Fuente: Catholic Gentleman (Traducción nuestra)