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De niño, Ud. seguramente oyó hablar de que existían “las buenas maneras” y que ellas consistían en hacer un esfuerzo para comportarse bien con lo demás. Nuestros padres o abuelos, junto con enseñarnos de que existían los “buenos modales” nos indicaban, de modo más o menos claro, de que debíamos proceder de acuerdo a ellos y evitar siempre ser “mal educados”.
Y algunas veces, cuando nos dejábamos llevar por “malas maneras”, éramos inmediatamente llamados al orden o severamente castigados. “Buen porte y buenos modales, abren puertas principales”, nos decían.
Tiempos pasados en que se consideraba que la dignidad de la persona exigía comportarse de acuerdo a normas elevadas de convivencia y no como simples “animalitos”.
En realidad las “buenas maneras” no son sino la aplicación de las virtudes de la justicia y la caridad en el trato con los demás. El primer mandamiento de la ley de Dios, nos enseña que después de amar a Dios sobre todas las cosas, debemos amar al prójimo como a nosotros mismos.
Ahora, a todos nosotros nos gusta ser bien tratados, luego el amor al prójimo nos obliga a tratarlo también como nosotros gustaríamos de ser tratados, o sea, con buenas maneras.
Por otra parte, el cuarto mandamiento nos ordena a “respetar padre y madre”, lo que incluye todos los superiores: profesores, jefes, sacerdotes o simplemente los ancianos. Tratar con respeto a los demás es una de las marcas de una buena educación.
Esto que es tan claro, como que dos más dos es igual a cuatro; sin embargo, está siendo cada vez más olvidado en nuestra sociedad individualista. Cada uno tiende a comportarse en relación a los otros como si el de al lado no existiera o como si estos fueran compañeros de ruta incómodos.
La única excepción que se hace es cuando esos “compañeros de ruta” son nuestros amigos íntimos. Pero en esos casos, tampoco se procede con buenas maneras. La amistad muchas veces es hoy confundida con la complicidad y se comprende que entre cómplices no existan “buenas maneras”, sino la franqueza bruta de los delincuentes.
Las relaciones de amistad para muchos parecen contradictorias con la debida consideración de uno por el otro. Parece lejano el tiempo en que dos personas muy amigas, no por eso dejaban de tratarse con respeto recíproco.
El respeto le confiere a las relaciones entre las personas, lo mismo que el barniz le da a la madera. Ella deja de ser una simple tabla y pasa a tener un valor nobilitante.
En el reino de la masificación en que vivimos, es normal que no se aprecie el valor del barniz en los muebles ni del respeto en el trato.
Por todas estas razones las “buenas maneras” tienden a desaparecer de la sociedad en que vivimos.
Ahora, la pregunta que Ud. se puede hacer es ¿hasta qué punto se puede considerar vivible una sociedad en que impere la ley de la selva, la grosería y el mal trato?
A lo que se junta otra pregunta, ¿qué se puede hacer para hacer revivir las normas de la cortesía y la urbanidad?
La respuesta no podía ser más fácil. Cuando una cosa desaparece por falta de cultivo, para recuperarla se debe recomenzar por practicarla nuevamente. Y el ambiente más propicio para enseñarla, aprenderla y ponerla en práctica es evidentemente la familia.
Desde siempre pedir “por favor” y dar las “gracias o del “salude mi hijito” que los padres le indican al niño que tímidamente se esconde entre las faldas de la mamá cuando ve a una persona para él desconocida, hasta las reglas de cómo comportarse en la mesa cuando se come, o los horarios de la casa que se deben respetar, todo aquello constituyó las primeras lecciones de sociabilidad que todos recibimos.
Para ilustrar lo que estamos diciendo, nos serviremos de un libro aparecido en España con el título “La buenas costumbres, usos y costumbres sociales”. En la obra, la autora Sra. Carmen Soto Díez, nos da varias reglas de buenos usos. Veamos algunos.
En primer lugar la autora indica que la razón de ser de las buenas costumbres es la misma a través de todos los tiempos: la conciencia práctica de la dignidad humana expresada en el respeto que cada persona merece.
Y a continuación pasa a dar algunas reglas:
“Dominio de si y señorío. «Todo el mundo tiene necesidad de expresar sus sentimientos.(…) pero siempre es necesario un cierto dominio de sí para expresarse de modo adecuado. Quien estalla en grandes carcajadas o rompe a llorar con estruendo, demuestra carecer de este dominio.
Cuando sea necesario reprender, ha de dominarse la propia cólera; de ordinario la reprimenda será más eficaz una vez conseguida la calma.
Prudencia y tacto. Las relaciones con los demás requieren de espíritu de observación y ‘Tacto’ es decir valorar prudentemente todos los factores para poder mantener siempre una actitud de gran consideración hacia las personas y las opiniones con quienes nos relacionamos.
Amabilidad y cordialidad. La cordialidad es enemiga de las irritaciones impulsivas ante las dificultades. Se hace cargo de la situación de cada persona y trata de ayudarla. La amabilidad se demuestra en gestos, igual que en palabras y hechos. El gran Horacio decía ya en la Antigüedad, antes de Nuestro Señor; ‘Nada impide decir la verdad sonriendo’.
Puntualidad. Hay que evitar crear ante los demás la sensación de estar arrastrado por la prisa. La puntualidad es norma elemental de cortesía”.
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Quizás Ud. me objete que esto parece muy bonito, pero la corriente en sentido opuesto es tan grande, que resulta casi imposible enseñarlo y menos aún practicarlo.
Coincidimos con Ud. — La virtud ha sido siempre difícil de enseñar y, por supuesto, de practicar. Sin embargo, no por eso los hombres han abandonado el esfuerzo de adquirirla. La decadencia de una sociedad comienza precisamente cuando las personas que se dan cuenta de ella, prefieren cruzar los brazos y dejarse arrastrar por la corriente de la vulgaridad en vez de oponerse a ella.
Hoy en día se valoran todas las especies en extinción. Nadie quiere que desaparezca el pez raya de Indonesia o el cisne de cuello negro del río Cruces de Valdivia y ese deseo de preservar la naturaleza se entiende, pues ella es más rica teniendo más especies diversas de las cuales Dios la dotó.
Ahora, de todas las especies la más rica de todas es la del hombre, pues él está dotado de inteligencia espiritual y de alma inmortal. Pero, en el hombre, el alma vale más que el cuerpo y la cultura más que el simple progreso material.
Es lógico entonces que queramos preservar esta especie en extinción que son las buenas maneras en el trato entre las personas. Estaremos contribuyendo no sólo a re erguir una práctica olvidada para muchos, sino también a hacer más elevado el trato entre nosotros mismos, comenzando por nuestra propia familia.
No basta evitar la violencia intrafamiliar, es necesario también cultivar las virtudes que se le oponen, y entra ellas una de las primeras, son precisamente la justicia y la caridad, fundamento de las “buenas maneras”.
Le proponemos esta reflexión y le sugerimos que practique la cortesía al menos una vez al día. Ud. verá cómo las relaciones con sus cercanos se hacen más llevaderas, las conversaciones más fáciles y el trato diario menos rutinario.