El mejor fruto del imperio del honor en una sociedad es la construcción del carácter de los individuos. El trabajo debe tener como objetivo principal el desarrollo de las riquezas insondables de cada alma.
El mejor fruto del imperio del honor en una sociedad es la construcción del carácter de los individuos. El punto focal de la producción es el propio hombre, que permite que las riquezas insondables de cada alma se puedan desarrollar.
Cuando el honor domina en la economía, produce en cada alma lo que Richard Weaver enumera como “la formación del carácter, la perfección de estilo, el logro de la distinción en el intelecto y en la imaginación”. *
Civilización cristiana, ¿la sociedad humana ha realizado este ideal de perfección?
Con este conjunto de valores, el hombre se define por lo que realmente es y no por lo que tiene. Sus patrones de producción y consumo están determinadas por un claro sentido de la identidad de quien ha encontrado un lugar, un llamado, que le hace sentir que pertenece a la sociedad.
Él no es el “hombre masa” mirando constantemente a los demás para que le señalen el camino. Más bien, él se siente tan seguro en sus convicciones que llega a tener un “lugar” o “status” en la sociedad, lo que significa que no se deja intimidar fácilmente por la opinión pública, arrastrar por las modas, o atraer por la ilusión de hacer una fortuna rápida.
Es decir, la concepción del honor favorece un tipo diferente de economía que se define mucho más por el carácter que por el capital.
Con el criterio del honor, cada uno cultiva una profesión que realza la dignidad de la persona, haciendo hincapié en la respetabilidad y no la rentabilidad de su profesión.
Así el agricultor tradicional, por ejemplo, es visto mucho más como un hombre de sentido común y sensatez que un administrador eficiente de la tierra. El artesano es mucho más un artista que un simple fabricante de objetos. En el abogado o el médico, valoramos mucho más el hombre sabio que el competente y eficiente hacedor de dinero.
* Richard Weaver, Visiones del Orden: la crisis cultural de nuestro tiempo (Wilmington, Del.: Intercollegiate Studies Institute, 1995) , 29 .
Fuente: http://nobility.org/