Son numerosos los que desisten de entender el significado del caótico siglo XX comparado a la majestuosa galería de los siglos que pasaron. ¿Cómo se podrá catalogar el siglo XXI?
Un depósito que contiene objetos caóticamente amontonados a lo largo de los años: una televisión que no funciona, al lado de una botella de champaña francés abierta, junto a una pelota de fútbol rota; un sombrero de fieltro de un tipo antiguo sobre un montón de listas telefónicas que no sirven; una vieja radio con su antena agresivamente apuntando hacia el techo, buena vecina de un computador obsoleto, que no alcanzó a ser vendido en tiempo útil, es decir, antes de perder todo su valor… Para muchas personas el siglo XX fue algo así. Un mero rótulo puesto sobre una realidad confusa.
Por este motivo, son numerosos los que desisten de entender su significado frente a la majestuosa galería de los siglos que pasaron.
Esto se debe a que los escenarios y los actores cambiaron sustancialmente a lo largo del siglo XX. Basta pensar en los carros tirados por burros, en medio de edificios sin concreto armado y en calles generalmente sin asfalto de comienzos del siglo.
Los dedos del caos y los dedos de Dios
Era aquella gente que se movía lentamente, los hombres con sombrero, la señoras con vestidos largos, unos y otros ignorando lo que podía ser una televisión o una píldora anticonceptiva. O en aquellos matrimonios estables (menos del 2% de separaciones en 1900, contra casi 20% en el año 2000).
¡Cómo todo es diferente hoy! ¡Cómo fueron vertiginosas las transformaciones que se verificaron en nuestro tiempo!
En los primeros años del siglo, un teléfono que repica constituye una novedad sensacional. ¡Menos de 100 años después, el recuerdo de la conquista de la Luna produce tedio!
Todo lo que es lanzado como última novedad se torna obsoleto en poco tiempo. Y a fuerza de que todo tenga que ser hiper-nuevo, todo nace medio viejo, aunque con derecho a algunos minutos de «gloria».
En relación a los tipos humanos, las alteraciones también fueron impresionantes.
Es casi imposible imaginar que se encuentren en un mismo salón un Guillermo II con un Bill Gates. O un Clemenceau con un Perón. O un Eduardo VII con un Clinton. Mientras uno se inclina y pregunta: «¿Cómo está su señoría?, el otro le lanza un «¡Oi!» o un «¡Ola!
Sin embargo, todos esos personajes tan diversos, pero que fueron representativos en su tiempo, vivieron en un mismo siglo.
El siglo XXI y el gusto por lo horroroso
Chateaubriand (1768-1848) observó:
«Este amor a lo feo que nos domina; este horror al ideal; esta pasión por los mancos, por los discapacitados, por los mulatos, por los desdentados; está ternura por las verrugas, las arrugas; por la formas triviales, sucias, comunes, son una depravación del espíritu; este (amor) no nos fue dado por la naturaleza, de la cual tanto se habla» [1]
Pero el arte contemporáneo es algo tan malo o peor que lo que describe Chateaubriand.
Podemos leer en el New York Times: Para destacarse como modelo es necesario ahora tener defectos. «Cuando busco modelos, ‘ser bonita’ no está en mi agenda». [2]
Nuestra época, como cualquier época de la Historia puede ser juzgada a través del tipo humano que generó.
De nada serviría conquistar la Luna y todas las estrellas, revelar el micro‒universo del átomo, efectuar todas las proezas de la tecnociencia, alcanzar un grado de enriquecimiento prodigioso con una estabilidad económica completa, si al mismo tiempo el tipo humano entra en una visible decadencia. Porque lo que interesa sobre todo al hombre, después de Dios, es el propio hombre.
Imaginemos que en 100 años todos los hombres, afectados por una enfermedad desconocida, se convirtiesen en enanos. ¡Qué decepción! Por más que las conquistas de la ciencia y el desempeño de la economía fuesen expresivos, ese siglo sería considerado catastrófico.
Afortunadamente, en el siglo XX esto no ocurrió… en el aspecto físico. ¿Qué decir del alma y de la personalidad? Es la pregunta.
Afirma Plinio Corrêa de Oliveira:
«Una concepción a-filosófica y a-religiosa de la sociedad, meramente económica y profesional, da origen a la gran desesperación de las multitudes contemporáneas. Ayer ellas se extenuaban por hacer un capital; hoy por hacer revolución; y ya mañana por lanzarse en el desaguadero del miserabilismo nihilista, es decir, de la glorificación de los andrajos y de la miseria, de la suciedad, del abandono y del caos». [3]
Leo Daniele, in Agência Boa Imprensa (ABIM)
[1] Essai sur la littérature anglaise, II
[2] Marisa Meltzer, «The New York Times«, in «Folha de S. Paulo«, 24-9-13
[3] Plinio Corrêa de Oliveira, Reunión del 11/02/1983