Nada puede sustituir estos rayos de amor materno que permiten que el niño se desarrolle sano de cuerpo y alma.
La escena ocurre en el interior de un hogar pobre en Italia.
El revestimiento de los muros está agrietado, una escoba se apoya en una silla que ha perdido parte de su paja, un papel con aceite reemplaza un vidrio y el suelo recubierto de ladrillos extiende sus uniones irregulares.
La madre, sentada sobre un cofre bajo la ventana, tiende las manos para alentar a su niño a dar sus primeros pasos. El hermano mayor lo estimula con un movimiento y le da un dedo para que se apoye.
El bebé vacilante, con la boca abierta y la fisonomía radiante, tiene los ojos fijos en su objetivo: alcanzar a aquella que lo llama, para darle una alegría, lanzarse a sus brazos, recibir y dar su ternura.
La complementariedad del amor paterno y materno
La fisonomía del gesto de la Madre manifiesta la realidad de ese vínculo único y maravilloso que sólo existe en la familia auténtica.
Nada puede sustituir a estos rayos de amor materno que permiten que el niño se desarrolle.