A primera vista, el ambientalismo es básicamente científico. Por esto, surge la dificultad de comprender que exista una religión por detrás del ambientalismo más «genuino».
Con frecuencia en el blog «Verde: el nuevo color del comunismo» se ha tratado sobre la existencia de una extraña religión inmanente en la ecología. Se trata del ambientalismo que pretende ser el más coherente con los principios básicos del movimiento.
A primera vista, el ambientalismo es básicamente científico. Por esto, surge la dificultad de comprender que exista una religión por detrás del ambientalismo más «genuino».
Ecologismo, una nueva religión
Sin embargo, con el tiempo ha ido quedando evidente que el movimiento ambientalista sólo se comprende enteramente presuponiendo que existe una creencia peculiar que lo explica.
La aplicación de esta hipótesis se mostró esclarecedora e indispensable. Sin embargo, no es fácil abarcar algunos de sus aspectos: ellos parecen de tal manera profundos y oscuros que sería necesario el talento de Dante describiendo el infierno para formularla.
Denis Lerrer Rosenfield, profesor de Filosofía de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (Brasil), señaló algunos aspectos de esa «religión» verde, que no osa decir su nombre abiertamente. Damos a continuación algunos trechos del artículo «O mal e o capitalismo» publicado en «O Estado de Sao Paulo».
«El mal es el capitalismo»
Para poder comprender mejor los actuales debates en torno a las cuestiones ambientales, con reflejos en la vida de las ciudades y del campo, se torna necesario comprender la mentalidad de los ambientalistas radicales.
La ecología integral destruirá la civilización
Los argumentos científicos son cada vez más relegados a un segundo plano, aunque ese tipo de ambientalista diga representar los avances científicos.
Lo que en realidad está en cuestión es una mentalidad teológico-política, totalmente contraria al pensamiento crítico.
Veamos los puntos que estructuran esa mentalidad: 1) el fin del mundo; 2) los profetas; 3) el mal y 4) la salvación.
El fin del mundo
– Los ambientalistas radicales o religiosos, que es lo mismo, viven anunciando el fin del mundo. Si no son atendidos, el Planeta caminará inexorablemente hacia la catástrofe final. Uno de sus caballos de batalla es el anuncio del «calentamiento global», que estaría produciendo resultados que confirmarían sus profecías.
En ese punto ejercen una tal influencia sobre la opinión pública que ninguna objeción es autorizada, especialmente las científicas. Se tornó «normal» hablar de calentamiento global planetario, como si fuera una verdad incontestable.
Quien discuerda, es anatematizado
Los científicos que defienden esas posiciones son llamados eco-escépticos y encuentran dificultades para publicar sus artículos. Los ecorreligiosos tratan de todos modos de hacer valer sus posiciones.
En entrevista al diario O Globo, Richard Lindzen, famoso científico del MIT, que fue defensor de las previsiones alarmantes sobre el calentamiento global, rechaza ese catastrofismo, habiéndose transformado en un eco-escéptico, es decir, asumiendo posiciones estrictamente científicas.
Entre otros puntos señala que no hubo un calentamiento significativo en los últimos quince años y que, desde 1995, la temperatura media del planeta tuvo una pequeña variación. Sin embargo, los anuncios proféticos del calentamiento global no cesan, aunque no exista el calentamiento que conduciría al anunciado desastre final.
Profetas
– En los últimos 150 años, la temperatura media global varió entre 0,7 y 0,8 grados Celsius, lo que invalida cualquier catastrofismo. Sin embargo, los profetas del fin del mundo continúan con previsiones cada vez más sombrías.
Esas previsiones son incesantemente desmentidas por los hechos, pero siempre inventan otras nuevas, con supuestos calentamientos progresivos que harán inhabitable el Planeta en pocas décadas. Catástrofes naturales destruirían el mundo en poco tiempo.
No hubo ninguna gran catástrofe natural, pero sus anuncios apocalípticos continúan. La mentalidad religiosa se reviste, sin embargo, con un ropaje científico. Actúan religiosamente y tratan de darle una apariencia científica.
El mal
– Es de notarse que esas previsiones sobre el desastre final tienen un foco determinado, un objetivo que estructura su acción política: el capitalismo. Es decir, el fin del mundo es consecuencia del pecado realizado porque las personas viven y actúan según los valores de una sociedad basada en la economía de mercado, el derecho de propiedad y en la ganancia, denominada peyorativamente lucro.
Los eco-religiosos se estructura en ONGs nacionales e internacionales respaldadas de modo militante por los movimientos sociales. Se observa que estos son apoyados, incluso desde el punto de vista organizativo, por la Iglesia Católica y, en menor medida, por la Luterana.
En Brasil, la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) y el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), ambos relacionados con la Iglesia, divulgan esa postura profética, abogando por la eliminación de la propiedad privada como siendo el gran mal.
La propiedad privada y la economía de mercado serían responsables por la pobreza y por el desastre ambiental. Una vez que el capitalismo haya sido eliminado, el mal extirpado, el fin del mundo no se consumaría y el socialismo/comunismo ocuparía su lugar. La catástrofe ambiental, el Apocalipsis, sería evitado.
Los símbolos del mal son el agronegocio y la producción de energía
Las luchas de esos ambientalistas y movimientos sociales se estructuran de acuerdo a esas banderas. En realidad, ellos aumentarán la pobreza con alimentos más caros, lo que podrán tornar la vida humana insustentable en el Planeta.
Quieren que se produzca menos, cuando existen más bocas para ser alimentadas en el mundo. Defienden una energía más cara, combatiendo la construcción de hidroeléctricas.
Salvación
– La salvación está al alcance de aquellos que quieran seguir a estos profetas. Basta luchar contra el capitalismo, no respetar la propiedad privada, organizarse de modo militante contra las hidroeléctricas, invadir grandes propiedades, pues así el nuevo mundo está al alcance de todos.
Otro mundo es posible, éste es el lema recordado a todo momento. Todos los habitantes del planeta deberían disponerse a una conversión hacia una vida simple y primitiva, aquella que toma la forma utópica -y falsa- de la solidaridad originaria.
Abandonen la civilización y sígannos: nosotros somos el camino; la selva originaria, el destino.