La Igualdad, ídolo de nuestro siglo
En todos los dominios de la vida moderna se manifiesta la influencia
avasalladora del espíritu de igualdad.
Otrora, la virtud, la cuna, el sexo, la educación, la cultura, la edad, el género de profesión, las posesiones, incluso otras circunstancias, modelaban y matizaban a la sociedad humana con la variedad y la riqueza de mil relieves y coloridos, influían de todos los modos en las relaciones entre los hombres, marcaban a fondo las leyes, las instituciones, las actividades intelectuales, las costumbres, la economía, y comunicaban a toda la atmósfera de la vida pública y particular una nota de jerarquía, de respeto, de gravedad.
En esto estaba uno de los trazos espirituales más profundos y típicos de la sociedad cristiana.
En nuestros días no existe, por así decirlo, una sola transformación que no tenga por efecto un nivelamiento, que no favorezca directa o indirectamente el caminar de la sociedad humana hacia un estado de cosas absolutamente igualitario.
Esta sed de igualdad sólo se sacia en el nivelamiento completo, total, absoluto.
La igualdad es la meta hacia la cual tienden las aspiraciones de la masa, la mística que gobierna la acción de casi todos los hombres, el ídolo bajo cuya protección la humanidad espera encontrar la edad de oro.
Un hecho desconcertante: La popularidad de las ceremonias del 60 Aniversario de la Coronación
Ahora bien, mientras este huracán sopla con una fuerza sin precedentes, el mundo entero festejó el 60 Aniversario de la Coronación de la soberana inglesa, casi como si las tradiciones que ella representa fuesen un valor común a todos los pueblos.
Los actos y ceremonias, no irritan, no provocan protestas, y por el contrario son recibidos con una inmensa ola de simpatía popular. afluyeron a Londres personas de todas partes. Delante de todos los aparatos de televisión, se congregan hombres y mujeres de todas las naciones.
En este inmenso movimiento de alma de la humanidad contemporánea, hay algo de sorprendente, de contradictorio, de desconcertante tal vez, que exige un análisis detenido.
Algunas explicaciones
El noticiario de las conmemoraciones, demostró que las masas se conmovieron con ellas por un inmenso movimiento de admiración casi religiosa, de simpatía, incluso de ternura, que envolvió no sólo a la Reina, sino a todo aquello que ella y la institución monárquica de Inglaterra simbolizan.
Hay que reconocer que existe en la naturaleza humana una tendencia profunda, permanente, vigorosa, hacia lo que es gala, honras, distinción, y que el igualitarismo moderno comprime esta propensión, generando una nostalgia profunda que explota siempre que para esto encuentra una ocasión.
El gusto del hombre por las honras, por las distinciones, por la solemnidad, no es sino la manifestación del instinto de sociabilidad, tan inherente a nuestra naturaleza, tan justo en sí mismo, tan sabio cuanto cualquier otro de los instintos con que Dios nos dotó.
Nuestra naturaleza nos lleva vivir en sociedad con otros hombres, y la convivencia humana sólo realiza perfectamente sus objetivos naturales cuando está basada en el conocimiento y en la comprensión recíproca, y cuando de ese conocimiento y comprensión nace la estima, la amistad. En otros términos, el instinto de sociabilidad pide, no una convivencia humana basada en equívocos, erizada de incomprensiones y de roces, sino una contextura de relaciones pacíficas, armoniosas y amenas.
Antes que nada, queremos ser conocidos por lo que efectivamente somos. Un hombre que tenga cualidades tiende naturalmente a manifestarlas, y desea que esas cualidades le granjeen la estima y la consideración del medio en que vive.
Una condición para la existencia de la sociedad: la justicia, impone la formación del protocolo.
Esta tendencia natural está en consonancia por lo demás con uno de los principios más esenciales de la vida social, que es la justicia, según la cual se debe a cada cual no sólo los bienes materiales, sino también la honra, distinción, estima, afecto, aquello que le corresponde. Una sociedad basada en el desconocimiento total de este principio sería absolutamente injusta.
El sentido común, el equilibrio, el tacto de las sociedades humanas fue creando poco a poco, en cada país o en cada zona de cultura, las reglas de finura, las fórmulas, los gestos, casi diríamos los ritos adecuados para definir, enseñar, simbolizar y expresar lo que a cada persona se debe, según su situación, en materia de veneración y estima.
Nostalgia de un sano orden natural.
En un mundo nivelado, paupérrimo de símbolos, reglas, maneras, compostura, de todo lo que signifique orden y distinción en la convivencia humana; que en todo momento continúa destruyendo lo poquísimo que de esto le resta, mientras la sed de igualdad se va saciando, la naturaleza humana, en sus fibras profundas, va sintiendo cada vez más la falta de aquello con que tan locamente rompió.
Algo interior y fuerte dentro de ella le hace sentir un desequilibrio, una incertidumbre, una desazón, la pavorosa trivialidad de la vida, que tanto más se acentúa cuánto más el hombre se llena de los tóxicos de la igualdad.
La naturaleza tiene reacciones súbitas.
El hombre contemporáneo, herido y maltratado en su naturaleza por todo un tenor de vida construido sobre abstracciones, quimeras y teorías vacías, en los días de este aniversario quedó absorto, instantáneamente rejuvenecido y reposado, por el ensueño de este pasado tan diferente del terrible día de hoy.
No tanto por nostalgia del pasado, cuando por ciertos principios de orden natural que el pasado respetaba, y que el presidente viola a todo momento. Es a nuestro modo de ver la explicación más profunda y más real del entusiasmo que invadió al mundo durante las fiestas del 60 Aniversario de la Coronación.
Adaptación de: Por que o nosso mundo pobre e igualitário se empolgou com o fausto e a majestade da Coroação? por Plinio Corrêa de Oliveira in «Catolicismo» Nº 31 – Junio de 1953