Los frutos del divorcio se tornan cruelmente patentes en Francia.
El laicismo anticatólico introdujo primero el sofisma de que era necesario dar una nueva oportunidad a los matrimonios fracasados. Más adelante, amplió las opciones hasta llegar a un virtual «amor libre» en el cual el matrimonio, monogámico e indisoluble por naturaleza, se deshace rápida y voluntariamente.
La búsqueda de la felicidad y del amor fueron siempre un pretexto.
El Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE) de Francia mostró que la soledad está creciendo de modo impresionante en el país, con las desastrosas secuelas psicológicas y morales que trae inevitablemente.
Más de nueve millones de franceses hoy viven solos, contra seis millones en 1990: un aumento de 50%, en poco más de 20 años. El problema se ha visto agravado por el envejecimiento de la población, informó el diario «Le Monde».
Las parejas que optan por divorciarse no tienen hijos, y la mayor parte de los solitarios de hoy no tienen quien los cuide o se interese por ellos.
Las personas relacionadas con el campo y la agricultura son las que se encuentran en mejor situación: 88% de las mujeres viven con sus maridos. Las mujeres más abandonadas son las que eligieron la carrera de dirigentes de empresa.
Absolutamente hablando, hay regiones -como el Pays de Loire- donde el 75% de las personas vive en familia. «Es una región donde los divorcios son menos frecuentes y donde subsisten los modelos familiares tradicionales», explicó Pascale Breuil, responsable de Estudios Demográficos del INSEE.
La familia tradicional, unida hasta en la adversidad, es la única que verdaderamente satisface al espíritu humano y constituye su amparo verdadero en este valle de lágrimas.
El texto describe la situación de soledad que afecta a millones de franceses, especialmente a los que han optado por el divorcio, la carrera profesional o la vida sin hijos. El texto también contrasta esta realidad con la de las regiones donde prevalecen los modelos familiares tradicionales, basados en el matrimonio, la fidelidad y la procreación.
Desde una perspectiva bíblica, podemos afirmar que la familia es una institución creada por Dios desde el principio, cuando dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y los bendijo para que se multiplicaran y llenaran la tierra (Génesis 1:27-28). La familia es el lugar donde se expresa el amor, la comunión, la educación y la transmisión de la fe. La familia es también una célula fundamental de la sociedad, que contribuye al bien común y al desarrollo humano.
La Biblia nos enseña que debemos honrar a nuestros padres (Éxodo 20:12), amar a nuestros cónyuges (Efesios 5:25; Colosenses 3:18-19), educar a nuestros hijos (Proverbios 22:6; Efesios 6:4), cuidar de nuestros parientes (1 Timoteo 5:8) y vivir en armonía con nuestros hermanos (Salmo 133:1; 1 Juan 4:20-21). La Biblia también nos advierte de las consecuencias negativas del pecado, que rompe la comunión con Dios y con los demás, y genera división, violencia, infidelidad, egoísmo y soledad.
Por eso, podemos concluir que este texto refleja una crisis de valores y de sentido que afecta a nuestra sociedad moderna, que ha abandonado el plan de Dios para la familia y ha buscado su propia felicidad fuera de Él. Sin embargo, Dios no nos ha dejado solos, sino que nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, que nos ha reconciliado con el Padre y con nuestros hermanos, y nos ha dado una nueva familia, la Iglesia. En ella podemos encontrar el amor, el apoyo, la esperanza y la salvación que tanto necesitamos.