La figura del caballero se ha ido diluyendo casi completamente con el paso de los siglos, y apenas nos quedan algunos vestigios: el concepto de caballerosidad, que se identifica con la lealtad, el respeto y la cortesía.
El otro día iba por la calle y un hombre sencillo, parando su automóvil bajó la ventanilla y me dijo: “Caballero, ¿cómo se llega a Américo Vespucio?”.
Una pregunta banal, pero que por la forma me dejó un poco pensativo… “caballero”.
Todos hemos escuchado que las personas dicen: “Ya, mi caballero”, “Como no, mi caballero”, etc…
“Caballero”; bonita palabra, pensé. Evoca los tiempos de los caballeros andantes, en los que la palabra nació. Ellos hacían el bien y protegían a los huérfanos y a las viudas, es decir a los débiles y desvalidos. Aquellos hombres que reflejaban aquella figura -¡infinitamente más alta!- de Nuestro Señor, de quien dicen los Evangelios que “pasó haciendo el bien”.
La figura del caballero se ha ido diluyendo casi completamente con el paso de los siglos, y apenas nos quedan algunos vestigios: el concepto de caballerosidad, que se identifica con la lealtad, el respeto y la cortesía. Todavía se oye de vez en cuando alguien que dice: “este señor es todo un caballero”.
Todo el mundo conviene en que la figura del caballero es alguien bueno, bienhechor, generoso y noble. Esas palabras no son una mera fórmula, sino que denotan un respeto por el otro y un deseo de ser respetado. Además el adjetivo posesivo “mi”, en la expresión “mi caballero”, revela una cierta cordialidad y relación de pertenencia que ennoblece a quien la pronuncia y a quien la escucha.
El Espíritu de Caballería es una manera de ser
En este mundo metalizado y materializado en que vivimos, cada día reconocemos menos a los caballeros. Pero a pesar de todo aún podemos escuchar ese lindo “Sí, mi caballero” que tanto puede regalar unos oídos cansados de vulgaridad, pues manifiestan un deseo y una nostalgia de los tiempos en que el respeto y la cortesía presidían las relaciones sociales civilizadas.