Conducida a través de etapas bien estudiadas, la práctica de la homosexualidad pasó del rechazo popular a la categoría de algo intocable: del infierno al Olimpo.
El olvido de los principios
Plinio Corrêa de Oliveira insistía en que los principios morales deben ser constantemente recordados, ya que su omisión conduce gradualmente a las peores degradaciones.
Es lo que estamos presenciando con relación a la práctica de la homosexualidad.
Cuando, en los años 50, se oía decir que alguien tenía ese vicio -entonces raramente confesado- encontraba antes sí una atmósfera horrorizada. Hasta los niños ridiculizaban a quien se manifestase de ese modo.
Pero los principios morales que condenan la práctica homosexual, ya en esa época, eran poco enseñados. El horror que existía entonces era fruto del sentido común aún preservado y de una cierta tradición adquirida.
Tolerancia con una «enfermedad»
Con el pasar de los años, el rechazo a ese vicio continuó, pero poco después se comenzó a oír –proveniente incluso de los medios religiosos– que la práctica de la homosexualidad tiene su origen en una enfermedad y no es un vicio moral. Se ponía de moda así una nueva apreciación del problema.
Los «derechos» de las minorías
La consecuencia concreta de esa moda fue que el anterior rechazo social a la práctica de la homosexualidad se transformó en pena: «Pobrecito. Es un enfermo». Esta fue una etapa pasajera, pero fundamental, para derribar la barrera de horror que había en relación a las orgías homosexuales.
En la fase siguiente, se abandonó la idea de enfermedad y se pleiteó «el derecho de las minorías». Los homosexuales serían una minoría, con derechos análogos a los todos los que legítimamente constituyen minorías dentro de una nación.
La «dictadura de la tolerancia»
La legalización
Poco después, un paso más fue dado: la legalización de las uniones homosexuales, conocido como Acuerdo de Unión Civil, que otorga un reconocimiento expreso a parejas del mismo sexo dentro del Derecho chileno, permitiéndoles a quienes contraigan dicha unión ser consideradas explícitamente como «familias» . Y dada la presión del lobby homosexual nacional e internacional, vemos ya en trámite de aprobación la adopción de niños, y otros derechos, hasta hace poco reservados a marido y mujer.
El proceso no termina ahí. Ya existe de una ley contra la discriminación «por opción sexual», que transformará a los homosexuales en una especie de casta intocable. Ya no se tratará sólo de favorecerlos, sino de perseguir a quienes utilizan la libertad de expresión para discordar de la práctica homosexual.
La persecución religiosa
Aprobadas tales leyes, continúa siendo legítimo criticar a un juez, a un diputado, a un religioso y hasta al Presidente de la República. Pero no a los homosexuales. ¡Los «ídolos» no pueden ser criticados!
Mientras los señores legisladores llevan adelante estas leyes, que han dado origen en varios países a verdaderas persecuciones religiosas, la mayoría de la población las ve con desagrado. Pero ese desagrado no basta si no se traduce en una protesta contra esta verdadera dictadura que viene siendo implantada en esta materia, especialmente contando con el apoyo de los medios de comunicación y de ciertos políticos.
Para que esto ocurra en necesario tener bien claros los principios. La Iglesia Católica considera la práctica homosexual como un pecado que clama a Dios por venganza. Y las Sagradas Escrituras dan cuenta del castigo divino a dos ciudades: Sodoma y Gomorra.
Baje el libro gratuito “En defensa de una Ley Superior – ¿Por qué debemos oponernos al pseudo matrimonio y al Movimiento homosexual?”, que contiene una refutación de los slogans pseudo–científicos del lobby homosexual y señala la doctrina católica, desde los primeros tiempos de la Iglesia, sobre el asunto.