La violencia y el terrorismo que sufrió Chile a fines del año pasado, se reproduce de modo casi idéntico en Estados Unidos. Este artículo señala las verdaderas causas del fenómeno y constituye una orientación para el futuro incierto de nuestro País.
Frente a la violencia y los disturbios que sacudieron el país, nos enfrentamos a una realidad dolorosa. Si bien todos deben deplorar la muerte de George Floyd, debemos reconocer que los disturbios reflejan una sociedad en crisis, no malas actuaciones policiales o injusticias «sistémicas».
Necesitamos reconocer que existe un problema mucho mayor que el racismo, que es solo un síntoma. El mayor problema es una crisis moral de proporciones masivas. Esta crisis preparó el camino para la violencia que estamos experimentando. Estos no son solo disturbios; esta es una revolución para cambiar a Estados Unidos. Ella tendrá consecuencias nefastas para la nación.
Los Estados Unidos se desintegran
La crisis moral no es nueva. Durante décadas, muchos han denunciado la decadencia moral del país. La revolución sexual de los años sesenta desató las pasiones desenfrenadas, que destruyeron incontables buenas costumbres, familias y comunidades. Hoy, la loca carrera por el placer destruye a los individuos al cuestionar la noción de identidad.
Lo nuevo es cómo la crisis se está intensificando con las ansiedades producidas por el aislamiento del coronavirus y las inminentes elecciones. Ahora más que nunca, vemos una América polarizada desmoronándose. El tejido moral que mantiene unida a la nación se está desmoronando, preparando el camino para la revolución. Todo lo que queda son fragmentos que se mezclan con algunas apariencias de normalidad.
Somos testigos de la triste realidad de que solo se necesita un evento virulento para que toda la nación explote en el caos. Como lo demostró la devastación producida por la incomunicación del coronavirus, mucho puede ser destruido en poco tiempo.
La ley moral es esencial
Cualquier crisis moral proviene de la negativa a acatar una ley moral, que es normativa para el comportamiento humano. Puede suceder cuando las personas ya no admiten una noción objetiva de lo que es correcto y lo incorrecto. Rechazan los Diez Mandamientos que son reglas razonables para la vida.
Las cosas se demuelen cuando la valoración de lo correcto se basa en lo que hace feliz a cada individuo. En tales condiciones, las sociedades caen fácilmente en la anarquía.
De hecho, importantes grupos de la sociedad estadounidense han caído en la decadencia moral debido a la negativa a reconocer una ley moral. Esta crisis abarca a todos los grupos sociales, raciales, étnicos y de ingresos.
Convertir áreas en zonas de guerra
Las manifestaciones más graves de esta descomposición se encuentran en comunidades destrozadas. Por lo tanto, no es una coincidencia que el denominador común de las áreas de disturbios y violencia no sea de naturaleza racial sino moral. Ya sea en las ciudades en decadencia o en las zonas rurales dominadas por la droga, siempre encontramos la ausencia de la ley moral.
Hallamos familias rotas, sin padres ni estabilidad. Una promiscuidad sexual que no admite restricciones. Sin estructuras familiares sólidas, el crimen y la violencia dominan las comunidades. Se ha convertido estas áreas en zonas de guerra. Enviamos diariamente a nuestra policía a luchar contra elementos criminales y personas trastornadas.
A la decadencia se suma la violencia que ocurre cuando las iglesias están vacías. La gente no tiene la noción de un Dios amoroso, el Autor de la Ley Moral, que da orden a la sociedad. En su lugar, buscan sus éxtasis espirituales en drogas que introducen períodos de desesperación en sus vidas, privadas de significado.
La regla es que en áreas donde no hay moral, cualquier cosa puede suceder. Los actos más brutales son posibles. No hay posibilidad de armonía social. Culpamos al “sistema» en lugar de los pecados y acciones de individuos que destruyen el orden.
No es un motín sino una revolución
Sería un error afirmar que solo las comunidades destruidas experimentan esta decadencia. En todas partes existen situaciones análogas donde se ha perdido el sentido moral, incluso entre los grupos de mayores ingresos. Entre los manifestantes radicales se pueden encontrar todas las razas, profesiones y niveles de ingresos. Los informes noticiosos muestran que los organizadores son abogados, profesores e incluso clérigos, que trabajan en los bastidores para llevar a cabo sus agendas. De hecho, tales disturbios nunca son producto de fuerzas espontáneas.
Sin embargo, lo que une a estos manifestantes radicales es su rechazo de la ley moral. Odian el orden y la moderación. Se aprovechan de otros que han perdido el sentido moral para participar en su deseo de destruir los restos de la civilización Occidental y una noción del Estado de derecho.
Por lo tanto, la existencia de una crisis moral prepara el camino, no para disturbios sino para la revolución. Es decir, el reemplazo de un orden de cosas legítimo presente por otro estado ilegítimo de cosas.
Derrotando una revolución
Debemos negarnos a seguir la relato revolucionario que ahora proponen los medios. Tenemos la obligación de rechazar la idea de que los disturbios son producto de una lucha de clases que desencadena e incluso justifica la violencia. Debemos enfrentar la dolorosa realidad de nuestra crisis moral y asumir la responsabilidad personal de nuestras acciones.
Sobre todo, podemos derrotar una narrativa revolucionaria con otra. Esa narrativa es el rico legado de la Iglesia y el cristianismo que sustenta una ley moral que conduce a la armonía, la justicia y el orden. La nación debe volver a Dios, que puede hacer todas las cosas y devolver el país al orden si lo invocamos con un corazón humilde y contrito.