Las instituciones católicas, sobre todo por su tarea sobrenatural, tienen una fortaleza extraordinaria: nunca pueden ser derribadas si quienes las representan son enteramente fieles a su deber
Carl von Clausewitz, uno de los grandes teóricos de la guerra, nos enseñó que la victoria sobre un pueblo no consiste en destruirlo físicamente, sino en quitarle la determinación de luchar.
Fuerza de las instituciones católicas
Las instituciones católicas por ser sobrenaturales, por ser admirables, por estar apoyadas en toda a especie de razones, sobre todo por su tarea sobrenatural, tienen una fortaleza extraordinaria: nunca pueden ser derribadas si quienes las representan son enteramente fieles a su deber.
La única forma que tiene la Revolución para demolerlas es introducir agentes o pudrir gente dentro de ellas. Así, el movimiento hacia el abismo tendrá su punto inicial allí. Si consiguen hacer esto, es casi imposible revertir el proceso.
Las lecciones de la Historia
La Historia está llena de ejemplos que ilustran esta situación. Por ejemplo, la España visigoda. España que había tenido mártires, ¿cómo fue derribada de un momento al otro por las hordas musulmanas?
Es un hecho histórico comprobado que existían católicos, que de hecho eran arrianos, y que fueron quienes entregaron España a los moros. Como todos los herejes, ellos tienen simpatías por cualquier otra herejía que les ayude a destruir la Iglesia Católica.
Otro ejemplo es la victoria del protestantismo. Esta no se debió en realidad a que existían clérigos de mal espíritu, superficiales, despreocupados, indolentes y liberales. Hubo una alta autoridad religiosa en la época que dijo que no había que tomar en serio algo que no pasaba de una pelea entre religiosos.
El Cardenal Mercier, gran arzobispo de Malines, comentó que si en la Cátedra de San Pedro hubiese en tiempos del protestantismo un San Pío X, es posible que éste no hubiera conquistado una tercera parte de Europa.
La destrucción de las instituciones
Lo mismo se puede decir de las instituciones temporales nacidas de la Civilización cristiana.
¿Por qué venció la Revolución francesa? Se dice que fue porque los revolucionarios tenían mucha audacia, mucha fuerza. Esto no es verdad. Si los representantes naturales de las instituciones entonces vigentes hubiesen luchado de verdad; si hubiesen empleado todos los medios de fuerza, de sabiduría y de astucia necesarias para luchar; si no estuviesen -como de hecho estaban- impregnados de la mentalidad del movimiento que los derribaba, éste no habría vencido.
La monarquía francesa, una institución secular, que dio origen a una de las mayores culturas, fue derrumbada porque estaba vacía.
Simpatías con el enemigo
Hoy, si la burguesía no simpatizara profundamente con los principios que, en el fondo, contienen el comunismo, que son los principios de la Revolución francesa, libertad, igualdad, fraternidad, el comunismo no sería un peligro.
El gran peligro que representa el comunismo se debe a la condescendencia que los anticomunistas tienen por cosas que constituyen las raíces del comunismo.
Es esta mentalidad es la que, en vez de luchar, lleva a promover el lema de todas las capitulaciones: “Ceder para no perder”.
La verdadera lucha
La actual y verdadera lucha es, pues, para derribar la Iglesia y para destruir las instituciones temporales nacidas de Ella.
Esta lucha no consiste principalmente en un ataque frontal, sino en infundir el espíritu complicidad con el ataque dentro de esas mismas instituciones. Pudriendo esa línea de resistencia interna, la victoria no puede dejar de ser de ellos.
Así, si no existiera el progresismo católico, no habría peligro comunista para el mundo.
Las máquinas para la demolición
Ellos necesitan crear dos máquinas: una de putrefacción interna dentro de las filas católicas: esta es la máquina decisiva. Y la otra, es la que derriba la muralla podrida.
De ellas, la más peligrosa es la putrefacción interna.