Este odio inmenso, ¿no contiene para mí alguna lección? Entre Vos y el demonio, entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, hay un odio profundo, irreconciliable, eterno. Las tinieblas odian a la luz, los hijos de las tinieblas odian a los hijos de la luz, la lucha entre unos y otros durará hasta la consumación de los siglos y jamás habrá paz entre la raza de la Mujer y la raza de la serpiente…
V. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La impiedad escogió para Vos, Señor mío, el peor de los tormentos finales.
El peor, sí, pues es el que hace morir lentamente, el que produce sufrimientos mayores, el que más infamaba porque estaba reservado a los criminales más abyectos. Todo fue aparejado por el infierno para haceros sufrir, tanto en el alma como en el cuerpo.
Este odio inmenso, ¿no contiene para mí alguna lección?
Ay de mí, que jamás la comprenderé suficientemente, si no llegare a ser santo!
Entre Vos y el demonio, entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, hay un odio profundo, irreconciliable, eterno. Las tinieblas odian a la luz, los hijos de las tinieblas odian a los hijos de la luz, la lucha entre unos y otros durará hasta la consumación de los siglos y jamás habrá paz entre la raza de la Mujer y la raza de la serpiente…
Para que se comprenda la extensión inconmensurable, la inmensidad de este odio, contémplese todo cuanto este odio osó hacer.
Es el Hijo de Dios que allí está, transformado, según la frase de la Escritura, en un leproso en el cual nada existe de sano, en un ente que se retuerce como un gusano bajo la acción del dolor, detestado, abandonado, clavado en una cruz entre dos vulgares ladrones. ¡El Hijo de Dios! ¡Qué grandeza infinita, inimaginable, absoluta, se encierra en estas palabras! ¡He ahí, sin embargo, lo que el odio osó contra el Hijo de Dios!
Y toda la historia del mundo, toda la historia de la Iglesia, no es sino esta lucha inexorable entre los que son de Dios y los que son del demonio, entre los que son de la Virgen y los que son de la serpiente.
Lucha en la cual no hay apenas equívoco de la inteligencia, ni sólo flaqueza, sino también maldad, maldad deliberada, culpable, pecaminosa, en las huestes angélicas y humanas que siguen a Satanás.
He ahí lo que es necesario que sea dicho, comentado, recordado, acentuado, proclamado y, una vez más, recordado a los pies de la Cruz. Pues somos tales y el liberalismo a tal punto nos desfiguró que estamos siempre propensos a olvidar este aspecto imprescindible de la Pasión.
Lo conocía bien la Virgen de las Vírgenes, la Madre de todos los dolores, quien junto a su Hijo participaba de la Pasión. Lo conocía bien el Apóstol virgen que a los pies de la Cruz recibió a María como Madre, y con esto tuvo el mayor legado que jamás fue dado a un hombre recibir. Porque hay ciertas verdades que Dios reservó para los puros, y niega a los impuros.
Madre mía, en el momento en que hasta el buen ladrón mereció perdón, pedid que Jesús me perdone toda la ceguera con que he considerado la obra de las tinieblas que se trama a mi alrededor.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
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