Enseñadme, Señor, a reflejar en mi la majestad de vuestro semblante y la fuerza de vuestra perseverancia, cuando los impíos quieran manejar contra mí el arma del ridículo. El Divino Maestro enfrentó el ridículo. Y nos enseñó que nada es ridículo cuando está en la línea de la virtud y del bien.
V. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Todo, sí, absolutamente todo. Hasta vergüenza debemos sufrir por amor a Dios y por la salvación de las almas.
Ahí está la prueba. El Puro por excelencia fue desnudado y los impuros lo escarnecieron en su pureza. Y Nuestro Señor resistió a las burlas de la impureza.
¿No parece insignificante que resista a la burla, quien ya resistió a tantos tormentos? Sin embargo, esta otra lección nos era necesaria.
Por el desprecio de una criada, San Pedro lo negó. ¡Cuántos hombres habrán abandonado a Nuestro Señor por miedo al ridículo! Pues si hay gente que va a la guerra y se expone a las balas y a la muerte para no ser escarnecida como cobarde, ¿no es cierto que hay hombres que tienen más miedo a una risa que a cualquier otra cosa?
El Divino Maestro enfrentó el ridículo. Y nos enseñó que nada es ridículo cuando está en la línea de la virtud y del bien.
Enseñadme, Señor, a reflejar en mi la majestad de vuestro semblante y la fuerza de vuestra perseverancia, cuando los impíos quieran manejar contra mí el arma del ridículo.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
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