En medio de la agitación y la incertidumbre causada por el virus chino, la Santísima Virgen María se levanta como una luz brillante para calmar los temores, calmar el pánico y generar confianza.
La crisis del virus chino ha llevado a las autoridades a recomendar a todos quedarse en casa. Nadie en, varios municipios, tiene permitido salir de casa por razones no esenciales. El resto del País está sujeto a restricciones similares.
Debido a esta reclusión forzada, muchos se sienten atrapados.
Las noticias contradictorias sobre la gravedad del virus empeoran esta sensación.
De hecho, aquellos que buscan estudiar los hechos más profundamente quedan enterrados bajo montañas de especulación. Son como moscas en una telaraña; cuanto más luchan por encontrar la verdad, más enredados se encuentran.
En medio de la agitación y la incertidumbre, la Santísima Virgen María se levanta como una luz brillante para calmar los temores, calmar el pánico y generar confianza.
Nuestra Señora es el refugio de todo hombre, independientemente de cuán grande sea el mal que enfrenta.
Esto es obvio porque el pecado es el mayor de todos los males. De hecho, el pecado es tan terrible que para remediarlo, el Divino Hijo de Dios se hizo Hombre y sufrió su cruel pasión y muerte. El pecado trajo enfermedad, sufrimiento y muerte sobre el mundo. Causó que el hombre fuera expulsado del Paraíso.
Por lo tanto, si la Iglesia ha proclamado a Nuestra Señora el Refugio de los Pecadores, esto significa que Ella protege a los culpables del mayor mal que existe, que es el pecado. Ciertamente, defenderá al hombre aún más fácilmente cuando cualquier mal menor lo asalte.
Ella merece absoluta confianza.
El conocimiento de estas dos verdades lleva al hombre a depositar una confianza absoluta e irrestricta en Nuestra Señora como Refugio de los Pecadores. Hacerlo evitará que caiga en dos grandes peligros espirituales que pueden resultar del virus chino.
La primera verdad, que todos los hombres son pecadores, lo protege contra el peligro de encolerizarse y rebelarse contra Dios. Esta es una reacción común cuando ocurre un desastre.
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Sin embargo, cuando el hombre se da cuenta de que es pecador y merece ser castigado, disminuye esta tentación. Lo dispone a aceptar en espíritu de resignación lo que pueda venir y a hacer penitencia. Esta actitud no solo lo protege del pecado sino que lo acerca a Dios.
El segundo peligro espiritual del que Nuestra Señora del Refugio protege a la humanidad es el miedo y el pánico. La constatación de que la protección materna de Nuestra Señora está perpetuamente al alcance de la mano es un bálsamo calmante contra la propagación del terror por informes, noticias y especulaciones exageradas.
Transcribo a continuación una oración que impetra la protección de María y nos anima a mantener la confianza.
Oración de la confianza
¡Oh Corazón de María!, el más amable y compasivo de los corazones después del de Jesús, Trono de las misericordias divinas en favor de los miserables pecadores; yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos, en quien el Señor ha puesto todo el tesoro de sus bondades, con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido. Vos sois mi refugio, mi amparo, mi esperanza; por esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros: ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina de la tribulación llegue a mi alma, ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!
Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones coaligadas para mi eterna perdición me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme perder el tesoro de la divina gracia, ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!
En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso de que depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos, ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía.
Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y a ampararla. Y entonces; ahora y siempre, ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Estas gracias espero alcanzar de Vos, Oh Corazón amantísimo de mi Madre a fin de que pueda veros y gozar de Dios en Vuestra compañía por toda la eternidad en el cielo.
Amén.