Comparar es uno de los mejores medios de analizar. Si queremos pues analizar nuestra época, es legítimo que la comparemos. ¿Y con qué? Con el futuro, todavía incógnito, es imposible, pues objetos desconocidos no pueden servir de término de comparación.
Luego la comparación sólo puede ser con el pasado. Una de las más notables utilidades de la Historia consiste precisamente en esto; nos presenta una fiel imagen del pasado, a fin de que mejor conozcamos el presente. Y hacer tal comparación no es ser nostálgico. Es ser claro, práctico, directo en el noble ejercicio de espíritu que es el análisis.
Confrontemos pues los dos grupos de habitaciones populares, uno de una aldea tradicional de Inglaterra, Warwick, y otro en un barrio moderno de la ciudad de Puerto Nuevo, Carolina del Sur.
Las habitaciones populares actuales, parecidas con las que existen en tantas y tantas ciudades modernas, en el mundo entero, constituyen un grupo de 3.500 residencias de concreto, con cinco cuartos cada una. ¡Qué tesoros de técnica y de ciencia en todo esto! El concreto es un material de construcción resultante de una larga evolución práctica y científica. En cada una de estas viviendas, la ciencia tornó posibles las ventajas del agua corriente, de la luz eléctrica, del gas, el pasatiempo de la radio y de la televisión, el confort del teléfono. Desde este punto de vista, ¡qué inmensa transformación en contraste con las casas antiguas de Warwick: las deficiencias higiénicas, las dificultades de vida y, bajo algunos puntos de vista, la falta de confort físico que en ellas sentiría por cierto cualquier habitante de una ciudad contemporánea!
Entretanto, por otro lado, ¡qué falta de confort psíquico en estas casas modernas, con su estandarización inhumana, la monotonía y la severidad de sus masas rectangulares y sombrías, que les dan un aspecto intimidatorio; qué falta de abrigo detrás de las paredes de estas casas, abiertas a todas las miradas, a todos los ruidos, quizá a todos los vientos!
Compárese a esta frialdad de líneas y de sustancia – nada más «frío» que el cemento – el recogimiento, lo acogedor, la armonía de las casas de Warwick, cada una de las cuales parece considerar al transeúnte con una plácida sonrisa impregnada de bondad familiar, y contener en sí el calor de una vida doméstica animada y rica en valores morales. Casas simples, sin pretensiones y agradables de verse, imagen de la propia existencia cotidiana de sus habitantes. Casas que obedecen a un mismo estilo, pero teniendo cada una su nota de originalidad, discreta y vivaz.
Aproximados los términos de la comparación, la conclusión es lógica. En cuanto al confort del cuerpo, podemos estar mejor servidos con las residencias de tipo moderno – por lo menos cuando tienen cinco buenos cuartos como éstas. Pero del punto de vista del confort del alma, ¡cuánto perdemos!
¿Sería posible armonizar en un estilo nuevo ambos conforts, del alma y del cuerpo? El estilo es mucho menos producto de un hombre, o de un equipo de hombres, que de una sociedad, una época, una civilización.
No creemos que este estilo aparezca sin que previamente el mundo de hoy se haya recristianizado. Y es para preparar este mundo nuevo fundamentalmente católico, que miramos con amor estos recuerdos del pasado cristiano de nuestra civilización.