El Profesor Arnold van Huis, de la Universidad de Wageningen, Holanda, y su colega Dennis Oonincx, promueven la idea de comer insectos para salvar el planeta, en el contexto de un plan promovido por la FAO.
Quiche de gusano o larva de escarabajo, rollitos primavera de grillos y otros platos hechos con insectos nauseabundos están en el corazón de una «dieta saludable, barata y ecológica«, cuyo estudio fue encargado por el organismo de la ONU contra el hambre.
[columnlayout][columncontent width=»50»]Para el activista holandés una de las grandes ventajas de esta sub-alimentación es que «ayuda a reducir el calentamiento global», informó El Mercurio, de Santiago de Chile. Desde luego, la fórmula talismán garantizó notoriedad mediática al promotor.
El profesor de entomología tropical se sumó a la cruzada para «cambiar los hábitos de alimentación tradicionales y la introducción de insectos en la dieta occidental», rechazados después de siglos de civilización.
¿Comer insectos para evitar el «cambio climático»?
Para Van Huis, estos insectos serían por excelencia el alimento «verde» que podría resolver la «crisis» mundial de alimentos, el pretendido agotamiento de los recursos naturales y la cada vez más refutado “calentamiento global”.
Van Huis no está solo. Junto con un equipo volvió a la carga contra la agricultura, al comparar las emisiones de gases de efecto invernadero del ganado y de los insectos.
Los resultados previstos a priori, llegaron a la conclusión que criar insectos genera diez veces menos gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global. La crítica no se refiere sólo al ganado, sino también a los cerdos y aves de corral.
El equipo defiende una evidencia: es más fácil y más barato criar insectos. Dicho sea de paso, es fácilmente comprobable cuando viene la plaga. Buscando cualquier argumento, el estudio muestra que los insectos consumen menos agua –para la «religión verde» el agua dulce se encuentra en peligro de agotarse– que los cuadrúpedos y las aves.
[/columncontent][columncontent width=»50″]El holandés promueve la escuela de gastronomía «Rijn IJssel» que elabora recetas con apariencias de apetitosas para gusanos, grillos y escarabajos. En conferencia pública en la Universidad de Wageningen, sostuvo que lo «único necesario para salvar la selva, mejorar la calidad de la dieta y la salud, reducir las emisiones de CO2 y gastar menos dinero en comida es simplemente comer insectos«.
La FAO, Organización de las Naciones Unidas para luchar contra el hambre, se dice preocupada por el calentamiento global y el aumento de la superficie dedicada a la cría de ganado y se propuso reducir el consumo de carne en todo el mundo.
Para este efecto, promovió en Tailandia en 2009 y una reunión en la que el Professsor van Huis es nada más y nada menos que el ponente de uno proyectos aceptados en la época: comer insectos, señaló The Guardian.
Van Huis reproduce la vulgata de la «religión verde» y concluye con el dogma bien sabido que la Tierra ya no puede alimentar a los hombres si continúan teniendo hijos y el consumiendo en los niveles actuales.
Históricamente, el consumo de insectos es característico de los pueblos y tribus degradadas. En ciertos contextos, tiene una connotación supersticiosa, relacionada con creencias primitivas sobre poderes mágicos o divinos de animales incluso venenosos y nocivos, como los escorpiones y las serpientes.
En los países en que el rápido despliegue de la utopía socialista ha generado, como es habitual en estos casos, un hambre inmensa, comer animales repugnantes significó la salvación para los desesperados.
En alguna proporción, estos hábitos alimenticios repugnantes aún existen en países como China o Cambodge, mezclados con supersticiones paganas antiguas.
La propuesta de la FAO es indicativa del fondo falso del ecologismo catastrófico: degradar a los pueblos civilizados y precipitarlos en los horrores del primitivismo y del socialismo.
Luis Dufaur[/columncontent][/columnlayout]