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Juicio Temerario y virtud de la perspicacia

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La perspicacia es una virtud evangélica que permite descubrir a los lobos con piel de oveja. El falso concepto de juicio temerario ha transformado a muchos católicos en seres inofensivos e ineptos

El quietista no quiere meterse en nada. So pretexto de concentración y oración, se encastilla en su aislamiento y ociosidad.
Juicio temerario y virtud de la perspicacia
La obra de Fenelón, Explicación de las máximas de los santos, fue condenada por la Santa Sede por ser favorable al quietismo. (estado de perfección que únicamente podía alcanzarse a través de la abolición de la voluntad.)

En artículos anteriores hemos mostrado la acción nociva del liberalismo religioso, que se empeña en deformar en los católicos las virtudes más adecuadas a la lucha y al combate, creando así el tipo ridículo del “beato” inofensivo e inepto, que el propio liberalismo es el primero en estigmatizar afirmando que la Iglesia no es capaz de producir figuras diversas de ésta.

Si el liberalismo se empeñó particularmente en engañar a las masas católicas acerca de la virtud de la fortaleza, es cierto que otra virtud, la de la perspicacia también ha sido muy combatida por la propaganda liberal.

Muchos católicos se sorprenderán si afirmamos que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo es una inigualable escuela de energía y heroísmo, en el sentido más belicoso de la palabra.

Su sorpresa no será menor si les decimos hoy que el Evangelio es una inigualable escuela de perspicacia, y que Nuestro Señor Jesucristo inculcó reiteradamente esta virtud.

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¿Qué viene a ser la perspicacia?

Es la virtud por la cual nuestra mirada, transponiendo las apariencias engañosas presentadas por las personas con quienes tratamos, penetra hasta la realidad más recóndita de su mentalidad.

Así, se dice de una autoridad eclesiástica o civil que es perspicaz si, a través de la prolijidad de los consejos e informaciones que recibe, sabe discernir la verdad del error, adoptando en consecuencia una línea de conducta conforme a los intereses que tiene en manos.

Dentro del mismo orden de ideas se puede decir que es perspicaz un médico que sabe discernir la existencia de una enfermedad a través de los más ligeros indicios.

Y en el mismo sentido aún se llamaría perspicaz el detective que sabe interpretar las circunstancias aparentemente más insignificantes, de ellas deduciendo con seguridad cuál fue el autor de un crimen.

Un discernimiento en todas las situaciones de la vida

Difícil sería imaginar una profesión o condición social en que la perspicacia no suministre al hombre los más inestimables recursos para el cumplimiento de sus deberes.

El padre de familia, el profesor, el director de conciencias deben discernir en sus alumnos, dirigidos o hijos, los más leves síntomas de las crisis que se esbozan, a fin de prevenir lo que de futuro sería quizás imposible remediar.

El hombre de estado no puede dejar de distinguir, entre las múltiples manifestaciones de amistad que su alto cargo suscita, los amigos sinceros de los insinceros: todo el éxito de su carrera política está condicionado a esta aptitud.

Los abogados, militares, industriales, comerciantes, banqueros, periodistas, etc., no pueden ejercer convenientemente sus funciones, ni ahorrar a los intereses que tienen en manos los más graves sacrificios, si no están provistos de una perspicacia hoy más necesaria que nunca.

A este respecto queremos insistir muy especialmente: todo el mundo tiene, en ciertas circunstancias, el derecho de responsabilizarse por perjuicios que afecten a sus intereses individuales. Nadie, sin embargo, tiene el derecho de exponer los intereses de terceros.

¿Habrá una situación más ridícula que la de alguien que declare románticamente haber comprometido los intereses de terceros que les estaban confiados, porque «fue demasiado bueno y confió excesivamente en la bondad ajena».

«Demasiado bueno»?

¿Es realmente ser «demasiado bueno» sacrificar al amor propio de una media docena de aventureros los intereses sagrados confiados a la persona que así procura inocular?

¿Quién no percibe que esa «bondad» absurda redundó en una injusticia cruel con relación a los terceros perjudicados en el caso?

Una aplicación a los hechos

Apliquemos en el orden concreto de los hechos estos conceptos.

Un apóstol laico que, por «excesiva bondad», tolera en alguna asociación miembros gangrenados en los que confía infundadamente, y que ocasionan la pérdida de todos los demás, ¿no es un traidor que sacrifica cruelmente los elementos sanos e inocentes a los elementos culpables?

«Si tu pie de escandaliza, córtalo. Si tu ojo te escandaliza, arráncalo”. Es ésta la máxima del Evangelio.

Pero, cuánta perspicacia es necesaria para percibir la premura de ciertas amputaciones!

Y, sin embargo, el apóstol laico que no sabe discernir la oportunidad de estos cortes dolorosos, o no sabe apreciar la utilidad de tales amputaciones, no es menos inepto ni menos peligroso para el laicado católico que el médico que despreciara sistemáticamente el empleo de los procesos quirúrgicos.

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Los lobos con piel de oveja y los falsos profetas

No fue otra la razón por la cual nuestro Señor, además de recomendar la amputación de los miembros gangrenados de cualquier sociedad humana, habló de modo particular contra los falsos profetas y los lobos disfrazados en ovejas.

¿Cuál es la virtud que nos hace evitar a los aventureros arbolados en profetas, sino a la perspicacia?

¿Qué virtud nos lleva a rechazar el lobo metido en la piel de la oveja, sino la perspicacia?

¿Y qué hay de más triste que, por falta de perspicacia, seguir falsos profetas o abrir el aprisco a las falsas ovejas?

Por eso mismo Nuestro Señor no se limitó a predicar la perspicacia, sino que le dio ejemplos insignes y memorables.

«Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas»

Así, cuando el Divino Maestro denunciaba a los fariseos, lo que hacía era estimular la perspicacia de sus oyentes, desenmascarando aquellos sepulcros encalados, blancos por fuera y por dentro llenos de podredumbre?

Y sin embargo, si el «Legionario» dijese de alguien ‒de un violador de tratados y concordatos por ejemplo‒ que es un sepulcro encalado, ¿quién no afirmaría que además de faltar a la caridad estaríamos cometiendo un juicio temerario?

En torno a este capítulo de los juicios temerarios, ¿cuánta teología de agua dulce no se ha hecho?

Es precisamente para deshacer un poco del ridículo romanticismo edulcorado y de una falsa piedad, que en torno a la cuestión del juicio temerario se ha formado, que escribiremos nuestro próximo artículo.

Plinio Corrêa de Oliveira

in «O Legionario» nº 475

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11/02/2023 | Por | Categoría: Formación Católica
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