Si nuestros mayores hubieran sido mediocres, jamás habrían concebido casas con esta belleza y nunca habría atinado a edificar y urbanizar la ciudad con esta elegancia.
Ciertamente ellos tendrían sus defectos, nadie lo duda, pero tenían una mentalidad que apetecía una cierta grandeza.
Las falsas delicias de la mediocridad
Contrariamente a lo que muchos piensan, la mediocridad no sacia al hombre.
«La mediocridad es el mal de los que, enteramente absorbidos en las delicias de la pereza y por la exclusiva delectación de lo que está al alcance de la mano, por el entero confinamiento en lo inmediato, hacen del estancamiento la condición normal de sus existencias.
“No miran hacia atrás: les falta el sentido histórico. Ni miran hacia adelante, ni hacia arriba: no analizan ni prevén.
“Tienen pereza de abstraer, de alinear silogismos, de sacar conclusiones, de diseñar conjeturas.
“Su vida mental se cifra en la sensación de lo inmediato: la abundancia del día, el sillón cómodo, las zapatillas y la televisión: no va más allá de su pequeño «paraíso».
“Paraíso precario, que buscan proteger con toda clase de seguros: de vida, de salud, contra el fuego, contra accidentes, etc., etc.
“Y tanto más feliz el mediocre se siente, cuanto más nota que todas las puertas que se pueden abrir para la aventura, para el riesgo, para lo esplendoroso están sólidamente cerradas…»
Fotografía: Vista del Palacio Cousiño, calle Dieciocho en Santiago de Chile, año 1890.