13 de Mayo, Primera aparición de la Santísima Virgen a los pastores
El escéptico que hoy oye hablar de Fátima puede preguntarse:
- –¿Qué interés puede tener el Mensaje de Fátima para la humanidad contemporánea?
- – Después de la revelación de la Tercera Parte del Secreto, ¿ese mensaje tiene todavía actualidad y qué puede decirnos?
- – Los «errores de Rusia», es decir el comunismo, ¿han cesado de ser una amenaza después de la caída de la Unión Soviética?
En realidad, el mensaje dado en Fátima por la Santísima Virgen es la clave para comprender, no sólo el siglo XX, sino también los días en que vivimos y los que vendrán.
La humanidad pecadora no se ha enmendado.
La Madre de Dios habló a tres pequeños pastores –Lucía, Jacinta y Francisco (los dos últimos han sido canonizados el 13 de mayo del 2017)– y, a través de ellos, al mundo entero.
Ella les ha encargado esencialmente que comunicaran a la humanidad Su profunda aflicción ante la impiedad y la corrupción de los hombres. Si estos no se enmiendan, agregó la Santísima Virgen, vendrá un terrible castigo.
A más de un siglo de las apariciones, es forzoso constatar que la humanidad pecadora no se ha enmendado y que, al contrario, ella se encuentra sumergida en una espantosa crisis con múltiples aspectos: crisis moral, familiar, social, religiosa…
Para salir de ella, la madre de Dios ha presentado una alternativa muy clara: la conversión o el castigo.
El infierno es el castigo supremo para los pecadores que no se arrepienten.
En primer lugar, en el curso de la aparición del 13 de julio de 1917, Ella habló del castigo en la otra vida, castigo eterno, supremo, definitivo: la condenación al infierno de los pecadores que mueren sin arrepentimiento. La Virgen María no ha temido mostrar el infierno a los videntes, que no tenían entonces más que diez, nueve y siete años…
Este aspecto del mensaje de Fátima constituye el «primer secreto», o más exactamente la primera parte de un sólo mensaje.
La segunda parte –o el «segundo secreto»– concierne a la gran alternativa a que está sujeta la humanidad en esta Tierra. Si los hombres «no cesan de ofender a Dios«, Este «castigará al mundo de sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones contra la Iglesia y el Santo Padre«.
La guerra es claramente presentada como un castigo por los pecados de los hombres. A menos que ellos se conviertan. Y la Santísima Virgen precisa: «Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado«.
Pero Nuestra Señora precisa más aún el castigo que Ella anuncia: «[Rusia] esparcirá sus errores por el mundo, propagando guerras y persecuciones contra la Iglesia«.
Los «errores de Rusia»: extirpar de las almas toda forma de religión trascendente e implantar una anti–religión.
Si los maleficios del comunismo eran los errores que Rusia debía repartir por el mundo, ¿cómo comprender esta profecía después del hundimiento de la Unión Soviética?
- Los bolcheviques en 1917 tenían como programa poner en práctica las doctrinas igualitarias, nacidas y desarrolladas en Europa occidental y particularmente en Francia. Esas doctrinas aparecieron durante la «conspiración de los iguales«, durante el paroxismo de la Revolución francesa. Ellas se transformaron en un sistema completo con el «Manifiesto del Partido Comunista» (1848); inspiraron la «Comuna» de París (1871), con su siniestro cortejo de sacerdotes martirizados, de iglesias profanadas, de palacios quemados, de crímenes y blasfemias perpetrados en nombre de la utopía igualitaria.
El 13 de julio de 1917 –día de la advertencia solemne de la Santísima Virgen sobre los «errores de Rusia»– la mayoría de los bolcheviques no creía que esta doctrina pudiese asumir inmediatamente la dirección de Rusia. Lenin acababa de regresar a Rusia, gracias a poderosos apoyos occidentales, y el jefe del gobierno provisorio, el príncipe Lvov, tranquilizaba a los ciudadanos afirmando que el ex–imperio de los zares se fundiría en una «democracia universal«.
La realización de la profecía de la Virgen María.
Sin embargo, contra toda verosimilitud, el 7 de noviembre, algunas centenas de militantes comunistas, reforzadas por desertores y aventureros, tomaron al asalto el poder, erigiendo la impiedad y el crimen masivo como sistema de gobierno. El partido bolchevique comenzó inmediatamente a esparcir «sus errores» por todo el mundo, confirmando así las palabras de la Santísima Virgen.
Hasta entonces, jamás se había visto un gobierno durable proponer un tal conjunto de aberraciones: la instauración del igualitarismo más completo y la supresión de la propiedad privada; el divorcio y el amor libre; el aborto y el control de la natalidad; los «derechos» de los homosexuales; la «liberación» de las mujeres; la eutanasia; la omnipresencia del Estado; la hiperplanificación de la vida; la tortura psiquiátrica a los disidentes; el exterminio de clases sociales enteras, de etnias, de opositores y aún de simpatizantes silenciosos.
Todo esto teniendo como objetivo final extirpar de las almas toda forma de religión trascendente y de implantar una verdadera anti–religión: la del materialismo y del relativismo…
Rusia ha sido un gigantesco aerosol, hoy aparentemente vacío, pero que ha contaminado al mundo.
Durante más de un siglo, Rusia, como un gigantesco vaporizador, ha propagado por el mundo, hasta la última partícula, los errores que había hecho suyos. Hoy parece que el aerosol está vacío, pero el mundo ha sido contaminado…
La profecía de la Virgen de Fátima, por lo tanto, se ha cumplido: la mayor parte de los errores que en 1917 eran profesados solamente por los comunistas, son hoy en día adoptados por el conjunto de los principales partidos políticos del mundo entero.
Estos errores son considerados como la norma a seguir por las instancias internacionales. Son los «errores de Rusia» que se han extendido por el mundo entero. Y aún, oh dolor, ellos han alcanzado a importantes sectores de la Iglesia católica.([1]) Es lo que recuerdan las célebres expresiones de S.S. Pablo VI sobre el proceso de «autodemolición» de la Iglesia y «el humo de satanás en el templo de Dios».
Los «errores de Rusia» han penetrado hoy el centro de la vida social y religiosa de Occidente.
¿Cómo no ver que este conjunto de errores llamado comunismo, lejos de haber desaparecido ha embebido profundamente al occidente, sin necesidad de recurrir a los blindados soviéticos? Bajo su forma más avanzada –llamada frecuentemente revolución cultural– destruye sistemáticamente la tradición cristiana, base de nuestra civilización; mueve una guerra abierta contra la moral, destruyendo los fundamentos de la familia; finalmente, promete un igualitarismo extremado que busca suprimir hasta el principio de la propiedad privada –principio tan esencial, que sustenta la institución de la familia, y es parte integrante de la doctrina Pontificia, protegida por dos mandamientos del Decálogo.
En resumen, el mundo de hoy está más sumergido en el pecado que durante las apariciones de 1917 y los «errores de Rusia» han penetrado en el corazón de la vida social y religiosa de Occidente.
El llamado a la penitencia de la Santísima Virgen no ha recibido la acogida que merecía y el castigo por los crímenes de la humanidad se ha abatido en un crescendo espantoso. La II Guerra Mundial y los crímenes del nazismo; los más de 100 millones de muertos por los que los regímenes comunistas y sus aliados son responsables; las guerras incesantes y las persecuciones religiosas que redoblan, son algunos ejemplos claros.
Entonces, ¿qué se debe concluir?
El mundo sumergido en un abismo de mal recibe el tercer Secreto con indiferencia.
Y es justamente en esta situación dramática por muchos aspectos que la Tercera Parte del mensaje de Fátima, o «tercer secreto», fue revelada por la Santa Sede el 26 de junio del 2000.
- La tercera parte es la visión de un ángel blandiendo una espada de fuego con la que amenaza la tierra y grita con voz fuerte: ¡Penitencia, penitencia, penitencia! Enseguida el Papa, obispos, sacerdotes, religiosas, hombres y mujeres de toda condición suben, en medio de una ciudad en ruinas, a una colina en la cual se encuentra una gran Cruz y allí son martirizados. La sangre de los mártires de recogida por ángeles con la que irrigan a las almas, que se aproximan de Dios.
Castigo, persecución, martirio y retorno de las almas a Dios.
Así, no solamente los funestos «errores de Rusia» se difundieron en Occidente y en el mundo entero, destruyendo sistemáticamente la Civilización Cristiana, sino que las persecuciones, sangrientas o no, se multiplican; aquellos que manifiestan profesar su adhesión a los principios inmortales de la moral cristiana, fundamento de la única verdadera civilización, son perseguidos o lo serán próximamente:
- Perseguido y castigado por la ley el médico católico que se niegue a practicar un aborto;
- perseguidos y castigados por la ley los católicos que afirman, como lo enseña el catecismo, que la práctica de la homosexualidad es un pecado contra la naturaleza;
- perseguidos y castigados por la ley los profesores y los directores de escuelas católicas que se nieguen a enseñar el libertinaje sexual en sus establecimientos;
- perseguidos los sacerdotes que se nieguen a violar el secreto de confesión;
- perseguidos los cristianos que aislados o asociados quieran hacer oír su voz en la sociedad para hacerse eco del Magisterio de la Iglesia… Sin hablar de los numerosos países donde corre hoy abundantemente la sangre de los cristianos martirizados.
Frente al deseo destructor de los perseguidores de la Iglesia, es necesario sin ninguna duda aceptar las pruebas queridas por la Providencia. Sin embargo, es necesario no renunciar a cumplir los deberes de soldado de Cristo, carácter impreso por el sacramento de la Confirmación, por el cual el católico está «obligado así más estrictamente a difundir y defender la fe por la palabra y por la acción como verdadero testigos de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1285).
Las persecuciones no serán pues una ocasión para desanimar sino que, por el contrario, para aumentar la firme resolución de oponerse a los impíos, y de organizar la lucha contra los adversarios de la Iglesia «con la inocencia de la paloma y la astucia de la serpiente«, como lo ha recomendado Nuestro Señor.
Para evitar, en la medida de lo posible, las consecuencias terribles del desencadenar final de los castigos anunciados por la Santísima Virgen, y apresurar la aurora bendita del triunfo del Corazón Inmaculado de María –que ha sido prometido– debemos recurrir a los medios indicados: una devoción más ferviente hacia la Madre de Dios; la oración y más particularmente la recitación del santo Rosario, de la penitencia, de la práctica de los mandamientos de la Ley de Dios.
Es solamente así que se resolverá la terrible crisis mundial y estarán reunidas las condiciones para una paz verdadera y durable. Será la paz de Cristo en el reino de Cristo y, más particularmente, la paz de María en el reino de María.
* * *
«Puede ser que estas diversas consideraciones –escribe el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en el prefacio a la edición americana del «Secreto de Fátima«– provoquen en ciertos espíritus una actitud de escepticismo, o de desprecio. Los hombres sin fe –y sus hermanos, los de poca fe– sonreirán ante lo que les parecerá una simplificación desconcertante e infantil, de los problemas de la sociedad actual. (…) Buscar la solución en el cándido mensaje anunciado al mundo por medio de tres pequeños pastores analfabetos, les parecerá ridículo. O más aún, demencial.
«No negamos la complejidad inextricable de los problemas contemporáneos. Pensamos, por el contrario, que esa complejidad es tal que ellos son humanamente insolubles. (…) No resistimos al deseo de mostrar a eventuales escépticos las soluciones irremplazables aportadas por la Religión; de poner a su alcance, como mirando a través del agujero de una cerradura, algo de este vasto horizonte.
«San Agustín describió lo que sería una sociedad verdaderamente cristiana –la Ciudad de Dios– y los beneficios que resultarían para el Estado. Imaginen –escribe el santo– «un ejército constituido por soldados como los forma la doctrina de Jesucristo, gobernantes, maridos, esposas, padres, hijos, profesores, servidores, reyes, jueces, contribuyentes, recolectores de impuestos, como los quiere la doctrina cristiana. ¡Y osen [los paganos] decir todavía que esta doctrina es opuesta a los intereses del Estado! Bien por el contrario, debéis reconocer que es es una gran salvaguarda para el Estado, cuando ella es fielmente observada». (Epíst. 138 al. 5 ad Marcelinum, capítulo II, 15). (…)
«A la vista de una tan luminosa, simple, y al mismo tiempo profunda descripción, podríamos preguntar a nuestros objetores: ¿cuál es la escuela política, social o económica capaz de evitar, sin el recurso a la religión, la explosión final de una sociedad que, movida por el propio dinamismo de la incredulidad y de la corrupción, llegará a la trasgresión total de los principios sobre los cuales se funda la Ciudad de Dios descrita por san Agustín?»
Con Nuestra Señora de Fátima «caminemos hacia la civilización católica que nacerá sin ninguna duda de los escombros del mundo actual, como de los escombros del mundo romano nació la civilización medieval. Marchemos a la conquista de este ideal, con el coraje, la perseverancia, la resolución de enfrentar y de vencer todos los obstáculos, como la que tenían en su alma los Cruzados que avanzaban hacia Jerusalén. Si nuestros mayores supieron morir para reconquistar la tumba de Cristo, ¿cómo lo no querremos –nosotros, como ellos, hijos de la Iglesia– luchar y morir para restaurar algo que vale infinitamente más que el preciosísimo Sepulcro del Salvador: su Reino sobre las almas y las sociedades, que El creó y salvó para que ellas lo amen eternamente».
[1] Durante el Concilio Vaticano II, 213 padres conciliares firmaron una petición pidiendo que el Concilio elaborase una constitución doctrinal y pastoral sobre los errores «de la secta comunista, socialista o marxista«, considerando la condenación del comunismo como siendo algo «de la mayor importancia para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas«.
Después de haber recordado la terrible condición de los fieles viviendo bajo el mundo comunista y el peligro próximo para otro gran número sometidos próximamente, los 213 padres conciliares advertían contra la infiltración de las ideas comunistas entre los católicos: «numerosos católicos consideran con simpatía al comunismo«, y más aún «numerosos fieles tienen un cierto sentimiento de culpabilidad por no profesar todavía abiertamente comunismo o el socialismo«.
En consecuencia, ellos pedían que un documento expusiera con una gran claridad la doctrina social católica y condenara los errores del marxismo, del comunismo y del socialismo bajo el aspecto filosófico, sociológico y económico; y que fueran denunciadas la mentalidad y los errores que preparan a los espíritus católicos a aceptar el socialismo y el comunismo.