Acción Familia expresa su más sentidas condolencias a todos aquellos que perdieron a sus familiares en este terrible terremoto. Al mismo tiempo, reza por el eterno descanso de aquellos que perecieron.
Chile esta profundamente conmocionado con este infausto acontecimiento. Y con toda razón. Faltan las palabras para describir el dolor de tantos de nuestros compatriotas.
Desgraciadamente no faltan aquellos a quienes más les preocupan las ruinas materiales que las pérdidas humanas. Por otra parte, vemos con espanto que muchos, endurecidos a pesar de la tragedia, no dudan en aprovechar la catástrofe para dedicarse al saqueo.
¿Cómo puede explicarse que en un país de mayoría católica puedan darse estas situaciones? Y ya no se trata sólo de sentimientos nacidos de la fe, sino de sentimientos de simple humanidad.
¿Qué está pasando con nuestro país? ¿Cuál es el origen de estos defectos espantosos?
Ciertamente se encuentra en la casi total disolución de la institución básica de la sociedad que es la familia. Veinte años de gobierno, de leyes promulgadas – muchas veces con el apoyo de la oposición – de decretos exentos, etc., fueron transformando la fisonomía moral de los chilenos.
El terremoto concertacionista produjo literalmente el derrumbe de la familia. De acuerdo a informes recientes, en 1989, cuando la población de Chile era de 13.178.782 habitantes, los matrimonios realizados fueron 99.757. El 2009, la población había pasado a 17.094.275, y, sin embargo, los matrimonios disminuyeron a 55.834. Las nulidades y divorcios de 1989 fueron 6.781; las del 2009, 50.666 (Cf. “El Mercurio”, 18 de enero, 2010).
Además, los hijos de padres menores de 20 años representaban en 1990 el 24.2 % de los nacidos. El año 2003, la cifra subió al 32,2%. (Cf. Instituto Nacional de Estadísticas, “Fecundidad en Chile, noviembre de 2006). El mismo Instituto, en su informe sobre fecundidad, señala que “la tasa global de fecundidad ha descendido en forma importante desde 1962-1963, período en que llegó a la cifra de 5,4 hijos (as) promedio por mujer, a un valor de 1,9% en 2004. Es decir, la fecundidad en el país bajó en aproximadamente un 65% en 42 años”.
Ahora bien, cuando la familia entra en crisis de esta manera, los efectos negativos son enormes, sobre todo en lo moral. Pero también es gravísimo el desequilibrio psicológico que ella produce en la generación presente y en las siguientes.
En efecto, es sabido que uno de los factores más poderosos para que las personas tengan a lo largo de su vida una sana estructura psíquica, es que, en los años de la niñez, hayan encontrado el amparo seguro de una madre afectuosa a quien recurrir, y el apoyo protector de un padre.
Ambos factores son los principales elementos para producir en el fondo de las almas infantiles la confianza y la seguridad para enfrentar las vicisitudes de la vida. Y lo que se plasma en la infancia normalmente será la matriz según la cual cada uno procederá a lo largo de su existencia.
Ahora bien, lo que los datos arriba señalados indican es que, hoy en Chile, es cada vez más difícil que un niño encuentre las condiciones familiares razonables para formarse con normalidad. El efecto inevitable de esta inseguridad precoz son los desequilibrios emocionales y los traumas infantiles que se intenta disminuir con psicólogos y pastillas, los cuales, sin embargo, no alcanzan a contener sus efectos devastadores. Esto, para no extendernos sobre la devastación moral que afecta al País, mucho más allá que lo que la población imagina.
En efecto, ¿qué se parece más a una casa derrumbada que una mente desequilibrada y decepcionada de sí misma? El derrumbe físico es el efecto del desequilibrio de los elementos de una construcción. Los desequilibrios emocionales son las consecuencias de la ausencia de un padre o una madre en la formación moral de un niño.
Para solucionar los destrozos materiales del terremoto muchos países se apresuran a venir en nuestro socorro, y con razón. Pero ¿quién vendrá en ayuda de la familia en Chile?
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El Presidente electo prometió un cambio. “Viva el cambio”, fue su principal slogan. El País, cansado de la corrupción administrativa, de las prebendas de todo tipo, del auge de la delincuencia y de la descomposición de la familia, dijo sí al cambio.
Lo que está por verse es de qué naturaleza será ese cambio. Lo ocurrido hace algunos años en España nos permite ilustrar a qué nos referimos.
Después de 14 años de gobierno del PSOE, subió al poder en 1995, José María Aznar, representando la oposición al socialismo, quien gobernó hasta el 2004. Sin embargo, ¿qué cambió en ese período en el proceso de “revolución silenciosa” impulsada por el PSOE? En lo medular, nada. Se prefirió recomponer la economía española a restaurar las costumbres cristianas, por lo cual las leyes de aborto, divorcio vincular y otras “conquistas” del socialismo no fueron tocadas por el Gobierno del Partido Popular, y al volver al Poder, el PSOE pasó a otra etapa de más intensa descristianización.
En efecto, actualmente con Zapatero, el PSOE continúa profundizando la destrucción de la familia con la gravísima ampliación de las causales de aborto, la legalización del mal llamado “matrimonio” homosexual y una hostilidad sistemática a la educación católica, sin siquiera respetar la elemental objeción de conciencia de los padres de familia que quieren formar a sus hijos en la Fe y en la Moral cristianas.
Se trata de saber, por tanto, si el gobierno de la Alianza seguirá los pasos del PP, o si tendrá la entereza de reconocer y combatir esa devastadora crisis moral de la familia, resolviéndose a eliminar sus causas y remediar los males ya consumados, en todo lo que un Gobierno pueda alcanzar.
¿Cuál de los dos “cambios” seguirá el Gobierno del Presidente Piñera?
El tiempo lo dirá. Pero ya hay voces que propician “la receta española”. Es el caso de la declaración del futuro Ministro de Salud, que anunció que el Estado continuará distribuyendo la píldora del día después. Esto, a pesar de que sigue vigente la sentencia del Tribunal Constitucional que lo prohíbe, que la Concertación nunca respetó y que diputados de la Alianza quisieron hacer valer sin demasiado empeño.
Y en cuanto a la “política de los acuerdos”, ella será muy positiva si obtiene que algunos miembros de la Concertación abandonen el sectarismo que la ha caracterizado, pero será funesta si la Alianza pacta con ese sectarismo, pues así frustrará a la mayoría cristiana que la apoyó en la última elección y la llevó a la victoria.
Acción Familia enuncia esto antes de que el Presidente electo asuma el cargo, para contribuir a definir el desafío central que hoy se plantea y apoyar los pasos correctos que ayuden a enfrentarlo. Y recuerda que el verdadero “cambio” es el de fortalecer la Familia, que la Concertación tanto hizo por demoler y que continúa haciéndolo hasta el último minuto. Pues los efectos de tal demolición –que incluyen una agresiva escalada delictiva, una enorme descomposición de la juventud y un aumento inédito de la drogadicción– equivalen a la demolición de Chile.