Estamos en la fiesta de Corpus Christi y me gustaría mostrarles algo al respecto de la razón por la cual esa fiesta fue instituida.
Ustedes saben que los protestantes, herejes, negaron y niegan la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Ese fue uno de los mayores escándalos ocurridos en la Iglesia en el siglo XVI, que fue un siglo de tantos escándalos. Los medievales tenían una profunda fe en el Santísimo Sacramento, en la presencia real y, por lo tanto, una devoción enorme ya sea a la Santa Misa, ya sea a la adoración del Santísimo Sacramento. Y los protestantes negaron brutalmente la presencia real.
Los protestantes negaron la Presencia Real
Esa negación fue uno de los puntos de fractura entre protestantes y católicos y fue recibida por los católicos como uno de los peores ultrajes que jamás se haya cometido contra Nuestro Señor.
¿Cuál fue entonces la política, porque se puede aquí hablar de política en el sentido elevado del término, es decir, cuál fue la táctica pastoral usada por la Iglesia frente a ese hecho?
La Iglesia tenía dos caminos. Ella podía decir: «bien, nuestros hermanos separados protestantes están negando la presencia real. Si nosotros afirmamos protuberantemente la presencia real, aumentamos la separación. Como ellos no aceptan de ninguna manera ese dogma, en la medida en que nosotros lo afirmamos, ellos se apartan; entonces vale la pena que repensemos el dogma de la presencia real. Y, tomando en consideración que los tiempos cambiaron, porque el año 1500 estaba en buenas cuentas bien lejos del año 1 de la era cristiana, era muy natural que ahora expresásemos la presencia real en un vocabulario diferente que agradara a los protestantes. No sería una negación de la presencia real. ¡Esto jamás! Es un dogma definido por Nuestro Señor Jesucristo y, debido a esto, no diremos lo contrario de este dogma.
Pero, en vez de afirmar tan protuberantemente que Nuestro Señor está realmente presente bajo las apariencias eucarísticas, presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, podríamos decir lo siguiente. ¿Que es realmente esta presencia? Dios está presente en todas partes y los buenos amigos protestantes pueden entender que Dios está presente allí, como Él está, por ejemplo, presente en una flor, o cómo está presente en un pan cualquiera.
Nosotros entendemos que no es así. Que está realmente presente con Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, pero no vamos a decir esto para no crear una división. Después, vamos a comenzar el diálogo. En el diálogo les decimos: «¿qué tal sería si volvemos a estudiar los fundamentos del dogma de la presencia real, para verificar, en conjunto, hasta que punto ese dogma tiene o no su fundamento en la Sagrada Escritura?»
El protestante diría: «su duda es hermana de la mía. Yo también quiero estudiar el asunto, como también usted quiere». El quedará con una cierta impresión de que tengo duda, pero yo no dije que tengo duda.
Entonces comienza una conversación al respecto del Santísimo Sacramento en la que yo digo: «mire, sería más interesante, en vez de tomar una posición endurecida, que estudiemos cuál es el modo por el cual podríamos llegar a un acuerdo. De tal manera que de la tesis «Jesucristo está presente en realmente en la Eucaristía», y de la antítesis «Jesucristo no está realmente presente en la Eucaristía», pudiésemos deducir una tercera posición. Que no sería enteramente una ni otra cosa. Usted cede un poco, y yo cedo un poco. Y afirmaremos juntos que Jesucristo de hecho está presente en la Eucaristía. Ahora, si está presente sólo en cuanto Dios, o en cuanto Hombre-Dios, es un pormenor al respecto del cual cada uno de nosotros reclama su libertad de posición. Entonces, habremos llegado finalmente a una síntesis.
Una solución aparentemente salomónica
Por esta forma, se podía haber evitado la ruptura entre protestantes y católicos y el mundo cristiano hoy sería unánimemente católico. Esto habría dado a la Religión Católica una fuerza, un vigor, una magnitud muy diferente de la tristeza de esa ruptura, de esa división que existe. Ustedes católicos, cuando ven las sectas protestantes pulverizadas y que de lo alto y de dentro de su unidad se reían de esa pulverización, ¿imaginan bien de qué desgracia se ríen? ¿De qué infortunio se están burlando? ¿Tienen una idea de cuánto esto representó para el relajamiento moral de este mundo protestante así dividido? ¿Cuánto representó de luchas, de divisiones, de dolores y de sufrimiento? La primera cisión partió de ustedes, cuando rechazaron nuestra novedad. Las otras cisiones ocurrieron en cadena, exactamente debido a ese rechazo que ustedes practicaron. Ustedes son los autores de los males de los cuales se quejan y ustedes se ríen de nosotros, siendo que ustedes nos redujeron al estado en que estamos.
Si Satanás tuviese que hacer uso de la palabra, con más inteligencia y con más atractivo, diría más o menos la misma cosa.
La Iglesia debe enseñar la doctrina con toda claridad
Los Santos, los teólogos, los papas que vivieron en aquel tiempo, siguieron una política enteramente diversa. Y pensaron lo siguiente: la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo para enseñar la verdad. Ella no tiene el derecho de dar una enseñanza confusa porque la instrucción confusa no es una enseñanza digna de ese nombre. La enseñanza confusa es indigna. Aunque sea involuntariamente, y que el profesor por incompetencia, deje la confusión reinar sobre el contenido de lo que está enseñando, aunque sea involuntariamente, no es digno de ser profesor. Porque la claridad es la primera de las cualidades del profesor.
Por lo tanto, la primera exigencia de la enseñanza es ser clara. Si quien enseña no lo hace intencionalmente con claridad, es peor que un incompetente: es un deshonesto. Porque es una deshonestidad, es un fraude, que alguien se presente con la segunda intención de no dar la verdad entera, cuando es esto lo que se espera.
Si, de acuerdo a lo que pensaron aquellos grandes teólogos y Doctores, la Iglesia guardara silencio a ese respecto, oyendo los fieles una enseñanza confusa sobre una verdad indispensable para la salvación, Ella estaría haciendo un fraude a los fieles. Y estaría faltando a su misión.
En segundo lugar, si la Iglesia silenciase al respecto de la Eucaristía, haría que los fieles comulguen mal. ¿Quién puede hacer un acto de adoración al Santísimo Sacramento si no tiene certeza si allí está Nuestro Señor Jesucristo? ¡No es posible! Es decir, la Iglesia para mantener una unidad pútrida, sacrificaría la vida espiritual de sus fieles.
El Concilio de Trento toma posición
Los Padres del Concilio de Trento entendieron que era necesario hacer lo contrario. Y en oposición al protestantismo, acentuar el culto al Santísimo Sacramento. Instituir una fiesta para la adoración del Santísimo Sacramento. Hacer una procesión en la que el Santísimo Sacramento saliera a la calle, adorado por todos, en que las multitudes lo adoran de rodilla en tierra, reconociendo que bajo las apariencias eucarísticas, allí está Nuestro Señor Jesucristo. E impulsar ese culto de todas las maneras, llegando a esa plenitud que es la adoración perpetua al Santísimo Sacramento, instituida por San Pedro Julián Eymard.
Una actitud de lealtad
Era la política de enfrentar, de no conceder, de luchar, de afirmar, de proclamar. Era la política de la honestidad, de la lealtad, de la integridad, de la coherencia. De ella vino para la Iglesia un torrente de gracias; exactamente las gracias de la Contrarreforma, que representaron una de las mayores lluvias de gracias que la Iglesia ha recibido.
Acentuar el culto al Santísimo Sacramento, a Nuestra Señora, la devoción al papado, fue la respuesta de la Iglesia al protestantismo. Una larga respuesta de 300 años, que se fue acentuando. En el siglo XIX, la proclamación de la infalibilidad papal, la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción y, en nuestros días, el dogma de la Asunción. Tuvimos una serie de afirmaciones, de instituciones, etc., desarrollando y afirmando aquello que el protestantismo negaba. De manera que cuanto más ellos persistían en su error, tanto más alto íbamos proclamando la verdad. Cuanto más ellos se dividían, tanto más nuestra unidad se afirmaba.
Hasta que otros vientos soplaron. Vamos a decir la verdad de frente: hay incontables católicos que ya no tienen más la coherencia de su fe. No tienen más la pugnacidad, no tienen más aquella e integridad que caracteriza la institución cuando está viva.
La Iglesia nunca disminuye de vitalidad, porque ella es inmortal. Ella es sobrenatural, ella es divina, pero la correspondencia de sus hijos puede disminuir y puede, por lo tanto, la densidad de la fe disminuir el espíritu de muchos hijos de la Iglesia. Ahora, en la fiesta de Corpus Christi, vemos como el coraje de proclamar los dogmas disminuyó y como, por consecuencia, hay una disminución de la fe, en incontables de esos que se dicen católicos.
La fiesta del Corpus Christi es la fiesta del Santísimo Sacramento, pero ella es una gran lección de combatividad. Aprendamos esa lección, y procuremos ser cada vez más combativos por amor a Nuestra Señora y por adoración al Santísimo Sacramento.
Plinio Corrêa de Oliveira, (Extractos del «Santo del día», 28 de mayo de 1970, sin revisión del autor)
Excelente el contenido escrito. Gracias