La inocencia y el sentido común, que generalmente van juntos, descubren a los hombres de hoy verdades que las modas imperantes no les permiten ver.
Es lo que nos relata la anécdota siguiente.
Un niño de ocho años viendo las iglesias rurales tradicionales, con encanto y ricas en arte, y comparándolas con las de su ciudad (Kansas City), modernísimas, vacías de todo y desacralizadas, preguntó a su madre por qué los campesinos pobres tenían iglesias más bellas que las de la rica ciudad…1
Se trata, en realidad, de dos visiones del mundo: una basada en lo sobrenatural y la otra en el secularismo.
Es así que, una visión del mundo basada en lo sobrenatural da lugar a un arte y a una cultura, ya sea sacra o profana, bella, armoniosa y agradable.
Por su parte, una visión del mundo ideológica fundada sobre el antropocentrismo y la secularización, por lo general genera una ciudad y un espacio público anónimo e insignificante.
Esta pérdida de significado lanza al ciudadano común en la angustia y el malestar existencial, en lugar de elevarlo moralmente.
El corazón del problema estético está en creer que la belleza es algo absolutamente subjetivo, idea que es una clara manifestación del relativismo hoy imperante.