Nada influye más profundamente en el sentir del hombre que el traje que lo cubre. Es una especie de librea que exterioriza lo que uno piensa, pero que al mismo tiempo modela lo que uno va terminar pensando.
Un amigo me contó que conoció en el sur de Chile un matrimonio alemán de cierta edad, que ya vivían solos y que, todas las noches a la hora de cenar, comparecían en trajes de gala: él de smoking, ella de traje largo.
Esto que puede parecer un poco exagerado, me pareció muy simpático, porque revela el alto concepto que estas personas tenían de sí mismas, de la nobleza de la vida dignamente vivida y de la comprensión de que al acto que iban a practicar cenando, estaba lleno de símbolos y ricos significados de cultura y civilización.
Vestirse, lo sabemos, es un acto eminentemente cultural y la moda es el fenómeno que nos señala la progresión o regresión de la cultura en una sociedad.
Algo que inicialmente fue una necesidad para protegerse de las inclemencias del tiempo, pronto se convirtió en una manifestación de valores sociológicos, estéticos, culturales, etc. En definitiva algo de carácter simbólico.
En elegir bien está la clave de la elegancia, que no es otra cosa que el modo por el cual el alma se manifiesta a través del traje y del cuerpo.
En ese sentido una moda verdaderamente adecuada, debería orientarnos para presentarnos bien ante los demás.
Así como la palabra sirve para tornar la idea perceptible y transmisible en las relaciones humanas, el atuendo sirve para tornar al ser humano presentable y viable a través de las ocupaciones sociales.
Quien se compra un traje, en el fondo compra un anuncio de sí mismo.
El traje debe ser la expresión visible del carácter o del tipo que cada uno pretende representar ante sus semejantes. Nótese que no es necesariamente lo que representa, sino lo que pretende representar. Es el anuncio de lo que el sujeto quiere ser y se esforzará por ser como pudiere dentro de la ropa.
El cuerpo humano es un instrumento maravilloso para la expresión del alma
Expreso algo de mi cuando combino prendas, colores, formas, etc.; cuando gesticulo, pronuncio… incluso en el modo de tener ordenado mi escritorio. De tal modo que se pueden extraer sabrosas consecuencias sobre la personalidad de alguien, cuando se analizan estas cosas.
Y si la persona dice mucho de sí por el modo de vestir, las sociedades también muestran sus aspiraciones, y sus apetencias.
Nada influye más profundamente el sentir del hombre que el traje que lo cubre. Es una especie de librea que exterioriza lo que uno piensa, pero que al mismo tiempo modela lo que uno va terminar pensando. Cuanto más alta es la categoría de las cosas con las que el hombre se rodea, más el se siente llevado a las alturas del pensamiento y del espíritu
En nuestros días estas ideas son cada día más cuestionadas, pues nadie quiere destacarse; todo el mundo quiere ser igual a todos, y por así decir fundirse en el anonimato.
Desgraciadamente, vistiéndose todos del mismo modo, son llevados a tener un mismo sentir y un mismo pensar. En el fondo está en marcha un prodigioso proceso de despersonalización.
Sin embargo, permanecen plenamente vigentes los conceptos de la dignidad propia, del respeto que debemos a los demás, y de la ineludible obligación que tenemos de contribuir al decoro social.