Vivimos en un mundo donde se nos ha acostumbrado a la cultura de lo desechable. La mediocridad nos rodea y la vulgaridad nos invade. La “cultura” de lo desechable también entró en las relaciones humanas.
A veces, cuando realizamos un trabajo arduo, tenemos en medio del mismo gratas sorpresas.
Días atrás me encontraba haciendo una pesquisa fotográfica, y deparé con unas pinturas del retratista Philip Alexius de László (1869–1937), que me dejaron realmente pensativo.
Me sorprendí bastante y quedé chocado por el tremendo contraste que existe entre los personajes que él pinta y la apariencia que normalmente tiene la gente de nuestros días. Inmediatamente me asaltó al espíritu la pregunta: ¿Qué nos ha pasado?
Me explico. Vivimos en un mundo donde se nos ha acostumbrado a la cultura de lo desechable. La mediocridad nos rodea y la vulgaridad nos invade.
Si compramos un objeto será fácilmente de plástico y no durará mucho. Aparatos y útiles domésticos perecen al poco tiempo de ser comprados. Las habitaciones en que vivimos no tienen habitualmente una personalidad propia, son casi todas iguales. Bueno y de las personas para qué hablar…
La “cultura” de lo desechable también entró allí: divorcio, uniones civiles, y no sé qué otros eufemismos para hacernos ver como normal lo que es un gran desorden. Todo esto es de algún modo un fiel retrato de nuestra época.
Un ejemplo que me vino a la cabeza viendo los cuadros de László.
Cómo a las personas les gustaba ser retratadas para pasar a la historia no hace tanto tiempo atrás y como se retratan hoy en día.
Vemos en el primer cuadro a Lady Jane Muir Coats. Serena, distinguida y afable. Elegante y sacrificada, pero con una nota evidente de bondad materna. Todo lo que uno podría querer de mejor para dejar como recuerdo para la posteridad. Se diría que está envuelta por un ambiente donde todo habla de seriedad, responsabilidad, cumplimiento del deber, etc. Así se entendía en otro tiempo que debían ser las personas.
Vemos un gran contraste si lo comparamos con la segunda fotografía. Se diría que es todo lo contrario. La “cultura moderna” en que estamos inmersos modela incluso a princesas como las de la segunda fotografía.
Creo que sobran las palabras… pero no la pregunta: ¿Qué nos ha pasado?