Se habla de paz y de hombres de buena voluntad. Pero ¿quién se acuerda de la Gloria de Dios? Sin dar Gloria a Dios, siguiendo sus preceptos, no habrá paz en la Tierra.
«Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»: el juego complicado pero célere de las asociaciones de imágenes me hace sentir inmediatamente que en numerosas ocasiones del año que termina oí hablar de paz, y de hombres de buena voluntad.
Es curioso… me doy cuenta que oí hablar menos, e incluso mucho menos, de la gloria de Dios en lo más alto de los Cielos. A decir verdad, de esto casi no oí hablar. Ni siquiera implícitamente; pues implícitamente se habla de la gloria de Dios cuando se afirman los derechos soberanos de El sobre toda la Creación, y por amor a El se reivindica el cumplimiento de su Ley por parte de los individuos, familias, grupos profesionales, regiones, naciones, y toda la sociedad internacional. ¿Porqué este silencio? Me pregunto. ¿Por qué los hombres quieren tanto la paz? ¿Por qué tantos hombres se muestran ufanos de tener buena voluntad? ¿Y por qué son tan pocos los que se preocupan con la gloria de Dios, y hacen alarde de por ella actuar y luchar?
En otros términos, ¿el hecho esencial de vuestro Santo Nacimiento, Señor, sería sólo la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad? Y la gloria a Dios en los más alto de los Cielos sería un aspecto secundario, lejano, confuso e insípido para los hombres, en el gran acontecimiento de Belén?
Se abren las puertas del perdón y de la esperanza: es Navidad
Todavía en otros términos, ¿la paz de los hombres vale más que la gloria de Dios? ¿La tierra vale más que el Cielo? ¿El hombre vale más entonces que Dios? ¿Y la paz en la tierra puede ser obtenida, conservada e incluso incrementada sin que con esto tenga nada que ver la gloria de Dios?
Finalmente, ¿qué es un hombre de buena voluntad? Es el que sólo quiere paz en la tierra, indiferente a la gloria de Dios en el Cielo?
¡Cómo es provechoso un detenido análisis del cántico angélico, y nutrir el espíritu con esas palabras, para participar como se debe de las fiestas de la Santa Navidad!
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“Hombre de buena voluntad”: ¿Qué representa esto para tantos y tantos de nuestros contemporáneos?
Para saberlo, basta indagar: ¿buena voluntad hacia quién? La respuesta salta imperiosa e impaciente, como suele suceder cuando la pregunta tiene algo de ocioso porque inquiere sobre lo que es casi evidente. ¡Caramba! ‒dirán muchos de nuestros contemporáneos‒ buena voluntad hacia el prójimo. Aquel ateo o secuaz de una religión, sea ella cual fuere; adepto de la propiedad privada, del socialismo o del comunismo, que quiere que todos los hombres vivan alegres, en la abundancia, sin enfermedades, sin luchas, sin riesgos, aprovechando lo más posible esta vida, éste es un hombre de buena voluntad.
Visto en esta perspectiva, el hombre de buena voluntad es un artífice de la paz. Dice el refrán que “en la casa donde falta el pan, todos pelean y ninguno tiene razón”. Por lo tanto, donde hay pan todos tienen razón, y hay paz. Donde hay pan, techo, medicamentos, seguridad, con mayor razón hay necesariamente paz.
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¿Y la gloria de Dios? Para el “hombre de buena voluntad” así concebido, ella es un elemento superfluo en lo que se refiere a la paz en la tierra. Pues del adecuado ordenamiento de la economía se deriva el buen orden en la vida social y política, y por lo tanto la paz.
“Superfluo” es decir poco, a respecto de la gloria de Dios en el Cielo, considerada en función de la paz en la tierra. Como algunos hombres creen en Dios, y otros no creen, y como entre los que creen hay diversidad en el modo de entender a Dios, éste ultimo puede actuar como peligroso fautor de divisiones, discusiones y polémicas. Dios es un señor demasiado comprometido desde hace millares de años en polémicas, como para que de El se hable en todo momento. Para tener paz en la tierra, es mejor no estar hablando a cada momento sobre Dios y su gloria en el Cielo.
¡Y después…el Cielo es tan vago, tan lejano, tan incierto! Que de él hablasen los Angeles, se comprende, pues ellos viven allí. Pero nosotros los hombres, preocupémosnos de la tierra.
Unir la gloria celeste a la paz en la tierra es para el “hombre de buena voluntad” algo tan incorrecto, superfluo y lleno de factores de lucha, cuanto es, por ejemplo, imprudente unir la Iglesia y el Estado. La Iglesia libre del Estado, y el Estado libre de la Iglesia, es un anhelo bien típico del “hombre de buena voluntad”. La paz terrena libre de implicaciones religiosas, y Dios en su Cielo y su gloria, sonriendo de brazos cruzados hacia una tierra en paz, a una tal distancia de la tierra que allá no lleguen siquiera los satélites. He ahí el ideal del “hombre de buena voluntad”.
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Estas son las consideraciones del “hombre de buena voluntad” entre comillas, cuyo corazón está lejos del Cielo, y cuya mirada solo se detiene sobre la tierra.
Entre tanto, ¡cuanto divergen ellas del sentido propio e natural del canto angélico!
Realmente, si la Navidad da gloria a Dios en los más alto de los Cielos y simultáneamente es la fuente de la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad – y fue lo que los Angeles proclamaron en su cántico– no se puede disociar una cosa de la otra. Sin que los hombres den gloria a Dios, no hay paz en el mundo.
Vos, Señor Jesús, Dios humanado, sois entre los hombre el Príncipe de la Paz. Sin Vos la paz es una mentira, y al final, todo se convierte en guerra.
Y es porque los hombres no comprenden esto, que buscan de todas las maneras la paz, pero la paz no habita en medio de ellos
Plinio Corrêa de Oliveira, Extractado de Catolicismo Nº 156 – Diciembre de 1963