Si la persona construye su alma en la contemplación, tendrá una alegría interior en medio de las amarguras de la vida. Contemplando, la persona modela un alma que tiene algo de luminoso.
El hombre debe poner toda su atención en un orden de realidades superiores, formando una especie de santuario interior, desde donde mira a su alrededor de una manera contemplativa.
Los dos puntos clave en la vida del hombre son: la atracción continua por lo sublime y el deseo de eliminar lo horrible. Si la persona construye su alma en la contemplación, tendrá una alegría interior en medio de las amarguras de la vida. Contemplando, la persona modela un alma que tiene algo de luminoso.
El católico debería esforzarse en contemplar lo que es maravilloso en la Santa Iglesia. Cuando comienza a ver sólo las imperfecciones, peca contra la sublimidad de la Iglesia.
Ningún hombre es trivial. Sólo una cosa es banal: no ser capaz de ver el aspecto trascendente de las cosas. Los católicos se dividen en dos tipos: los que saben ver la belleza de la Fe, y que brillan con una luz especial, y los que permanecen en la banalidad, volviéndose grises e inexpresivos.
Vivir es contemplar. Hasta que no percibe la dimensión maravillosa de las cosas, el hombre no vive. Para una persona inteligente, vivir es sobre todo contemplar. La razón por la que estamos en esta Tierra no es para comer, ni para vivir mucho tiempo, ni para hacer una gran carrera. Existimos para contemplar. El resto no es vida. Más bien, se acerca a la animalidad.