Acordándose de las palabras de su Divino Fundador, «el Reino de los Cielos, es de los violentos», la Iglesia sólo canoniza a los que en vida combatieron auténticamente el buen combate
La auténtica santidad
La Iglesia enseña que la verdadera y plena santidad, es el heroísmo en las virtudes.
La honra de los altares no es concedida a las almas hipersensibles, débiles, que huyen de los pensamientos profundos, del sufrimiento
dramático, de la lucha, en fin de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Acordándose de las palabras de su Divino Fundador, «el Reino de los Cielos, es de los violentos», la Iglesia sólo canoniza a los que en vida combatieron auténticamente el buen combate, arrancando el propio ojo, o cortando el propio pie cuando causaba escándalo, y sacrificando todo para seguir únicamente a Nuestro Señor Jesucristo.
La santificación supone heroísmo
En realidad la santificación implica el mayor de los heroísmos, pues supone no sólo la resolución firme y seria de sacrificar la vida si fuere preciso para conservar la fidelidad a Jesucristo, sino aún más, la de vivir en la Tierra una existencia prolongada, si tal cosa dispusiere Dios, renunciando a todo momento a lo que se tiene de más querido, para apegarse tan solamente a la voluntad divina.
La verdadera fisonomía de los santos
Cierta iconografía, desgraciadamente muy utilizada, presenta a los santos bajo un aspecto muy diferente: criaturas blandas, sentimentales, sin personalidad ni fuerza de carácter, incapaces de ideas serias, sólidas y coherentes, almas llevadas apenas por sus emociones y por lo tanto totalmente inadecuadas para las grandes luchas que la vida siempre terrena siempre trae consigo.
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La deformación de la figura de los santos
La figura de Santa Teresita del Niño Jesús fue especialmente deformada por la mala iconografía. Rosas, sonrisas, sentimentalismo inconsistente, vida suave, despreocupada, huesos de azúcar y sangre de miel, es la idea que nos dan de la grande, de la incomparable Santa.
¡Cómo todo esto difiere del espíritu vasto y profundo como el firmamento, rutilante y ardiente como el sol, y entretanto tan humilde, tan filial, con el que se toma contacto cuando se lee la “Histoire d’une Ame”!
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Nuestras dos fotografías presentan, por así decir, dos «teresitas» diferentes y hasta opuestas.
La verdadera fisonomía de una santa
La primera nada tiene de heroico: es la Teresita insignificante, superficial, almibarada, de la iconografía romántica y sentimental.
La segunda es la Teresita auténtica, fotografiada poco antes de su muerte. La fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía, que sólo las almas de una lógica de hierro poseen.
La mirada habla de dolores tremendos experimentados en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo deja ver el fuego, el aliento de un corazón heroico, dispuesto a avanzar cueste lo que cueste.
Contemplando esta fisonomía fuerte y profunda, como sólo la gracia de Dios puede producir, se piensa en otra Faz: la del Santo Sudario de Turín, que ningún hombre podría imaginar y tal vez ninguno ose describir.
Entre la Faz del Señor muerto, que expresa una paz, una fuerza, una profundidad y un dolor que las palabras humanas no consiguen expresar, y el rostro de Santa Teresita, hay una semejanza imponderable, pero inmensamente real
¿Y qué tendrá de extraño que la Santa Faz haya impreso algo de Sí en el rostro y en el alma de aquella que en religión se llamó precisamente Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz?
Catolicismo n° 30 Junio de 1953