Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar
Quizá alguna vez Ud. se ha preguntado el por qué de los altos índices de divorcio que existen tanto entre nuestros conocidos, como en el mundo entero. En los Estados Unidos, por ejemplo, éstos llegan al 53% por los matrimonios celebrados. En otros países como Bélgica, los divorcios superan el 70%.
En Chile, si bien es cierto que los índices de divorcio son comparativamente menores que en los otros países de Latinoamérica (un 3, 8 %), no es menos cierto que la tasa de matrimonios ha menguado sensiblemente y la tasa de uniones de hecho ha crecido significativamente. Es decir, cada vez las personas se casan menos y se juntan más.
Esta tendencia produce para toda la sociedad graves perjuicios sociales, económicos, psicológicos de difícil solución –como son el empobrecimiento de las familias o los traumas en los hijos- pues, como sabemos, la familia es la célula básica de la sociedad y la forma natural de constituirse la familia es precisamente en matrimonio.
Debilitar la solidez del matrimonio, es como disolver los cimientos de un edificio. Este termina cayendo con el primer temblor.
Todo lo anterior debería llevar a los poderes públicos, en especial al Poder Legislativo, a tomar especiales cuidados para fortalecer los vínculos generados por el matrimonio y a conceder los incentivos fiscales, tributarios, de subsidios etc. para estimular la constitución de familias estables y numerosas.
Sin embargo, estamos lejos de esa situación. Por ejemplo, la semana pasada la Comisión de Constitución del Senado estableció que el Proyecto de la Asociación de Vida en Pareja, más conocido como AVP, y que pretende regular las tanto las uniones hétero cuanto homosexuales, no tomará en cuenta a las uniones de hecho.
Es decir, no resolverá precisamente el problema por el cual se quiso justificar el Proyecto, o sea, resolver la existencia legal de un millón de uniones de hecho. Y, lejos de resolverlo, va a establecer para todos un nuevo tipo de matrimonio light, sin compromisos serios y de rápida disolución por medio de una simple carta.
Nada más parecido con el amor libre. Fue lo que imperó en la Unión Soviética entre 1918 y 1944, donde se estableció un divorcio tan fácil cuanto la mera comunicación a la autoridad por una simple carta. Y con otra carta se comunicaba que ya no vivían más juntos. El resultado fue que, después de veinticinco años aplicando ese sistema, Rusia se estaba despoblando y Stalin tuvo que cambiar el código civil para favorecer el casamiento y poner trabas al divorcio. Pero eso no fue suficiente porque Rusia aún hoy es un país que, en números absolutos, disminuye de población y tiende a su desaparición.
Sin embargo, todos estos argumentos no convencen a muchas mentalidades románticas que piensan que el matrimonio debe durar lo que duran los sentimientos de los contrayentes. Es lo que el Profesor Plinio Correa de Oliveira llamaba el “amor romántico”. Oigamos lo que el renombrado líder católico y fundador de Tradición, Familia y Propiedad del Brasil, escribió en la revista “Catolicismo” sobre el matrimonio y el romanticismo en el año 1951. Veremos que la mentalidad romántica que el autor describe, a pesar de las décadas transcurridas, aún se mantiene muy vigente.
“(…) queremos hablar del romanticismo. En los manuales se dice que la escuela romántica ya murió. Esto es verdad, evidentemente, si se trata de la literatura o del arte. ¿Pero será igualmente verdad si se trata de la vida? En lo que dice respecto al matrimonio, ¿será verdad que la actitud del hombre contemporáneo no se resiente de ninguna influencia romántica? ¿Y qué relación existe entre esta influencia y el problema del divorcio?
“A despecho de todo utilitarismo, el terreno reservado al «sentimiento» continúa siendo muy considerable. Y si analizamos este «sentimiento», veremos que él no es sino una adaptación muy superficial de los viejos temas románticos.
“Nuestra era de democracia ya no admite personajes sobresalientes y excepcionales. El «héroe» es hoy un «chico popular» y la joven una «chica glamour» como mil otras. Pero hechas todas estas reservas, siempre que ellos se ocupan de amor, es el mismo sentimentalismo dulzón, son los mismos anhelos vagos, las mismas incomprensiones, las mismas afinidades, los mismos sobresaltos, las mismas crisis, las mismas ansias de felicidad afectiva sin fin, y la misma y crónica precariedad de todas estas «felicidades».
“Basta que nuestro auditor tenga un poco el sentido de la realidad que a todo momento lo rodea, para percibir cuán justas son nuestras observaciones. De hecho, la gran mayoría de los matrimonios realizados por motivo de afecto, se construyen hoy sobre sentimientos absolutamente embebidos de sentimentalismo romántico.
“Y aquí está el problema. Si algunos matrimonios se hacen por interés, y otros por afecto, y si los que se hacen por afecto en general se hacen bajo el influjo del romanticismo, la cuestión de la estabilidad de la convivencia conyugal depende de saber hasta qué punto el interés o el romanticismo puede llevar a los cónyuges a soportarse mutuamente.
“No hablemos del interés. El asunto es demasiado claro. Hablemos del romanticismo.
“Antes que nada, acentuemos que el romanticismo es esencialmente frívolo. El supone de buen grado las mayores virtudes en la novia tipo «heroína» o en el novio tipo «héroe». Pero en el fondo estas virtudes pesan muy poco en la balanza, como factor de sobrevivencia del afecto recíproco.
“En efecto, el sentimentalismo no perdona trivialidades. De suerte que -para tocar en la carne viva de la realidad es necesario ejemplificar- un modo ridículo de roncar durante el sueño, el mal aliento; en fin, cualquier otra pequeña miseria humana, puede matar sin apelación un sentimiento romántico… que resistiría a las más graves razones de queja.
“Ahora bien, la vida cotidiana es un tejido de trivialidades, y no hay persona que en la convivencia íntima no las tenga más o menos difíciles de soportar. Por esto, ya se tornó banal hablar de las desilusiones que vienen después de la luna de miel.
“Naturalmente, una persona en estas condiciones no percibe lo que hay de substancialmente irrealizable en sus anhelos ‘románticos’, y juzga pura y simplemente que se engañó.
“Entiende ella, pues, que aún puede encontrar en otro, la felicidad que el matrimonio no le dio. Habituada a vivir única y exclusivamente para la propia felicidad, habituada a ver la felicidad realizada única y exclusivamente en la satisfacción de los devaneos sentimentales, tal persona juzgará su vida irremediablemente arruinada, si no los satisficiere de otro modo. De donde el divorcio le parecerá absolutamente tan necesario cuanto el aire, el pan o el agua.
“Y aquí tocamos el fondo. En último análisis, romanticismo es apenas egoísmo. El romántico no busca sino su propia felicidad, y sólo concibe el amor en la medida en que el «otro» sea instrumento adecuado para hacerlo feliz.
“Esta felicidad afectiva la desea tan exclusivamente que, si diere riendas sueltas a su sentimiento, saltará sobre todas las barreras de la moral, pasará por encima de todas las conveniencias del bien común, y satisfará brutalmente sus instintos. Y sobre el egoísmo nada se construye… la familia menos aún que cualquier cosa.
“Mientras la concepción sentimental-romántica influyere implícita o explícitamente en la mentalidad de los novios, todo matrimonio será precario, pues habrá sido construido sobre el terreno esencialmente pegajoso, movedizo, volcánico, del egoísmo humano.